27 de junio de 2008

"Al servicio de Cristo y del hombre"

 San Pedro y San Pablo

La solemnidad de san Pedro y san Pablo es una de las más antiguas del año litúrgico. Aparece en el santoral incluso antes que la fiesta de Navidad. En el siglo IV ya existía la costumbre de celebrar tres misas una en la basílica vaticana, otra en san Pablo extra muros y otra en las catacumbas de san Sebastián, donde se escondieron las reliquias de los apóstoles durante algún tiempo. En un principio se consideró que el 29 de junio fuese el día en el que, en el año 67, Pedro sufrió el martirio en la colina vaticana y Paolo en la localidad denominada "Tre fontane". En realidad, si bien el hecho del martirio es una dato histórico incuestionable que tuvo lugar en Roma en la época de Nerón, no es tan seguro, en cambio, el día y el año de la muerte de los dos apóstoles,

pero parece que se sitúa entre el 67 y el 64.

El misterioso itinerario de fe y de amor, que condujo a Pedro y a Pablo de su

tierra natal a Jerusalén, luego a otras partes del mundo, y por último a Roma, constituye

en cierto sentido un modelo del recorrido que todo cristiano está llamado a realizar para

testimoniar a Cristo en el mundo por medio de la vida, de la palabra, las obras. Ser cristiano es, por esencia, ser testigo de la resurrección de Cristo, mostrar que en Cristo el Padre nos ha reconciliado consigo y nos ha espera en            la            vida            eterna. Ambos tuvieron experiencia del amor de Dios en Cristo Jesús. Esa experiencia los acompañó durante toda su vida y les dio una viva conciencia de su misión. Tiene, pues, razón Pedro al concluir con emoción : "Señor, Tú sabes todo, Tú sabes   que yo            te            amo". 

Esta tarde, en la Basílica de san Pablo Extramuros de Roma -construida sobre el lugar donde está enterrado el apóstol-, el Papa Benedicto XVI inaugura el "Año paulino" que conmemora los 2.000 años del nacimiento del "apóstol de los gentiles".

No cabe duda de que lo que llevó a Pablo a abrazar el cristianismo y a llevarlo por todas partes fue , en palabras del papa "el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. A partir de entonces todo lo que antes tenía valor para él se convirtió paradójicamente, según sus palabras, en "pérdida y basura". Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su evangelio". La clave de su vida es la presencia viva de "un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive".

Juan Pablo II escribió: "Pablo, conquistado por la gracia divina en el camino de Damasco de perseguidor de los cristianos se convirtió en Apóstol de los gentiles. También a Pablo se le reservaba como meta lejana Roma, capital del Imperio, donde, juntamente con Pedro, predicaría a Cristo, único Señor y Salvador del mundo. Por la fe, también él derramaría un día su sangre precisamente aquí, uniendo para siempre su nombre al de Pedro en la historia de la Roma cristiana". Pablo es el apóstol fogoso e incansable que recorre el mundo conocido en la época para anunciar la buena nueva de la salvación en Cristo Jesús. Sabe que se le ha dado una misión, una responsabilidad, una tarea que no puede declinar: "Ay de mí si no evangelizare" (1 Co 9,16). La Gracia de Dios lo eligió y lo sostuvo en el apostolado.

Pablo ha experimentado la paradoja de ser muy débil y de estar a la vez fuertemente sostenido por Jesús. Escribía: "La fuerza se realiza en la debilidad. Cuando soy débil es entonces cuando soy fuerte". Lo mismo ocurre en la comunidad cristiana: cuando la Iglesia se ha creído "fuerte y poderosa" se ha alejado del camino evangélico; cuando se ha reconocido "débil" ha brillado en ella la fuerza de Jesús y del mensaje que la sostiene. Esta solemnidad es una cordial invitación para renovar nuestra adhesión al Papa, a su Magisterio para la Iglesia y el mundo de hoy. La Iglesia, cuya roca es Cristo no es destruida por el "poder del mal"; participa  de la tarea y misión de  Pedro y Pablo. Este "año de san Pablo" es una buena ocasión para crecer en la fidelidad al evangelio, siempre con la Gracia de Dios.

