30 de octubre de 2009

"VEREMOS A DIOS TAL CUAL ES"

TODOS LOS SANTOS – Ap 7, 2-4.9-14/Jn 3, 1-3/Mt 5, 1-12a

            Si contemplamos el firmamento en una noche estrellada y clara, vemos innumerables puntos luminosos. Algunos destacan más y tienen un nombre propio conocido por todos, como la estrella polar. Pero también observamos  racimos de estrellas sin nombre, constelaciones y galaxias que forman una polvareda luminosa, como la Vía Láctea. Algo parecido sucede en el firmamento de la iglesia. Hay santos que destacan: san José, san Francisco, santa Teresa, san José Manyanet... pero hay también multitud de santos anónimos que no figuran en el santoral del calendario de la Iglesia pero que son una luz encendida que ilumina, tenuemente quizás,  el camino diario de la humanidad.

            Desde hace ya mucho tiempo (IV siglo en Oriente y VII en Occidente, cuando el Papa Bonifacio IV dedicó en honor a los mártires cristianos el Panteón  de Roma donde se veneraban a los dioses del imperio), la Iglesia ha expresado el  reconocimiento a estos hijos suyos; si a lo largo del año, en los días del calendario litúrgico, conmemora y nos propone para la imitación la figura de un mártir, apóstol, doctora, confesor de la fe..., nos dice hoy: "Alegraos en el Señor al celebrar  en este día la fiesta de todos los Santos". Su recuerdo no lo podemos ocultar: son hombres y mujeres que a lo largo de su vida no pretendieron hacer "cosas extraordinarias" sino hacer extraordinariamente las "cosas ordinarias" de cada día; hombre y mujeres que, en la heroicidad de lo cotidiano, "lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero"; hombres y mujeres que hicieron, sencillamente, lo que tenían que hacer con una conciencia recta. La fiesta es pues un homenaje y reconocimiento que hace la Iglesia a tantos hermanos en la fe ("Una muchedumbre que nadie podría contar", leemos en el Apocalipsis) que han creído,  testimoniado, amado  a Cristo y a los hermanos en la vida de cada día y, además, en comunión con toda la Iglesia...

            Todos ellos escucharon la voz de Dios y lo siguieron. Y lo hicieron de "mil formas distintas". Cada uno a su estilo y en su circunstancia,  con las cualidades y  dones que el Señor le ha dado. San Pablo pone un buen ejemplo de ello cuando habla de que "los miembros del cuerpo humano son muchos y distintos" y a cada uno le corresponde una función, diferente a los demás, pero "para el bien común". Cada cual en su puesto, en su responsabilidad hace que "florezca la diversidad en la unidad". No hay una "santidad en serie"..., sino infinitas variantes y carismas, según el don de Dios, que en Jesucristo nos ha revelado el  modelo de santidad para todos.

            Ser "Santo", honesto, justo, bueno… parece estar devaluado en una cultura vitalista como la nuestra que presenta y propone "otros modelos" aparentemente más atractivos... y, sin embargo debemos recordar que  ser santo es amar la Vida y hacerlo plenamente y que todos estamos llamados a la santidad y plenitud de vida. Los santos no son seres de otras épocas, al contrario, hoy sigue habiendo muchos hombres y mujeres anónimos  que dedican sus energías al evangelio, héroes desconocidos que se desviven por los más necesitados; personas de toda clase y condición que han llegado ya a la meta del encuentro con el Padre, santificados en el día a día;  padres y madres de familia que, a pesar de las dificultades confían siempre en el Señor y transmiten a sus hijos el don de la fe; seres de carne y hueso..., de todas las edades y condiciones... que  creen  y testimonian  el amor de Dios y, al hacerlo, llenan de esperanza este mundo.

            Es santo, nos recuerda hoy el evangelio,  aquel que vive según el Espíritu de las Bienaventuranzas: libre frente a las cosas que tanto fascinan; limpio y puro de corazón practicando la misericordia; hambriento de justicia y de paz;  sencillo... Nuestra vocación es "vivir como hijos de Dios, pues lo somos". Él nos ama; él nos purifica; Él nos santifica. Nuestra vocación es la santidad. Lo que otros han podido hacer con la Gracia de Dios podemos lograrlo también nosotros. Que así sea.

