16 de septiembre de 2010

"NO PODEIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO"

DOMINGO XXV TO -C-  Am 8,4-7/1 Tim 2, 1-8/Lc 16,1-13

 

El profeta Amós nos recuerda, en la primera lectura,  que la honradez y la honestidad  con el prójimo son requisitos indispensables para llevar una  sana y correcta vida religiosa. Tener el corazón amarrado al dinero conduce a cometer injusticias cuyas víctimas son los más pobres, por eso el profeta denuncia la lógica de una religiosidad falsa que esconde un corazón impío. Está claro que necesitamos de los bienes económicos para vivir. Nunca la miseria fue buena, ni querida por Dios. Pero hay riquezas injustas, adquiridas a costa de la explotación de los más débiles y esta  protesta  le causa la persecución por parte del rey Jeroboán y del sacerdote Amasías.

            En el evangelio leemos una parábola no fácil de entender. Sorprende la alabanza de Jesús al administrador astuto que se dedica a hacer trapicheos, entrando en el juego, de ayer y de hoy,  de las comisiones. Sin embargo, como suelen decir los comentadores el administrador no hacía nada que fuese injusto. Lo que hace es rebajar la factura de los acreedores, renunciando a la comisión que como administrador le correspondía; al hacerlo muestra una gran habilidad para ganarse a la gente, si bien, evidentemente no ha sido fiel a su amo. Esto lleva a Jesús a dos consideraciones: la primera es "los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz", que es otra forma de expresar esa actitud que nos pide de no ser ingenuos sino "sencillos como palomas y astutos como serpientes". Y, en la segunda,   nos advierte sobre la capacidad que tiene el dinero de pervertir el corazón del hombre ("Poderoso caballero es don dinero").

            Y es que si olvidamos que somos "administradores" más que dueños absolutos de personas y cosas corremos el riesgo de dejarnos seducir por los bienes materiales. Debemos saber relativizar las cosas de este mundo, utilizarlas de tal modo que nos ayuden a conseguir lo principal, que no nos impidan caminar hacia la meta; tenemos que ser sagaces para las cosas espirituales como lo somos para las económicas y materiales de nuestra vida, pues "el negocio más importante es nuestra propia salvación". El dinero, legítimo y necesario para vivir con dignidad,  no   nos puede hacer olvidar que hay otros valores más importantes en la vida; no puede bloquear nuestra paz interior, y nuestra apertura hacia el prójimo más necesitado y hacia Dios. No debemos idolatrar el dinero ni los bienes materiales del mundo, por necesarios que sean: "No podemos servir a Dios y al dinero". Sólo a Dios, y en su nombre y para su gloria y la de los hombres, servirnos de todo lo demás con honestidad.

Hoy damos gracias a Dios por quienes administran el dinero y los bienes materiales para hacer el bien; entre ellos  la ONG católica Manos Unidas, premio Príncipe de Asturias a la Concordia 2010 por el extraordinario trabajo que, desde hace más de cincuenta años, realizan invirtiendo lo que reciben, en la educación,  sanidad,  promoción social y ayuda a los más pobres. El amor verdadero, la generosidad y la entrega,  no se compran ni se venden, como tampoco se compra la felicidad que proporciona el hacer una obra buena en favor de un necesitado, acompañar a un enfermo o escuchar a una persona atormentada. No nos dejemos engañar por quienes  pretenden  estafarnos acostumbrándonos a creer que  es el dinero y el lujo la verdadera y única  moneda de la felicidad.

San Pablo nos recuerda hoy que la oración de la comunidad cristiana debe ser universal  pues a todos los hombres, especialmente los que rigen los destinos de los pueblos de los que depende en buena parte el bienestar de todos,  deben alcanzar la única salvación ofrecida por Jesucristo. Ojalá,  sin ira ni división en el corazón, podamos alzar las manos limpias en una oración confiada y sincera a Dios por todos los hombres y mujeres nuestros hermanos. Que así sea con la Gracia de Dios.   

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