3 de septiembre de 2010

"QUIEN NO LLEVE LA CRUZ DETRÁS DE MÍ NO PUEDE SER DISCÍPULO MÍO"

XXIII TO –C- Sap 9, 13-18 / Fl 9b-10.12-17 / Lc 14, 25-33

 

             ¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere?. El sabio  llega a la conclusión de que nuestros razonamientos son falibles, que apenas conocemos las cosas terrenas,  que la realidad escapa de nuestras manos, por ello  pide fuerza moral para obrar rectamente, luz interior para descubrir los designios de Dios convencido de que  cuando descubrimos la verdad aprendemos lo que Dios quiere de nosotros y alcanzamos la felicidad (la salvación).  Si "La búsqueda de Dios es la búsqueda de la felicidad. El encuentro con Dios es la felicidad misma".

            En nuestro mundo centrado en  la sola búsqueda de la eficacia, del éxito, de la productividad que arrasa las demás valoraciones éticas y religiosas... se pierde el atractivo, el interés por el saber, el cultivo del espíritu, el gozo interior, la experiencia religiosa y con ello la capacidad de afrontar  las grandes decepciones y frustraciones de la vida. El conocimiento científico-técnico es necesario e importante pero la sabiduría espiritual, que permite al hombre hallarse a sí mismo asumiendo los valores superiores del amor y la contemplación..., es esencial para vivir una vida plena y con sentido.

            Hay muchas dificultades que nos impiden el encuentro con Dios. Jesús nos advierte en el Evangelio de los obstáculos para descubrirle y seguirle que suponen ciertas ataduras. El pasaje del Evangelio de este domingo es uno de esos que dan la tentación de ser dulcificados por parecer demasiado duro para los oídos: «Si alguno viene donde mí y no pospone a su padre, a su madre…». El Evangelio es en ocasiones provocante, pero nunca contradictorio. Poco después, en el mismo Evangelio de Lucas, Jesús recuerda con fuerza el deber de honrar al padre y a la madre (Lc 18 20) y a propósito del marido y la mujer, dice que tienen que ser una sola carne y vivir en la unión conyugal bendecida por Dios. Entonces, ¿cómo puede decirnos ahora que hay que "dejar" al padre y a la madre, a la mujer, a los hijos y a los hermanos? Sería totalmente equivocado pensar que este amor por Cristo está en competencia con los diferentes amores humanos: por los padres, el cónyuge, los hijos, los hermanos.

Cristo no es un «rival en el amor» de nadie y no tiene celos de nadie.   El amor por Cristo no excluye los demás amores sino que los ordena. Es más, en él todo amor genuino encuentra su fundamento, su apoyo y la gracia necesaria para ser vivido con generosidad,   hasta el final. Jesús nos pide un compromiso radical con su misión; es realista, no engaña a nadie... (no es un buen publicista o político) no le valen las medias tintas.  Nos deja libertad de elección y nos advierte claramente de las  dificultades que entraña la aventura de seguirle. Hay que construir el edificio (la torre), calculando los gastos y todos los pormenores para asentar sólidamente nuestra decisión. Jesús es muy claro: "El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío". Hay que vivir el desprendimiento para conseguir la "libertad de espíritu". La clave está en entender que el discípulo no es aquella persona que ha dejado algo sino que ha encontrado a "Alguien" y este encuentro hace que pase a segundo lugar todo lo demás. Todo se mira desde la perspectiva de  Jesús y todo así adquiere su verdadero valor. A los que le tienen confianza, El le devuelve cien veces más.

            Pidamos al Señor que nos ayude a aceptar las  propias cruces, a desterrar egos estúpidos, abandonar falsas seguridades que se convierten en ataduras. Que nos de fuerzas para  aprender a renunciar, a consolidar los cimientos,  a calcular bien nuestras fuerzas para vencer, junto a Él,  las batallas de la vida. Que así sea con la Gracia de Dios.