23 de octubre de 2009

"QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?"

DOMINGO XXX - T.O. -B- Jer 31,7-9/Heb 5,1-6/Mc 10,46-52

"¿Qué quieres que haga por ti?". ¡Vaya pregunta! ¿Qué va a querer un ciego?. Jesús lo pregunta porque su Amor no impone nada, no hace nada sin contar con nosotros. Los zebedeos, el domingo pasado, pedían honores, poder, privilegios; el ciego pide  vida: "que pueda ver". Eso sí es voluntad de Dios, para eso sí ha venido Jesús: para que tengamos vida en abundancia. Y la primera vida, la básica, es la vida física que exige desarrollarse en plenitud: desde la comida y bebida, hasta las capacidades sensoriales, sociales, culturales…  El ciego tiene mucha luz interior; puede que no sea capaz de  percibir la facciones de los rostros, pero escucha  e intuye los latidos del corazón;  tiene la firme convicción de que aquel momento es decisivo en su vida y se pone en pie, grita, grita…"Tu fe te ha curado": esta frase que Jesús dice en otras ocasiones de curación,  expresa  que la salvación  viene de Él como presencia de Dios, pero que ha sido eficaz gracias a la confianza de la persona, y es que el amor sólo es eficaz cuando se le acoge; el amor de Dios puede hacer maravillas, y las hace, pero necesita una respuesta acogedora: un amor que responda a su amor. ¡Cuántas veces Jesús se lamenta de que su amor no encontró la confianza y la respuesta adecuada!... "Y se marchó de allí sin hacer ningún milagro debido a su falta de fe".

            "Recobró la vista y le seguía por el camino". Bartimeo (Marcos es el único que le llama por su nombre) ha descubierto el amor de Dios expresado en la atención, la escucha y curación de Jesús. Era un hombre apartado de la vida social, en la cuneta; un hombre que grita sin miedo su necesidad, ante quien Jesús no pasa de largo; al contrario se para, se interesa por él, lo cura. La narración de Marcos es toda una historia de fe y de amor en la que la tradición cristiana ha visto  una viva imagen del proceso  de la fe y de la conversión. Hoy se nos ofrece una invitación a permanecer, como el ciego, atentos al paso del Señor que viene continuamente a nuestro encuentro, para ello es necesario no tener miedo de nuestra propia realidad, reconocernos tal cual somos, sin máscaras, sin tapujos, sin doble lenguaje ni doble moral.  Los demás también pueden salir a nuestro encuentro. Ayudar a quitarse el manto y dar un salto en la dirección indicada, escuchando las palabras de ánimo de los discípulos, es también la misión de la Iglesia. La comunidad cristiana tiene que ser la animadora del encuentro con Jesús. La Iglesia no está para condenar sino para acercar al ser humano hacia sí mismo, hacia los demás y hacia Dios. Tenemos que decir al que busca a Dios: "- Ánimo, levántate. Te está llamando." Muy probablemente el ciego no sabía la distancia a la que estaba Jesús y fueron los demás los que haciendo el papel de lazarillos le condujeron hasta Él. La Iglesia lazarilla a través de los siglos ha mostrado y ha acercado a millones de ciegos a Dios que, ante la misericordia del Señor, que llega siempre,  han iniciado el camino del seguimiento como discípulos.

            Por el bautismo todos somos sacerdotes, porque participamos del sacerdocio de Cristo. Pero nuestro sacerdocio no borra nuestras debilidades. Como personas débiles que somos, debemos comprender las debilidades de los demás y acercarnos a ellos con humildad y amor. La arrogancia espiritual nos distancia de los demás,  nos hace estériles e infecundos. Como Cristo, sepamos, si llega el caso, sentarnos a la mesa de los pecadores y ser amigos de publicanos. "Señor que pueda ver" con tu mismo corazón para seguir el camino hacia la cruz, el camino hacia la Luz. "Libra mis ojos de la muerte, dales la luz que es su destino. Yo, como el ciego del camino, pido un milagro para verte". Que así sea con la Gracia de Dios.