 

17 de junio de 2008

"No tengáis miedo..."

 XII DOMINGO TO -A- Jr 20, 10-13 / Rom 5, 12-15 / Mt 10, 26-33

            Continuamos la lectura del Discurso misionero con las instrucciones a los Doce al partir a la primera misión apostólica. Lo que el Señor les dice refleja ya  una situación de persecución a la comunidad y va dirigido a los cristianos de todos los tiempos: ¡No tengáis miedo!. Por tres veces repite Jesús esta frase para disipar las raíces del temor e invitar, desde la confianza radical en la Providencia del Padre,  a no temer ni siquiera la muerte. Y esto, por tres razones:

. por la fuerza incontenible del evangelio que adquiere transparencia aun en las peores circunstancias: "Lo que os digo de noche, decidlo a pleno día y lo que os hablo al oído pregonadlo desde la azotea". Instrucción que conecta con el mandato misionero de Jesús: "Id por todo el mundo y proclamad el evangelio" y que muestra que el evangelio tiene en sí mismo la fuerza indestructible de un mensaje de salvación y liberación para el hombre...

. por la inviolabilidad interior de la persona: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar al alma". Los tiranos pueden matar la libertad de expresión y de acción y, por la violencia, la vida física, pero no pueden destruir a la persona, su espíritu, su libertad interior."Al hombre se le puede arrebatar todo salvo la última libertad: la elección de su propio camino" (V. Frankl)

. por la providencia de Dios sobre sus hijos: si él cuida de los más insignificantes seres de la creación ¡cuánto más se preocupará de nosotros, sus hijos!, por eso "... no tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones". Providencia divina, no astros, ni ciego destino...

            ¡"No tengáis miedo":  ¿No es verdad que, a veces, no nos atrevemos a lanzarnos por el camino de Jesucristo porque tenemos miedo de nosotros mismos?  Recordemos lo que hemos escuchado en "Confesión" del profeta Jeremías que descubre su desgarrada crisis personal a causa de desprecio... El vivió en momentos difíciles, cuando todo  parecía que se derrumbaba. Pero entonces surgió vigorosa su palabra en nombre de Dios: no pongáis la confianza en vosotros mismos sino en el Señor. Porque el Señor es como fuerte soldado que lucha con los débiles y oprimidos. Su lamento se convierte en alabanza al Dios que cumple su palabra, está a su lado, le libra de las manos del impío...

            Trabajar por el Reino de Dios, por un mundo más fraternal y más justo, es el trabajo que Jesús  nos propone porque es su trabajo, su lucha, su camino. Por eso El es el fuerte soldado que lucha en nosotros. De ahí que desconfiar de nosotros mismos, tener miedo de nosotros mismos, es desconfiar y tener miedo del Espíritu de Jesús que lucha en nosotros. Es normal que nos cueste ser testigos del evangelio, pero, como nos recuerda Pablo, por nuestra situación de redimidos,  la gracia de Dios sobreabunda al pecado, a la debilidad. "Nadie tiene derecho a esperar ir al cielo por un camino alfombrado de rosas, por que no fue ese el camino seguido por Jesús. Su camino estuvo alfombrado de espinas y cruzado de dolores. El siervo no puede pretender tenerlo más fácil que su Señor" (Tomás Moro).

            "¡No tengáis miedo!". Ni de nosotros mismos ni de los demás. La fuerza de Dios que no está en el poder, en el dinero, en la violencia sino  en el amor, en la justicia, en la bondad, es mas fuerte.  El cristiano está llamado a esta lucha constante. No contra nadie pero sí contra todo mal, contra todo lo que significa no respetar los derechos y la dignidad  de cada hombre y mujer, los derechos de los más pequeños y débiles, de cada pueblo... Esta confesión no se "reserva" para situaciones límite (martirio)... es tarea de todos los días en los mil detalles de la  existencia cotidiana. "Sabemos de quien nos hemos  fiado. Que así sea con la Gracia de Dios.

