11 de febrero de 2010

"BENDITO QUIEN CONFÍA EN EL SEÑOR"

 DOMINGO VI TO -C- Jer 17,5-8/ Cor 15,12.16-30/Lc 6,17-26

 

            La vida humana es un ejercicio continuo de confianza: los hijos confían en sus padres, el esposo en la esposa y viceversa, el alumno en el maestro, el comprador en el comerciante, el pasajero en el conductor...; en la vida espiritual toda la confianza se ha de poner en Dios, porque esa vida es completamente obra de Dios, los hombres somos  sólo colaboradores. Podemos confiar en un sacerdote, un religioso-a, en los sacramentos…, pero no es tanto en ellos cuanto en el Dios que a través de ellos nos habla, acoge, perdona. Si no fuera así, si no llegáramos  hasta las entrañas del mismo Dios, podríamos vernos  decepcionados de todos.     

La primera lectura dice que el que confía en el Señor es como un "árbol plantado junto al agua, que en año de sequía no deja de dar fruto y se mantiene verde". El profeta recuerda que solo Dios puede dar ese apoyo, esa seguridad y frescor que las fuerzas humanas son incapaces de asegurar. Solo Dios le infunde vida, juventud, un dinamismo que fructifica en buenas obras. En el evangelio, el pobre, el hambriento, el que llora o el que es odiado, es llamado dichoso porque, al no tener seguridades humanas, pone toda su confianza en el Señor. Y Pablo subraya: "¿Y quién puede creer en la resurrección de los muertos sino el que confía plenamente en que Dios ha resucitado a Jesucristo como primicia de quienes duermen el sueño de la muerte?".

La bendición bíblica recae sobre el espíritu de desprendimiento, de bondad, de coherencia,  de solidaridad que expresa una  actitud fecunda que acaba rodeada de amigos y de una felicidad profunda que llena el corazón del hombre. Frente a éste espíritu,  "maldito", dicen los textos,  el que confía solo en el hombre, en  las seguridades, fuerzas, medios humanos, sean los propios o los de otros. En el campo espiritual poner la confianza en las "cosas humanas" termina en fracaso,  por ello, el rico, el satisfecho, el que ríe y es alabado por todos, es llamado "maldito", no porque sea rico, satisfecho o ría... sino porque pone su seguridad en su riqueza, "en la carne", lo efímero, la fama, la alabanza humana; confía solo en sí y en sus posesiones, usa la inteligencia y los talentos solo para beneficio propio,  busca su satisfacción allí donde solo hay muerte...por eso es "un cardo en la estepa" y "habita en la aridez del desierto", cerrado en sí mismo, seco y sin fruto. Una vida, en el fondo,  estéril,  fundada en ídolos como el poder, enriquecimiento fácil, violencia, manipulación...

            Jesús habla a sus discípulos y, hoy, a nosotros, proponiendo como  alternativa de vida  y característica de quien quiera seguirle el camino de la solidaridad; les alienta y nos alienta a llevar un estilo de vida austero, sencillo, a desterrar el deseo insensato de acaparar más y más bienes de la tierra, para que, libres de ataduras, puedan y podamos dedicarnos más  a amar a Dios y al prójimo, nuestro hermano. Trabajando por esta causa, que es la realmente llena el corazón de las personas,  acertaremos en el camino de la felicidad. Si nos fijamos en el mundo real (o aparentemente real que nos muestran)  no dejan de ser fuertes estas palabras, pues solo el poderoso parece sentirse feliz. Sin embargo vemos que en la mayoría de los casos es solo apariencia tras la que se  esconde un profundo vacío existencial carente de fines y de razones para vivir y una soledad radical que busca en la cosas lo que es incapaz de encontrar y ofrecer a las personas.

Nadie afirma que sea buena la pobreza, la persecución o el dolor... pero son  experiencias de la vida que te abren a Dios en la esperanza de recibir de Él  la fuerza, el consuelo, la luz  y te abren a ti mismo en la  lucha por dar sentido a los acontecimientos que, a veces nos cuesta aceptar, y superar esas situaciones. Las Bienaventuranzas son un programa de vida y acción frente al egoísmo, la insolidaridad, la injusticia... para vivir confiados y libres  en Dios. Miremos hoy en qué o en quién ponemos nuestra confianza  y por qué caminos buscamos la felicidad. Que solo en Dios y en su Gracia, sea.

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