23 de octubre de 2009

"QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?"

DOMINGO XXX - T.O. -B- Jer 31,7-9/Heb 5,1-6/Mc 10,46-52

"¿Qué quieres que haga por ti?". ¡Vaya pregunta! ¿Qué va a querer un ciego?. Jesús lo pregunta porque su Amor no impone nada, no hace nada sin contar con nosotros. Los zebedeos, el domingo pasado, pedían honores, poder, privilegios; el ciego pide  vida: "que pueda ver". Eso sí es voluntad de Dios, para eso sí ha venido Jesús: para que tengamos vida en abundancia. Y la primera vida, la básica, es la vida física que exige desarrollarse en plenitud: desde la comida y bebida, hasta las capacidades sensoriales, sociales, culturales…  El ciego tiene mucha luz interior; puede que no sea capaz de  percibir la facciones de los rostros, pero escucha  e intuye los latidos del corazón;  tiene la firme convicción de que aquel momento es decisivo en su vida y se pone en pie, grita, grita…"Tu fe te ha curado": esta frase que Jesús dice en otras ocasiones de curación,  expresa  que la salvación  viene de Él como presencia de Dios, pero que ha sido eficaz gracias a la confianza de la persona, y es que el amor sólo es eficaz cuando se le acoge; el amor de Dios puede hacer maravillas, y las hace, pero necesita una respuesta acogedora: un amor que responda a su amor. ¡Cuántas veces Jesús se lamenta de que su amor no encontró la confianza y la respuesta adecuada!... "Y se marchó de allí sin hacer ningún milagro debido a su falta de fe".

            "Recobró la vista y le seguía por el camino". Bartimeo (Marcos es el único que le llama por su nombre) ha descubierto el amor de Dios expresado en la atención, la escucha y curación de Jesús. Era un hombre apartado de la vida social, en la cuneta; un hombre que grita sin miedo su necesidad, ante quien Jesús no pasa de largo; al contrario se para, se interesa por él, lo cura. La narración de Marcos es toda una historia de fe y de amor en la que la tradición cristiana ha visto  una viva imagen del proceso  de la fe y de la conversión. Hoy se nos ofrece una invitación a permanecer, como el ciego, atentos al paso del Señor que viene continuamente a nuestro encuentro, para ello es necesario no tener miedo de nuestra propia realidad, reconocernos tal cual somos, sin máscaras, sin tapujos, sin doble lenguaje ni doble moral.  Los demás también pueden salir a nuestro encuentro. Ayudar a quitarse el manto y dar un salto en la dirección indicada, escuchando las palabras de ánimo de los discípulos, es también la misión de la Iglesia. La comunidad cristiana tiene que ser la animadora del encuentro con Jesús. La Iglesia no está para condenar sino para acercar al ser humano hacia sí mismo, hacia los demás y hacia Dios. Tenemos que decir al que busca a Dios: "- Ánimo, levántate. Te está llamando." Muy probablemente el ciego no sabía la distancia a la que estaba Jesús y fueron los demás los que haciendo el papel de lazarillos le condujeron hasta Él. La Iglesia lazarilla a través de los siglos ha mostrado y ha acercado a millones de ciegos a Dios que, ante la misericordia del Señor, que llega siempre,  han iniciado el camino del seguimiento como discípulos.

            Por el bautismo todos somos sacerdotes, porque participamos del sacerdocio de Cristo. Pero nuestro sacerdocio no borra nuestras debilidades. Como personas débiles que somos, debemos comprender las debilidades de los demás y acercarnos a ellos con humildad y amor. La arrogancia espiritual nos distancia de los demás,  nos hace estériles e infecundos. Como Cristo, sepamos, si llega el caso, sentarnos a la mesa de los pecadores y ser amigos de publicanos. "Señor que pueda ver" con tu mismo corazón para seguir el camino hacia la cruz, el camino hacia la Luz. "Libra mis ojos de la muerte, dales la luz que es su destino. Yo, como el ciego del camino, pido un milagro para verte". Que así sea con la Gracia de Dios.

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