11 de junio de 2008

"OS HE LLEVADO SOBRE ALAS DE ÁGUILA..."

XI DOMINGO TO -A- Ex 19,2-6a / Rom 5, 6-11 / Mt 9, 36-10, 8

 

            El evangelio que hemos escuchado hoy inicia el Discurso Apostólico de Jesús, segundo de los cinco grandes discursos del evangelio de Mateo.  Es un verdadero esbozo de lo que significa y es la misión. Subrayo dos puntos:

. La misión  nace de la compasión, que es percibir al otro realmente en su situación; de la  escucha auténtica y piadosa que lleva a  conmoverse interiormente, a  sentir con la persona que habla y a "mirar con los ojos de Dios". La primera lectura nos muestra cómo Dios "ha visto" la "aflicción de su pueblo" y se acerca a los israelitas para llevarles "sobre alas de águila" y hacerles "una nación santa". Es necesario mirar al interior,  con los ojos dulces y compasivos de Jesús; solo así se descubre la miseria, el vacío, la desilusión..., grandeza, belleza, profundidad... que anida en el corazón del hombre.

. La misión es un servicio gratuito. Se trata de dar gratis lo que gratuitamente se ha recibido de Dios. La Buena Noticia de la Salvación de Dios para el hombre no se tasa ni se vende; nadie queda excluido de la pertenencia al Reino. Nos ha dicho san Pablo que "la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros". De enemigos hemos pasado a ser amigos, de amigos a hijos y todo porque Dios ama al hombre.  ¿Pruebas? No existe mayor prueba de amor que dar la vida por el otro...

Lo más importante en la vida lo hemos recibido gratis. ¿Qué podemos dar gratis? El escritor ruso Tolstoi nos da una pista: "Un día, al abandonar le templo, un mendigo le pidió una limosna. Tolstoi rebuscó en sus bolsillos, pero no encontró nada. Entonces se inclinó hacia el mendigo, tocó sus hombros y le dijo: Lo siento hermano, no tengo nada. Te prometo que la próxima vez recibirás mucho.  Entonces el mendigo tomó la mano del escritos y dijo: Está bien, está bien. Que me llames hermano es también un regalo". Este regalo puede hacerlo cada uno de nosotros: ver al hermano-a en las personas a las que encuentro y crecer, junto a ellas, en humanidad. Aportar el granito de arena. "Lo que tú puedas hacer hoy por alguien que te necesita es como una gota en el océano, pero es lo que da sentido a tu vida" (Albert Schweitzer).

            Quizás pensemos que esta tarea es excesiva para nosotros, que no podemos arreglar el mundo. Jesús cuenta con nosotros como contó con Pedro, Andrés, Santiago... ellos eran débiles (pescadores, recaudadores de impuestos, zelotas...) pero Jesús, que los llamó, los transformó. El que da la fuerza es el Señor, no lo podemos olvidar. Ninguno de nosotros va a realizar esas obras milagrosas de las que habla el evangelio, pero todos sabemos que, en el sentido simbólico y real, podemos ayudar a curar las enfermedades del espíritu, a dar vida e ilusión,  a arrojar los demonios interiores de nuestro corazón. No olvidamos nunca que "los 12 somos todos".

       La desorientación y las heridas de tantos hombres y mujeres de nuestra sociedad tienen que hacer surgir en nuestro corazón los mismos sentimientos que brotan del corazón de Jesús que se interesa siempre por la persona. Como cristianos debemos sentirnos, pues lo somos, enviados, desde nuestra realidad, a la urgencia de la misión ("¡hay tantos que andan como náufragos sin brújula ni timón y tan pocos trabajadores en la mies!"). La mejor medicina para un ser humano son los gestos humanos, la cercanía, la piedad samaritana.... La tarea es inmensa, pero apasionante. No depende de los hombres sino de Dios.  Por eso la invitación a rezar.  El secreto es la oración. Jesús se retiraba a orar y nos pide explícitamente: "Rogad pues al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies".

