6 de noviembre de 2009

...LA ALCUZA DE ACEITE NO SE AGOTARA.

XXXII-TO – B- Reyes 17, 10-16/Hb 9, 24-28/Mc 12, 38-44

 

            La escena de la viuda pobre ocupa un lugar significativo en Marcos. Es el último episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén,  puesto en el contexto del discurso en el que traza un retrato sobre la falsa religiosidad de los escribas  que "no les impide devorar los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos".  Frente a la actitud farisea de quienes dicen pero no hacen ("Haced lo que ellos digan, no hagáis lo que ellos hacen", dice Jesús); de los que se sirven de la religión (política) para su propia utilidad;  de los que se pavonean con sus ropajes llamativos, reclamo de reverencias y adulación de la gente; de los que buscan ser tenidos por justos al margen de Dios…,  Jesús llama la atención, al fijarse en la pobre viuda, sobre lo realmente esencial de la persona. Porque lo que de verdad importa no es la cantidad, sino la buena disposición, la voluntad de hacer el bien, la generosidad... (incluso dando todo lo que tiene, lo que necesita para sobrevivir), la capacidad de servicio, ayuda, cercanía. Los dos reales son un sello del don total de la persona, porque entrega a Dios todo lo que tiene para vivir. Elegir el último puesto, como hizo Jesús en la Encarnación y en la Cruz; "ofrecerse para quitar los pecados del mundo", es el sello auténtico de un amor que se entrega y nos ama de verdad; esto mide la grandeza de una vida.

           

            Con su limosna la viuda convirtió su pobreza en auténtico sacrificio e inmolación; como si hubiera derramado su vida o la hubiera quemado  como incienso en la presencia de Dios y todo sin ser notada, como se hacen las cosas grandes,  en secreto, descubierta solo por la mirada de Cristo que, más allá de las apariencias, penetra en lo interior,  mira el corazón. Por eso Jesús puede decir: "Esta pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie". El Señor no se fija tanto en lo que damos, sino en lo que nos reservamos para nosotros; en la mayor o menor confianza en la providencia de Dios,  única esperanza de nuestra vida.  El profeta Elías recuerda a la viuda de Sarepta que, recogiendo leña, espera la muerte: "La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará…".  En una situación extrema la viuda se fió,  creyó y obedeció: "Y comieron  él, ella y su hijo". Y es que, escribía san León Magno:  "En la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones".

 

 "Todo lo que no damos se pierde". Y es una pena que se pierdan tantas posibilidades de hacer el bien; que se malogre tanta buena voluntad sin canalizarla en un sentido u en otro, que se despilfarren tantos medios..., que se estropeen tantas cosas  que no nos sirven pero tampoco dejamos que sirvan a otros que lo necesitan... Las pequeñas cosas no cambian las estructuras pero pueden cambiar el corazón de los hombres  que son los que pueden cambiar las estructuras. Esta es la  lógica de Jesús: ser sencillos de corazón y confiar  plenamente en Dios sin dar tantas vueltas a nuestros miedos. Descubrir en esta lógica sorprendente  el verdadero fundamento de la religión: darse a Dios sin reserva, con lo que somos  y lo que tenemos, sin ser notados, como se hace en las cosas grandes, en secreto, desde el interior. Es el mejor ejemplo de la religión en espíritu y en verdad. No debemos fundar nuestra confianza en la conciencia que tenemos de nuestros medios sino en la misericordia y en bondad de quien nunca nos abandona; nuestras seguridades nacen de esta confianza filial. No olvidemos las consoladoras palabras del Salmo: "El Señor hace justicia a los oprimidos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan; El Señor ama a los justos; el Señor sustenta al huérfano y a la viuda". Que así sea con la Gracia de Dios.

No hay comentarios: