18 de febrero de 2010

"... EL DEMONIO SE MARCHÓ HASTA OTRA OCASIÓN"

I DOMINGO CUARESMA -C-  Dt 26, 4-10 / Rom 10,8-13 / Lc 4,1-13

           

En el bautismo Jesús se solidarizó con los pecadores y eligió el camino del Siervo de Yavé. En el desierto va a rechazar el falso mesianismo de carácter triunfante que le propone el tentador. Las tres tentaciones describen de una manera resumida las falsas salvaciones que se ofrecen al hombre y que también  pasaron  por la cabeza de Jesús y muestran sus compromisos vitales:

            La primera tentación, tener, reduce la salvación a  satisfacción de las necesidades naturales del hombre. La respuesta de Jesús recuerda que el hombre no vive solo de pan, necesita de la Palabra de Dios. Existe el hambre de pan, pero hay otras hambres que ponen al descubierto la esencia profunda del hombre, como oyente de la palabra y abierto a la relación con Dios. Ese hambre de Dios queda hoy sofocada por la sociedad y el ambiente de consumo que da satisfacción a necesidades inventadas y olvida las verdaderas necesidades del hombre. "Vuelve la idea de trascendencia. El hombre necesita buscar un sentido a la vida, la muerte y el dolor. La religión crea valores comunes sin los que es difícil vivir". El hombre vive de relación, de sueños, de proyectos, de esfuerzo, de fiesta... no solo de trabajo...

            La segunda tentación es la del falso mesianismo que espera la salvación del poder.  Todo sistema de poder pretende en el fondo una adhesión más o menos incondicional de los miembros de la sociedad para poder funcionar,  se convierte en una especie de dios que pide reconocimiento absoluto  y para ello suele prometer la felicidad y la solución de todos los problemas humanos y pocas veces reconocen que hay problemas que necesitan otro tipo de soluciones.  Jesús recuerda  que el hombre debe adorar solamente a Dios, que es el único Señor que nos constituye en personas libres.  Cuando el hombre se desconecta de toda relación con Dios (privado de esa apertura que le pone en su sitio) la vida se convierte en un episodio irrelevante que hay que llenar  de ídolos, experiencias placenteras, idolatría, dominio, loterías, azares... desvinculado.

            La tercera tentación busca, en el fondo, tener un Dios arbitrario, sometido a nuestro capricho. Se trata de querer acelerar la historia y de no respetar sus ritmos ( cuántos revolucionarios han sucumbido a esta tentación y han sacrificado a millones de personas a sus ideas y proyectos). Jesús  considera esta propuesta como un tentar directamente a Dios y la rechaza inmediatamente. Él está decidido a seguir el camino del servidor, solidarizado con los hombres, que ofrece una salvación desde dentro de la humanidad y no venida de las nubes; si hubiera cedido no hubiera muerto en la cruz pero ejerció su auténtica libertad  amando hasta el extremo, no se vendió por cuatro aplausos...  y en la fidelidad nos salvó....

            Lucas termina el relato de las tentaciones  afirmando que "el demonio se marchó hasta otra ocasión", lo cual nos recuerda que la tentación estará presenta más adelante en la vida de Jesús y también en la nuestra. En el camino de la vida que todos recorremos hay etapas de "desierto" en la que, sintiéndonos débiles,  podemos "tirar la toalla" de un proyecto de vida  apoyado en Dios. En el fondo la gran tentación  es no dejar que Dios sea Dios, quitarle la iniciativa salvadora, querer "controlarle" o sustituirle por oros dioses (seguridad, comodidad, prestigio, apariencia...) que, aparentemente nos pueden hacer la vida más fácil; qué gran tentación la de  romper la comunión con Él; la  de prescindir de Dios queriéndome "salvar solo", ignorando  su plan sobre mi y  banalizando su providencia, haciéndola capricho.  Dios nos habla en la vida. Su palabra es viva y eficaz, transforma a aquel que la quiera escuchar y proclamar. "Nadie que cree  en él quedará defraudado". Que él nos de una mirada profunda que que nos ayude a vivir atentos a  todo aquello que nos aparta de su proyecto, a vencer la tentación. Que así sea con la Gracia de Dios.

