28 de octubre de 2010

"...HOY TENGO QUE ALOJARME EN TU CASA"

DOMINGO XXXI TO -C- Sb 11, 23-12, 2/2 Ts 1, 11-2, 2/Lc 19, 1-10

 

El texto del libro de la Sabiduría es hermoso, consolador, reconfortante. Dios no solo es el "creador" en el sentido de ser el origen de todo y de todos. Dios es el que "mantiene", "sostiene", "sustenta" la vida. Es, ¡qué hermosa expresión!,  "amigo" de la vida. Sabemos que ante el Señor no somos más que un grano de arena en la balanza, una gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra;  conocemos por propia experiencia nuestra debilidad y nuestro pecado, nuestro efímero pasar por la existencia. Pero también sabemos, porque la Palabra de Dios así nos lo dice, que el Señor se compadece de todos, a todos perdona y "corrige poco a poco" y a todos ama, porque somos suyos y Él no "odia" nada de lo que  ha hecho.  Cada ser humano, aunque pueda parecer despreciable lleva, en palabras del libro de la Sabiduría,  "el soplo incorruptible" del Dios vivo, cuya   omnipotencia le inclina a la compasión.

 

Un magnífico ejemplo de esta pedagogía divina la encontramos en el evangelio de hoy.  Jesús, en un gesto provocador, se invita a sí mismo, de esta forma manifiesta cuál es su misión: "salvar lo perdido". Deja a la multitud de admiradores que lo reciben en Jericó y va a casa de un pecador despreciado por su trabajo y por su estatura. Y Zaqueo "bajó en seguida y lo recibió muy contento". Cuando se dejó encontrar por Dios, cambió toda su vida. Hasta entonces su casa, su existencia, había estado llena de egoísmo e intereses materiales; desde que Dios entró en su  corazón... todo cambió, todo se dejó iluminar por una luz nueva: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más". El encuentro con Jesús es pacificador y transformador: Zaqueo recupera su dignidad de hijo de Dios y cambia su vida devolviendo con creces todo lo robado. Si antes tenía puesta su mirada en el dinero, ahora la pone en el prójimo. Ha experimentado el amor misericordioso e incondicional de Dios y esto le llena de alegría y le da una nueva visión de las cosas. 

 

Causa dolor ver cómo a veces tantos hombres y mujeres, tantos cristianos, caminan tristes por la vida, sin esperanza, porque piensan que Dios los ha abandonado. Tal vez porque han vivido momentos difíciles piensan que ya no son "dignos" del amor de Dios. Y sin embargo, hoy nos dice Jesús, "voy a hospedarme en tu casa"-"quiero entrar en lo más íntimo de tu vida" (no nos dice: "Eres un pecador, un ladrón, un adúltero..."). No cerrar las puertas a estas palabras de Jesús, nos llevará a transformar nuestras actitudes. Demos un primer paso: dejémonos encontrar por Dios, como Zaqueo, y toda nuestra vida cambiará. Porque también nosotros somos hijos de Abrahán. Y el Hijo del hombre ha venido a salvarnos, a liberarnos del temor, a darnos vida, a "hospedarse, si le dejamos, en nuestra casa".

 

Es verdad que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia  forma de ser. Pero todos y cada uno, nos recuerda Pablo, desde nuestra debilidad, estamos llamados a desarrollar nuestra vocación, cumpliendo "los mejores deseos y la tarea de la fe, para que así nuestro Señor sea glorificado en nosotros y nosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo". Hemos de aplicarnos con pasión a la tarea de salvar lo perdido, mediante la fraternidad profunda entre los hombres. Tenemos que ofrecer al mundo el rostro compasivo, alegre, cercano al hermano, sea quien sea. Para ello pidamos a Dios que nos haga dignos de nuestra vocación y con su fuerza nos ayude a cumplir la tarea de la fe. Nuestras vidas han de ser la Gloria de Dios, canales por donde Dios quiere pasar para regar con su gracia y su bondad el alma y la vida de otras personas. Que así sea con la Gracia de Dios.