XIV TO – B -Ez 2, 2-5 - 2Cor 12, 7-1 - Mc 6, 1-6
El domingo pasado los textos litúrgicos nos invitaban a reflexionar sobre la fuerza y el poder de la fe. Hoy están centrados en las dificultades para creer y en la actitud de los hombres ante ellas. Destacamos tres:
La primera es la de los israelitas: a los que vivían en el siglo VI a. C. les chocó y se les hizo un verdadero drama el ver que Jerusalén era conquistada por los babilonios, que les deportaron en gran número a su propio país. ¿Dónde estaba la fidelidad de Yahvéh a sus promesas? ¿Dónde está, se preguntaban los israelitas, el brazo poderoso de Yahvéh? Se sentían abandonados, en rebeldía, pero en lugar de buscar solución a sus dudas sobre la fidelidad de Dios, se aferran a ellas, se encierran en su obstinación y con ello su corazón se endurece ante la voz de Dios que sigue hablándoles por medio de Ezequiel. En lugar de buscar resolver sus dudas de fe, se hunden más en ellas, incapaces de descubrir en la voz del profeta un signo de que Dios sigue estando preocupado por su pueblo.
La segunda actitud es la de los habitantes de Nazaret: Ellos no pueden dudar de
los signos y prodigios que ha hecho Jesús en Cafarnaum y en los pueblos de su alrededor, pero les cuesta creer que un hombre corriente, y de su pueblo, como es Jesús, logre hacer tales cosas. Sin duda que ellos se habrían dado cuenta desde antes. Algo raro y extraño ha sucedido, aunque no sepan qué es. Ellos conocían la familia tan normal de Jesús, su infancia y juventud, sus padres, su oficio, sus parientes; lo habían visto crecer como uno entre tantos... sabían que no había estudiado en ninguna escuela rabínica, ni pertenecía a la casta sacerdotal, no era miembro de familia honorable que pudiera haberle transmitido su ciencia o su poder... y, quizás, por ello, no podían creer lo que cuentan de él. Es evidente que no hay cosa peor para la fe que acostumbrarse a vivir con el misterio a nuestro lado, perdiendo toda capacidad de asombro en lo cotidiano...
La tercera actitud, muy diversa de las anteriores, es la de Pablo. La visión de Damasco ha marcado para siempre su vida. Lo que le pasa tiene que explicarlo desde ese momento sobrecogedor y profundo. Y así, desde esa experiencia de fe, llega a dos conclusiones:
2. En la debilidad, es donde soy más fuerte, pero no con mi fuerza, sino con la fuerza de Dios. La prueba de la fe es un momento extraordinario para acrecentarla y consolidarla. Con todo, esa experiencia no libra del aguijón de la "carne" (¿una enfermedad? ¿la conciencia de su debilidad ante la misión? ¿el sentir el peso del propio pecado?). También Pablo pasó por el escándalo de la fe; tuvo dificultades, se sintió débil y en la debilidad se mantiene firme porque una voz en su interior le repite: "Te basta mi gracia". Si mil tentaciones no hacen una caída, tampoco mil dificultades hacen una sola duda de fe, ni una sola. Que así sea con
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