15 de octubre de 2009

"...Y DAR SU VIDA EN RESCATE POR TODOS"

DOMINGO XXIX TO -B- Is 53,10-11/Heb 4,14-16/ Mc 10,35-45

 

            En el cristianismo todo tiene la medida de Cristo. Él lo sustenta todo, da plenitud a todo. Todo se mide por él y desde él. Él es la medida de su Reino, de su Ley y de la salvación que ofrece a los hombres. Por eso, cuando Santiago y Juan le piden el privilegio de  sentarse a su derecha y a su izquierda en su gloria, Jesús les interroga por su capacidad de unirse a él en la pasión que deberá sufrir y que momentos antes les había anunciado. Jesús beberá el cáliz y se sumergirá en la muerte para borrar el pecado del mundo y ofrecer la salvación a los hombres. La gloria que buscan los hijos de Zebedeo se trastoca, se convierte en una oferta de sufrimiento y muerte en unión con su Maestro. Para entrar en el Reino de Dios es preciso entrar por Jesús, que es la puerta, unidos a su destino;  dejar de pensar en categorías de poder, riqueza, gloria..."No sabéis lo que pedís".

            En el fondo Jesús examina de amor a Santiago y a Juan, como hará con Pedro en el lago de Tiberíades, tras la Resurrección. Quien ama de veras sólo desea vivir plenamente la vida y la suerte de la persona amada. Jesús les pregunta por esa capacidad de amar que es la única condición para ser grande en su Reino y gozar de su compañía. No hay mayor oferta que ésta, ni mayor reto para quien ama: participar en el mismo destino del Amado. En comparación con esto, el puesto a la derecha y a la izquierda, pierde relieve. Al amor le sobran condiciones. En la Encarnación Jesús puso las bases de un Reino que nada tiene que ver con los de la tierra. Por eso los que quieran ser grandes y primeros en este Reino deben seguir el ejemplo de Cristo, imitarle en todo y amar como Él lo hizo. La vida entregada es la "autoridad" que hace crecer  en la realización humana; es una oferta libre que no se impone ni busca privilegios de ningún tipo.

            La ley constitucional de la comunidad cristiana es el servicio. Jesús subraya la radical diferencia entre sus seguidores y los de otras instituciones humanas en las que  se busca el poder, el prestigio y se trepa para conseguir los primeros puestos. "Vosotros nada de eso": la responsabilidad en el campo cristiano se identifica con la humildad, el servicio, la alegría por el crecimiento y el bien del otro. La clave de la autoridad, eclesiástica como civil, está en el servicio. El signo de Jesús "probado en todo exactamente como nosotros menos en el pecado" es  entregar la vida hasta la muerte por amor a todos, un amor que transforma el dolor y el sufrimiento en salvación.  Se trata  de acompañar, de compartir, de vivir la vida como entrega, donación, servicio; se  trata  de iluminar antes que deslumbrar.

            Precisamente e lema del Domund de este año es muy significativo: "La Palabra, Luz para  los pueblos". Nosotros hemos escuchado  y hemos creído en la Palabra; ahora nos corresponde ser pregoneros y misioneros de esta Palabra  pronunciada y encarnada. La Palabra de Dios es un bien para todos los hombres que la Iglesia no debe conservar sólo para sí, sino compartir con alegría y generosidad con todos los pueblos y culturas, para que también ellos puedan encontrarse en Jesucristo la vía, la verdad,  la vida, la Luz… este anuncio debe ser claro,  hecho en todas partes y siempre acompañado por  el testimonio coherente de la vida. Todo cristiano está llamado a ser misionero y testigo. Es un mandato explícito del Señor que,  más que un deber,  debe ser un privilegio: cooperar con el Señor a la salvación de cada uno y de la humanidad entera: en la familia, la escuela, la catequesis… somos misioneros, testigos de la  fe, de la esperanza que no defrauda, del amor que se transforma en obras de servicio. Y hemos de serlo con el ejercicio de la misericordia, la compasión y la entrega humilde "por la vida del mundo". No es el poder el que salva sino el amor. Que así sea con la Gracia de Dios.

