3 de julio de 2009

"¿NO ES ÉSTE EL HIJO DEL CARPINTERO...?

XIV TO – B -Ez 2, 2-5 - 2Cor 12, 7-1 -  Mc 6, 1-6

El domingo pasado los textos litúrgicos nos invitaban a reflexionar sobre la fuerza y el poder de la fe. Hoy están centrados en las dificultades para creer y en la actitud de los hombres ante ellas. Destacamos tres:

 La primera es la de los israelitas: a los que vivían en el siglo VI a. C. les chocó y se les hizo un verdadero drama el ver que Jerusalén era conquistada por los babilonios, que les deportaron en gran número a su propio país. ¿Dónde estaba la fidelidad de Yahvéh a sus promesas? ¿Dónde está, se preguntaban los israelitas, el brazo poderoso de Yahvéh? Se sentían abandonados, en rebeldía, pero en lugar de buscar solución a sus dudas sobre la fidelidad de Dios, se aferran a ellas,  se encierran en su obstinación y con ello su corazón se endurece ante la voz de Dios que sigue hablándoles por medio de Ezequiel. En lugar de buscar resolver sus dudas de fe, se hunden más en ellas, incapaces de descubrir en la voz del profeta  un signo de que Dios sigue estando preocupado por su pueblo. 

La segunda actitud es la de los habitantes de Nazaret:  Ellos no pueden dudar de

los signos y prodigios que ha hecho Jesús en Cafarnaum y en los pueblos de su alrededor,  pero les cuesta  creer que un hombre corriente, y de su pueblo, como es Jesús, logre hacer tales cosas. Sin duda que ellos se habrían dado cuenta desde antes.  Algo raro y extraño ha sucedido, aunque no sepan qué es. Ellos conocían la familia tan normal de Jesús,  su infancia y juventud, sus padres, su oficio, sus parientes; lo habían visto crecer como uno entre tantos... sabían que no había estudiado en ninguna escuela rabínica, ni pertenecía a la casta sacerdotal,  no era miembro de familia  honorable que pudiera haberle transmitido su ciencia o su poder...  y, quizás, por ello,  no  podían  creer lo que  cuentan de él.  Es evidente que no hay cosa peor para la fe que acostumbrarse a vivir con el misterio a nuestro lado, perdiendo toda capacidad de asombro en            lo         cotidiano...
            La tercera actitud, muy diversa de las anteriores, es la de Pablo. La visión de Damasco ha marcado para siempre su vida. Lo que le pasa tiene que explicarlo desde ese momento  sobrecogedor  y profundo. Y así, desde esa experiencia de fe, llega a dos conclusiones:

1. Ante las crisis de fe está presente la gracia de Cristo para enfrentarse a ellas con decisión y valentía. El creer encuentra dificultades en cualquier época y en cualquier punto de la tierra.  Algunas son las de siempre, pues la fe es un don y hay que acogerlo en la oración y con humildad, pero, otras son actuales: el desinterés más o menos marcado por lo que no sea inmediato y aporte algo útil al hombre hoy, aquí y ahora; la excesiva confianza en la razón científica, en prejuicio de la razón filosófica que predispone para la fe; el espíritu relativista dominante;  amplios sectores de la sociedad, en los que "Dios" es un punto de vista más, en concurrencia con otros aparentemente más atractivos; no pocas veces se menciona también la imagen de una Iglesia retrógrada, enrocada en el pasado en la propuesta de algunas verdades dogmáticas o morales... en fin, podríamos añadir mas  dificultades a la lista.
            2.  En la debilidad, es donde soy más fuerte, pero no con mi fuerza, sino con la fuerza de Dios. La prueba de la fe es un momento extraordinario para acrecentarla y consolidarla. Con todo, esa experiencia no libra del aguijón de la "carne" (¿una enfermedad? ¿la conciencia de su debilidad ante la misión? ¿el sentir el peso del propio pecado?). También Pablo pasó por el escándalo de la fe;  tuvo dificultades, se sintió débil y en la debilidad  se mantiene firme porque una voz en su interior le repite: "Te basta mi gracia".  Si mil tentaciones no hacen una caída, tampoco mil dificultades hacen una sola duda de fe, ni una sola. Que así sea con la Gracia de Dios.

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