6 de junio de 2008

X DOMINGO TIEMPO ORDINARIO -A-

X DOMINGO TO -A-  Os 6, -6 / Rom 4, 18-25 / Mt 9, 9-13

 

Jesús provoca un "escándalo" que no procede tanto del hecho de que un pecador lo deje todo para seguir a Jesús, sino de que sea Jesús mismo quien le llame y se siente a la mesa con él y con sus compañeros considerados "pecadores públicos" (impuros). Como punto de partida de la respuesta a los fariseos,   Jesús recuerda tres principios fundamentales: "No son los que tienen buena salud los necesitados de médico","No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores", y recordando a Oseas "Misericordia quiero y no sacrificios". Jesús actúa como médico y terapeuta. Se siente enviado no a condenar o rechazar sino a curar, a liberar, acoger, ha hacer el bien; rechaza actitudes meramente  legalistas o moralistas con la mirada misericordiosa de Dios Padre, punto de arranque de toda curación y sanación espiritual  ("la oveja perdida...").    

            Cuando Jesús llama a Mateo (al que elige para estar con Él y ser testigo de su amor) y se sienta a la mesa con pecadores no quiere dar a entender que el pecado no exista ni que carezca de importancia. Pero establece una regla de oro y válida siempre para distinguir entre "pecado" y "pecador". En toda su acción  Jesús ve en el hombre el valor fundamental: es la persona a quien hay que respetar, ayudar y salvar ("El sábado es para el hombre"). Cualquier pecador es siempre una persona y permanece persona aunque peque. Es precisamente entonces cuando más necesitado está de ayuda por ser mayor su necesidad. La declaración de valores de Jesús es iluminadora e inequívoca: son los enfermos y pecadores  los necesitados de médico; acercarse y dialogar con  ellos no contamina ni hace pecador a nadie.

            Jesús no eligió hombres avalados por sus buenas obras o su prestigio sino personas decididas a estar con él. Publicanos y pecadores entran en su seguimiento a pesar del escándalo farisaico. Jesús nos salva por su infinita misericordia. Todos tenemos la tentación de pensar que el pecado es algo que aleja a Dios de nosotros. Pocos creen en un Dios que se acerca a los hombres precisamente cuando nos ve más desorientados y necesitados de su vida y de su paz. Pocas veces está el hombre tan cerca de Dios como cuando se reconoce frágil, débil  y acoge agradecido el perdón de Dios y su fuerza renovadora. De la conducta de Jesús nace la misericordia con los pecadores, los enfermos, los paganos. Sentirnos perdonados nos ayuda a perdonar.        

Apoyados en la esperanza,  como Abraham padre de la fe, seguimos creyendo que nuestra vida puede cambiar, que otro mundo es posible y por eso nos esforzamos por conocer y seguir  a Jesús cuya  luz ha brillado en nuestros corazones. Desde una fe incondicional (que es confiar y esperar sin reparos en el poder de Dios para cumplir sus promesas) vivimos en la certeza de que  Dios es fiel y nos justifica y salva por amor. La fe reposa en una promesa de Dios, no en las expectativas humanas que, en tantas ocasiones invitan, más bien, a la incredulidad. Nuestra esperanza es, en palabras de Pablo, "contra toda esperanza". Es esta palabra creadora la que está pone en movimiento continuamente la historia, la de cada uno y la del mundo. Vaclav Havel, escritor y político,  decía: "La esperanza no es la convicción de que algo va a salir bien, sino  la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo salga".

            El culto que Dios nos pide nada tiene que ver con rituales vacíos sino con la buena disposición del corazón, abierto a la compasión ante las miserias ajenas y dispuesto a subsanarlas en las medida de las propias posibilidades. La misión de Jesús, que es también la misión de la Iglesia, consiste en invitar a los pecadores a que se conviertan, denunciando con fuerza el pecado... sin buscar componendas ... y acogiéndolos con alegría en la comunidad. El Reino de Jesús está abierto a todos, no legitima una sociedad cerrada, se dirige a todos: "Andad, aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos".

4 de junio de 2008