11 de febrero de 2010

"BENDITO QUIEN CONFÍA EN EL SEÑOR"

 DOMINGO VI TO -C- Jer 17,5-8/ Cor 15,12.16-30/Lc 6,17-26

 

            La vida humana es un ejercicio continuo de confianza: los hijos confían en sus padres, el esposo en la esposa y viceversa, el alumno en el maestro, el comprador en el comerciante, el pasajero en el conductor...; en la vida espiritual toda la confianza se ha de poner en Dios, porque esa vida es completamente obra de Dios, los hombres somos  sólo colaboradores. Podemos confiar en un sacerdote, un religioso-a, en los sacramentos…, pero no es tanto en ellos cuanto en el Dios que a través de ellos nos habla, acoge, perdona. Si no fuera así, si no llegáramos  hasta las entrañas del mismo Dios, podríamos vernos  decepcionados de todos.     

La primera lectura dice que el que confía en el Señor es como un "árbol plantado junto al agua, que en año de sequía no deja de dar fruto y se mantiene verde". El profeta recuerda que solo Dios puede dar ese apoyo, esa seguridad y frescor que las fuerzas humanas son incapaces de asegurar. Solo Dios le infunde vida, juventud, un dinamismo que fructifica en buenas obras. En el evangelio, el pobre, el hambriento, el que llora o el que es odiado, es llamado dichoso porque, al no tener seguridades humanas, pone toda su confianza en el Señor. Y Pablo subraya: "¿Y quién puede creer en la resurrección de los muertos sino el que confía plenamente en que Dios ha resucitado a Jesucristo como primicia de quienes duermen el sueño de la muerte?".

La bendición bíblica recae sobre el espíritu de desprendimiento, de bondad, de coherencia,  de solidaridad que expresa una  actitud fecunda que acaba rodeada de amigos y de una felicidad profunda que llena el corazón del hombre. Frente a éste espíritu,  "maldito", dicen los textos,  el que confía solo en el hombre, en  las seguridades, fuerzas, medios humanos, sean los propios o los de otros. En el campo espiritual poner la confianza en las "cosas humanas" termina en fracaso,  por ello, el rico, el satisfecho, el que ríe y es alabado por todos, es llamado "maldito", no porque sea rico, satisfecho o ría... sino porque pone su seguridad en su riqueza, "en la carne", lo efímero, la fama, la alabanza humana; confía solo en sí y en sus posesiones, usa la inteligencia y los talentos solo para beneficio propio,  busca su satisfacción allí donde solo hay muerte...por eso es "un cardo en la estepa" y "habita en la aridez del desierto", cerrado en sí mismo, seco y sin fruto. Una vida, en el fondo,  estéril,  fundada en ídolos como el poder, enriquecimiento fácil, violencia, manipulación...

            Jesús habla a sus discípulos y, hoy, a nosotros, proponiendo como  alternativa de vida  y característica de quien quiera seguirle el camino de la solidaridad; les alienta y nos alienta a llevar un estilo de vida austero, sencillo, a desterrar el deseo insensato de acaparar más y más bienes de la tierra, para que, libres de ataduras, puedan y podamos dedicarnos más  a amar a Dios y al prójimo, nuestro hermano. Trabajando por esta causa, que es la realmente llena el corazón de las personas,  acertaremos en el camino de la felicidad. Si nos fijamos en el mundo real (o aparentemente real que nos muestran)  no dejan de ser fuertes estas palabras, pues solo el poderoso parece sentirse feliz. Sin embargo vemos que en la mayoría de los casos es solo apariencia tras la que se  esconde un profundo vacío existencial carente de fines y de razones para vivir y una soledad radical que busca en la cosas lo que es incapaz de encontrar y ofrecer a las personas.

Nadie afirma que sea buena la pobreza, la persecución o el dolor... pero son  experiencias de la vida que te abren a Dios en la esperanza de recibir de Él  la fuerza, el consuelo, la luz  y te abren a ti mismo en la  lucha por dar sentido a los acontecimientos que, a veces nos cuesta aceptar, y superar esas situaciones. Las Bienaventuranzas son un programa de vida y acción frente al egoísmo, la insolidaridad, la injusticia... para vivir confiados y libres  en Dios. Miremos hoy en qué o en quién ponemos nuestra confianza  y por qué caminos buscamos la felicidad. Que solo en Dios y en su Gracia, sea.