9 de octubre de 2009

"...Y EN LA EDAD FUTURA, VIDA ETERNA"

DOM  XXVIII  TO-B- 1- Sab 7, 7-11 / Heb 4, 12-13 / Mc 10, 17-30

            Entre tantos valores que el hombre encuentra en su existencia ¿Cuál es el valor supremo?. La primera lectura  responde que la sabiduría es el valor superior, más precioso que las riquezas ("Todo le oro a su lado es un poco de arena y, junto a ella, la plata vale lo que el barro"). Para el AT  el espíritu de sabiduría nos conduce a la conquista del bien y de la felicidad. Tiene mucho que ver con la prudencia, con el equilibrio interior, con la clarividencia, con un verdadero y acertado discernimiento. Ya los griegos decían que el verdadero sabio es el santo, el que acierta a comportarse correctamente en las distintas circunstancias de la vida. Las personas sabias y santas son, además, felices, porque saben ajustar su vida al orden de las cosas, a la voluntad de Dios.  

Prototipo del hombre sabio es Salomón: "… te doy un corazón prudente, como no ha habido antes de ti ni lo habrá después. Pero además te añado lo que no has pedido: riquezas y gloria en tal grado que no habrá en tus días rey alguno como tú" (1 Re 3, 10-13).  Encontrar un sentido a la existencia; saber discernir los valores humanos y morales y dejarse guiar por ellos…, abrir el corazón al espíritu de Dios,  vivir en la verdad de la vida,  descubrir el "arte de vivir". Esta sabiduría  no es tanto fruto del esfuerzo humano, cuando don de Dios que debemos pedir cada día; no es acumular conocimientos sino abrirse a Dios con profundo respeto y reconocimiento  humilde de su divinidad. Por eso, al sabio,  le vienen por añadidura todos aquellos bienes que no había buscado por entregarse a la búsqueda de la sabiduría.

            Esta reflexión nos descubre  que la búsqueda de la vida eterna no está alejada de la búsqueda de la sabiduría: "¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?". Jesús "mira con cariño"  a quien tiene  una inquietud,  a quien busca  el sentido profundo de su vida y le deja marchar;  no le codena (quizás necesita más tiempo…) cuando, triste, no acepta ni comprende la  invitación de Jesús  ("Vende lo que tienes… así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme"). Jesús no condena la riqueza sino la dependencia, la esclavitud de los bienes materiales cuando cierran el horizonte a cualquier pregunta. Qué gran verdad es aquella de que "el que posee es poseído", está atrapado en una red brillante, apetitosa, falaz… "Qué difícil desprenderse de las riquezas en las que se ha puesto el corazón!".

"¿Qué hacer para alcanzar la vida eterna?"  No es cuestión de reunir una serie de requisitos sino de ser transparentes en el trato  con Jesús, relativizar todo aquello que puede restarnos fuerzas, coherencia e ilusión en el vivir como hijos de Dios. El secreto es hacer  un buen uso  de nuestra riqueza, no idolatrar el dinero ("Consumir es un agua que cada vez da más sed"), ser capaces de compartir según nuestras posibilidades. Jesús recuerda: Dios como valor supremo es la máxima riqueza y  sabiduría del hombre, que nos invita a no despreciar los demás valores sino a estimarlos positivamente y  buscarlos ordenadamente. Para alcanzar el Reino y la felicidad el camino es despojarnos de nuestras seguridades (sean o no económicas) para ser "llenados" por la Gracia de Dios que es quien nos dará la salvación.

            El evangelio nos ayuda  a ser profundamente humanos,  a vivir con  libertad frente a las cosas materiales; a saber dar a cada cosa en valor que tiene dentro del conjunto y en relación al servicio que ofrece a las personas. Vivimos según lo que son nuestros valores, por eso no es indiferente que predominen en nuestra vida unos u otros pues determinan la mentalidad, el modo de afrontar los problemas, las relaciones…, por eso es necesario recordar que el espíritu de sabiduría es como una luz que nos muestra el verdadero camino que debemos seguir para vivir santamente en esta vida y alcanzar así la vida eterna. Santa Teresa escribía: "El que se salva sabe y el que no, no sabe nada". Que así sea con la Gracia de Dios.

