23 de octubre de 2008

"MAESTRO ¿CUÁL ES EL MANDAMIENTO PRINCIPAL?"

DOMINGO XXX TO -A- Ex 22, 21-27 / Tes 1, 5c-10 / Mt 22, 34-40

 

            "Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas". Esa fue la respuesta de Jesús a la pregunta de los fariseos, interesados por el mandamiento principal. Es la respuesta del evangelio a todos los interesados en saber qué es lo importante. El amor de Dios es lo primero, lo que sostiene o debe sostener toda la vida y obras de los creyentes.  Dios se nos ha revelado como amor, como el que nos quiere, como nuestro Padre. Por eso el ser hombre, más aún el ser creyente, no puede consistir sino en corresponder con amor al amor de Dios. Y esto es fundamental, porque sabemos que Dios nos quiere, no porque seamos buenos o malos, sino porque él es bueno. El amor de Dios es gratuito, y así funda también la gratuidad del amor de los hombres. Si sólo queremos a los que nos quieren es posible que, del mismo modo, odiemos a los que nos odian.

            "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". La respuesta de Jesús se completa con el amor al prójimo. El amor de Dios es el fundamento, sobre el cual se construye y crece el amor a nuestro prójimo. Jesús quiere evitar que sus interlocutores se anden por las ramas, e invita con claridad a aterrizar en la vida diaria. No se puede amar a Dios, cuando se hace imposible la vida a los demás. Existe una vinculación entre la fe en Dios y el comportamiento humano. El mandamiento del amor al prójimo no es un mandamiento teórico sino concreto. Debo amar aquí y ahora a las personas que me necesitan. El libro del Éxodo nos enseña que el justo no debe practicar la opresión y que las personas más necesitadas, a las primeras que había que amar, eran las viudas y los huérfanos, los forasteros y los pobres. Del mismo modo, cada uno de nosotros, en el contexto  en el que vive y se mueve, debe estar atento a las personas que más le necesitan. Aquí y ahora: "Lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás". Más aún, "lo que quieres y deseas para ti, quiérelo y deséalo para los otros".

            El hombre está hecho para amar, no puede vivir sin amor, "su vida está privada de sentido si no se le revela  el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa  en él vivamente" (Juan Pablo II). Cuando Dios nos manda amar nos está diciendo cuál es capacidad del hombre, su vocación  más profunda. Este amor tiene un solo origen, brota del mismo corazón pero se abre a todos, en todas las direcciones  y dimensiones de la vida de la persona.  Si tuviéramos varios corazones, uno para amar a Dios, otro para el prójimo, otro para la naturaleza, cabría la posibilidad de trabajar con uno y dar descanso a los otros. Pero el hombre es un ser unitario: o ama o no ama. O tiene el corazón abierto, o lo tiene cerrado. Si lo tiene abierto, ama, vive, tiene paz, alegría: es la salvación. Si se repliega sobre sí mismo, no ama, ni vive, se entristece, se amarga,  pierde la esperanza: es la condenación. S. Juan dirá que el amor consiste en saber y sentir que Dios nos amó primero. El que se siente amado, protegido, acunado por el amor de Dios, se siente también como inmerso en una atmósfera y una realidad de amor que le lleva a vivir sus relaciones humanas de una forma distinta. El que vive en el amor no puede amar a uno y odiar a otro, sino que el amor moldea todas sus relaciones.

            San Pablo se muestra orgulloso de los primeros cristianos de Tesalónica, porque, imitando su ejemplo que sigue a Cristo, han sido capaces de luchar, de vivir la alegría profunda que nace de  la fe,  de convertirse, abandonando a los ídolos y volviéndose hacia Dios. La conversión siempre ha consistido y sigue consistiendo en lo mismo:   servir a  Dios en el  amor al hombre nuestro hermano.  Escribía santa Teresita del Niño Jesús: "En la Iglesia yo seré el amor, así lo seré todo" porque  "El amor es el cumplimiento, la plenitud de la Ley".  Que así sea con la Gracia de Dios.

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