4 de febrero de 2010

"PERO, POR TU PALABRA, ECHARÉ LAS REDES"

V DOMINGO TO –C-   Is 6,1-2a.3-8/1 Cor 15,1-11/Lc 5,1-11 

 

            En las lecturas de este domingo, tres ejemplos de vocación,  aparece con claridad la  relación entre la fe, como experiencia de Dios y la misión de evangelizar, de comunicar y compartir el gozo de esa experiencia incontenible y de hacerlo, además, desde la conciencia de la propia pequeñez.

Isaías tiene la experiencia de Dios en el templo; allí se siente sobrecogido ante la inmensidad y santidad  de Dios; se descubre  pecador e indigno ("Yo hombre de labios impuros");  pequeño e insignificante ante la tarea que se le asigna ("¡Ay de mí, estoy perdido!), pero, al mismo tiempo,  se pone incondicionalmente a disposición de Dios y acepta ser enviado: "Contesté: Aquí estoy, mándame".

Algo semejante le ocurre a Pedro que,  a pesar del gran esfuerzo en el lago ha conseguido poco más que cansarse; no ha recogido los frutos buscados, pero,  tras la experiencia insólita de la pesca milagrosa, reconoce al Señor y se siente  indigno e insignificante en su presencia, deslumbrado por el poder divino ("Apártate de mí, Señor que soy un pecador"). Pero, más allá del asombro,  acepta, humildemente, la misión de pescador de hombres que Jesús le encomienda ("No temas, desde ahora serás pescador de hombres").

           Pablo, por su parte, también se siente llamado y convocado tras la experiencia de su encuentro con el Señor; reconoce que es el último y el menor de todos porque antes fue perseguidor, pero acepta su tarea y la cumple convencido de que "por la Gracia de Dios es lo que es" pues la Gracia,  afirma Pablo,  "no se ha frustrado en mí", al contrario, concluye con firmeza, "he trabajado más que todos ellos".

            Cristo es un Presencia viva que  llena de asombro, entusiasmo y confianza; que conquista con su Palabra y su Vida. Junto a Él, paso a paso, sin grandes medios, podemos mostrar que se puede hacer el camino de la vida con esperanza aunque las dificultades o el fango lo cubran; que su  Palabra divina es fecunda; que produce vida en abundancia y realiza milagros y pescas alucinantes.  Creer y confiar en esta Presencia viva de Jesús es, de alguna manera, saberse enviado; asumir el compromiso de anunciar la Buena Noticia y de construir el reino de Dios en el "mar" que es  nuestro mundo.          

             Es por ello que evangelizar es vivir con autenticidad el Evangelio y contagiar la alegría y el gozo de nuestra vida cristiana para compartir, con todos los que quieran, la fe, la esperanza; ser pescadores de hombres es ser salvación para quienes están a merced de las olas, en un naufragio, en medio de la tempestad..., es echar un bote salvavidas...y mirar a lo más noble de la persona: su alma, su espíritu, su libertad... En esta actitud la voz de Jesús invita a ir contracorriente, a desafiar lo evidente ("Hemos pasado toda la noche en brega y no hemos pescado nada", es mejor no perder el tiempo en noches estériles y dedicarse a otras cosas más productivas). Cuando el Señor está presente y el  grupo sigue sus directrices, la pesca es "abundante" aunque, según los expertos, no sea la hora más  adecuada  ni el momento más oportuno para pescar.

            El centro del evangelio está marcado por esta expresión: "Por tu Palabra, echaré las redes". De hecho es más milagro, quizás, lograr que Pedro, profesional de la pesca,   superara las razones que tenía para no echar las redes, que los resultados espectaculares que consiguió. Y es de este milagro, confiar en el Señor y remar mar adentro, del que estamos necesitados también nosotros. Es indispensable, en medio de las contrariedades de la vida, la  escucha y la obediencia a la Palabra de Jesús.  Debemos echar las redes en su nombre, no en el nuestro; Él es el único Pescador. Pidamos al Señor estar disponibles para  seguir su obra, cada uno conforme a su vocación: con humildad; siempre con confianza. Con la certeza, como hemos rezado en el Salmo, de que  "El Señor no abandona la obra de sus manos". Que así sea con la Gracia de Dios.