11 de diciembre de 2009

"¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?"

III DOM. DE ADVIENTO -C-  Sof 3,14-18a/Fil 4,4-7/Lc 3,10-18 

 

Estamos en un momento en el que, en muchas ocasiones y en no pocos temas importantes, tenemos la sensación de que vamos hacia el vacío, la indiferencia; en donde los gozos están más que contados y parece que nos aplasta  un sopor tristón, conformista. Y sin embargo,  estando como estamos, en pleno tiempo de adviento, la Iglesia nos invita a estar alegres y a ponernos siempre en movimiento. No se trata de un imperativo sino que nos recuerda la  verdadera sabiduría, esa que proviene no del privilegio, sino del don que recibimos del Señor y que nos permite  ver las cosas, la realidad,  con una mirada distinta. Las circunstancias seguirán siendo las mismas, pero las contemplaremos desde otra óptica, esa que coincide con los ojos de Dios.

La liturgia de la Iglesia nos llama a la alegría desbordante como preparación inmediata a la fiesta del gozo y salvación con que celebraremos el nacimiento del Señor. Es la alegría de una Buena Noticia que nos recuerda nuevamente que lo que  mueve y llena el corazón del hombre, de todo hombre, es el deseo de ser definitivamente amado. La vida es el torpe o el feliz comentario  de este deseo infinito escrito en nuestra entraña. El acontecimiento cristiano es un hecho en la historia que narra con pasión y belleza que ese deseo de nuestro corazón es verdadero y que Jesús ha venido para hacer posible que la exigencia de felicidad que nos embarga sea cumplida y realizada en nuestra humanidad. Es como un guiño de esperanza para que se despierte nuestra alegría; no una alegría fugaz y tramposa sino esa que nadie nos podrá arrebatar porque   nace del  encuentro con el Dios que viene.

Pese a las contrariedades y los momentos difíciles de la vida, el creyente lleva siempre en su interior la convicción de estar acompañado por Alguien que no le abandona: "No temas... el Señor se complace en ti, te ama y se alegra como en un día de fiesta", ha recordado el profeta Sofonías al pueblo de Israel que, sabiéndose amado por Yavé,  recobra sus fuerzas, deja de temer y da gracias porque su suerte ha cambiado. Estos mismos temas : alegría, proximidad del Señor, valentía y liberación proféticos los encontramos en la segunda lectura. Pablo exhorta a los cristianos de Filipos con una frase: "Estad siempre alegres en el Señor" e invita a vivir en la paz de Dios, con mesura,  el don de una relación íntima con el Señor que  está cerca. Esta presencia y proximidad de Dios es la que nos hace vivir gozosos pues lo sabemos cercano en tantas experiencias de entrega, de amor, "en cada hombre y en cada acontecimiento"; una  presencia que no nos adormece en una falsa seguridad. 

Por eso, también nosotros como los que se acercaban a Juan podemos preguntar "¿Qué tenemos que hacer?". Con aparente simplicidad Juan nos sitúa ante nuestra verdad y responsabilidad personal. La respuesta es semejante y concierne a todos: el que goce de cualquier situación de privilegio  que no se aproveche de ella; nada de acumular, extorsionar o chantajear. Así de claro, así de simple. No valen evasiones, ni excusas: tú puedes ser honrado y honesto, solidario; tú puedes ser  gente legal que no se aprovecha de la injusticia. Todas sus exigencias están referidas a la convivencia, al reconocimiento de la dignidad y al respeto de los otros… no es poca exigencia para quien tiene la misión de preparar el camino al liberador y Salvador que llega. Su llamada a la responsabilidad ética  no se basa en mero voluntarismo; acompaña a la certeza de que el Señor llega y esto nos  llena de esperanza.  Dios cercano quiere un mundo de hombres y mujeres libres, generosos; un mundo de hombres y mujeres hijos suyos que viven desde la serenidad y la paz del corazón. Hemos rezado en el Salmo: "El Señor es mi Dios y Salvador, confiaré y no temeré...". Que así sea con la Gracia de Dios.

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