2 de octubre de 2009

"SERÁN LOS DOS UNA SOLA CARNE"

DOMINGO XXVII -B- 1- Gn 2,18-24/Heb 2,9-11/Mc 10,2-16

 

            El divorcio es una realidad incontestable en nuestra cultura. Ha desaparecido la controversia que acompañó al debate público de su legalización en España hace más de veinticinco años pero se ha impuesto socialmente en la vida real. Hoy, sin embargo, las estadísticas marcan la tendencia en otra dirección: el descenso de número de matrimonios y el ascenso considerable de uniones de "pareja de hecho" de todo tipo, sin  vínculos legales, que buscan la realización individual en libertad al margen de compromisos definitivos. El descenso, constatable en cualquier parroquia, y, en cualquier caso, el aplazamiento en formalizar el matrimonio civil o religioso después de años de convivencia, nos obligan a una reflexión. En muchos jóvenes es más importante tener a mano la posibilidad de divorciarse que aspirar a amarse con más plenitud y a fondo perdido. En realidad no confían en sí mismos o en su pareja y se favorece un cambio hacia valores más individualistas.

            La Palabra de Dios hoy nos plantea directamente la cuestión del divorcio. La legislación judía en tiempos de Jesús reconocía al varón capacidad jurídica para divorciarse de su mujer. El divorcio era decisión exclusiva del esposo, nunca de la esposa ni de una autoridad judicial externa, por eso era claramente discriminatoria con la mujer. Las escuelas discutían sobre los motivos y supuestos que podía alegar el varón, pero no sobre el hecho y la licitud de derecho que tenía para conceder el divorcio. La pregunta de los fariseos a Jesús, tal como la presenta el evangelista Marcos, rebasa el planteamiento judío. Pregunta malintencionada, de la que seguramente ya sabían la respuesta: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?" Jesús aborda la cuestión en dos momentos distintos.

            En primer lugar reivindica la igualdad y dignidad de la mujer. A los fariseos les responde a partir de la legislación y con principios rotundos. Ellos se amparan en la ley, pero Jesús la interpreta, aclara y corrige con una autoridad sorprendente, argumentando a partir del Génesis: "Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer". Dios los crea en igualdad profunda y para la unidad plena: "¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!" La legislación muestra la incapacidad para entender el proyecto de Dios: "Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto". Pero sus palabras no son jurídicas sino proféticas y evangélicas. El proyecto de Dios es un proyecto de amor, de ayuda mutua, de unión estable y permanente hasta la muerte. En un sociedad machista Jesús lanza una impresionante denuncia contra la opresión de la mujer y manifiesta que es posible que un hombre y una mujer, iguales en naturaleza y dignidad, mantengan una relación de amor hasta la muerte.

            Tampoco los discípulos acababan de entender y, ya en casa, "volvieron a preguntarle sobre lo mismo". Y aclara con un nuevo principio: también la mujer habría de tener la misma capacidad jurídica para divorciarse de su esposo, pero por ello mismo su divorcio queda desautorizado en nombre de Dios: "si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro comete adulterio".  Jesús, en un segundo momento,  amplía su enseñanza en el círculo de los discípulos  con una escena gráfica y un gesto que entra por los ojos: el niño por definición se abre al otro, acoge el don gratuito, confía. El divorcio es un mal que perderá su poder cuando hombres y mujeres adquieran la calidad personal del niño; la unidad querida por Dios se alcanzará en la medida en que tengan la capacidad de acogida y la limpieza de miras de los niños. 

No olvidamos que la fragilidad humana hace que muchas veces el ideal de la unidad no se pueda vivir y la convivencia termina siendo un infierno..., que existen situaciones extremadamente duras y difíciles, que cuesta aceptar las exigencias y sacrificios de una vida en común..., sobre todo cuando de raíz falta lo fundamental: la madurez en el amor, la libertad o la verdad. En estos casos la Iglesia tiene que ser comprensiva y ayudar a que las personas puedan rehacer su vida y no se sientan apartadas de la comunión eclesial ("Madre y Maestra", no indiferente sino misericordiosa). La comunidad cristiana debe acompañar, fortalecer, animar... Que así sea con la Gracia de Dios.