19 de febrero de 2009

"LEVANTATE, COGE TU CAMILLA Y VETE A TU CASA"

 DOMINGO VII TO -B- 2-  Is 43,18.19-22-25/Cor 1, 18-22/Mc 2, 1-12

 

            Hoy, Jesús, realiza dos milagros: el perdón y la curación. Jesús cura, es cierto,  las dolencias físicas, pero lo que de verdad importa es que  libera del "peso" del pecado. Lo de curar el cuerpo pueden hacerlo también, y lo hacen,  los médicos. La curación del alma viene de Dios. Por eso Jesús lo primero que dice es: "Hijo, tus pecados quedan perdonados". No le pide cuentas ni le echa en cara nada, simplemente, le perdona. Una vez más  se deja llevar de la ternura y la compasión;  trata con cariño al paralítico; se mete en su piel al llamarle "hijo";  le transmite esperanza: todo es posible con un corazón            renovado.
            Jesús, en sus milagros,  aparece siempre preocupado por sanar  al hombre, llegando hasta lo más hondo de su ser; va siempre a lo esencial, mostrando que él es verdaderamente el "médico" que sana ("No tienen necesidad de médico los sanos...").  Cura el fondo del corazón humano. Y lo hace con esa " palabra de amor"  que es la única que puede cambiar al pecador.  Porque, lo sabemos,  el mal del hombre no es solo su mal físico, sino, sobre todo, su mal interior. Con bastante frecuencia  muchos de nuestros grandes males personales, son consecuencia del mal moral, del desajuste interior que, por mil razones,  llevamos dentro de nuestro ser.

            Es posible que, también nosotros, creamos, como los contemporáneos de Jesús,  que es más difícil hacer andar a un paralítico que perdonarle sus pecados.  Dios ve las cosas de otra manera. Para él es más valioso que el hombre pueda encontrar perdón-cercanía después de sus caminos errados. San Pablo nos recuerda, en la segunda lectura,  que lo primero es el sí de Dios a los hombres, no nuestro sí a Dios: "Él nos ha ungido. Él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu". San Ignacio decía que era gracia de Dios el ser capaces de percibir y reconocer nuestro pecado, y pide esa gracia a Dios en los Ejercicios, no para hundir al ejercitante, sino para hacerle conocer la auténtica realidad de su vida.

            Por ello, la Palabra, hoy, nos invita a:

. saber que Jesús viene ante todo a sanar el interior de nuestro ser; a cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne,  nuestro hombre viejo en un hombre nuevo. Y este cambio del corazón es el más importante. Ya  decía Isaías en la primera lectura: "él puede abrir siempre caminos en nuestro desierto y ríos en nuestro yermo";

. saber que podemos contar siempre con el perdón generoso de un Dios Padre que nos acoge, que ciertamente nos exige en la vida, pero en el que siempre podremos encontrar una palabra de perdón y un abrazo de acogida. Para Dios lo importante no es el pasado, sino el futuro que tenemos delante. De nuevo Isaías nos anima: "No recordéis lo de antaño, no penséis lo de antiguo. Yo realizo algo nuevo. Ya está brotando ¿no lo notáis?".  Y, en palabras de Jesús, siempre podemos levantarnos, tomar sobre nosotros la camilla de nuestro pasado y echar a andar ("Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa");

. reconocer la importancia del pecado como actitud básica en nuestra vida. Sabemos que Dios nos dice: "Yo era quien borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados". El perdón y el olvido de Dios Padre no significar minimizar mi responsabilidad en la vida ante Dios, ante mi mismo y ante los demás.  Reconocer que esto es así constituye una Gracia. Aquí está mi grandeza. El pecado nos disminuye. Reconocerlo nos engrandece.

. a encontrar a Dios en el perdón mutuo. Ciertamente no es fácil pedir perdón y perdonar, pero sabemos  que solo la reconciliación muestra la grandeza de espíritu y puede aportar paz, serenidad e incluso felicidad a la vida.             Que así sea con la Gracia de Dios.

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