24 de noviembre de 2010

"DAOS CUENTA DEL MOMENTO EN QUE VIVÍS"

 I Domingo de Adviento  -A-  (Is. 2, 1-5; Rom. 13, 11-14; Mt. 24, 37-44)

 

Adviento es tiempo de espera, pero de espera, no pasiva, sino activa. La vida es una oportunidad que Dios nos da de amar y prepararnos para la eternidad. El saber que nuestra vida terminará pronto no debe angustiarnos, ni llevarnos a despreciar el mundo y sus responsabilidades, sino al contrario implicarnos en hacer un mundo mejor para los que vendrán. Amor es sembrar para otros. No sabemos si terminaremos lo que iniciamos, pero no importa, eso lo dejamos en manos de Dios.

           

Una pequeña historia: "El viejo y el manzano":

  "En una casa de campo bellísima vivía un anciano de ochenta años, llamado Juan, que cada día se levantaba muy temprano y se ponía a trabajar la tierra como si fuese un joven. Una mañana empezó a hacer hoyos y a plantar manzanos. Al poco tiempo pasó por allí un vecino que, extrañado de la actitud del hombre, le preguntó:

   - ¿Qué estás haciendo, Juan?

   - Pues mira, hoy estoy plantando manzanos y mañana plantaré otros árboles frutales -contestó tranquilo el anciano.

   El vecino, sorprendido por verlo tan emocionado en una tarea nada fácil, le dijo, con cierto tono de burla:

   - ¿Es que crees que vas a vivir para siempre? Tú sabes que los árboles tardan muchos años en dar fruto y para ese tiempo tú ya estarás muerto. No podrás probar ni una sola de tus manzanas.

  - Ya lo sé -dijo el anciano-. Pero toda mi vida he comido manzanas, y que no había plantado yo. No hubiera podido yo comer ninguna si otros hombres no hubiesen hecho lo que yo estoy haciendo ahora. Sólo quiero pagar a mis semejantes con la moneda de la generosidad que ellos tuvieron conmigo".

 

Desde esta actitud activa, que mira más allá de uno mismo,  es necesario salir al encuentro del Señor que se acerca, y hacerlo acompañados de las buenas obras. Este es el punto central que unifica las lecturas de este primer domingo de adviento. El Señor volverá, esto es una certeza que nace de las palabras mismas de Cristo en el Evangelio. Sin embargo, no conocemos ni la hora ni el día de su llegada, por eso la actitud propia del cristiano es la de una amorosa vigilancia. Más aún, ante el Señor que se avecina hay que salir a su encuentro "viviendo el momento presente"; despiertos del sueño para ver que el día está por despuntar. Escribía Tagore: "¿No oíste sus pasos silenciosos? Él viene, viene, viene siempre. En cada instante y en cada comunidad, todos los días, todas las noches. Él viene, viene, viene siempre".

La visión del Profeta Isaías nos presenta "el final de los días" como una explosión gozosa de la esperanza mesiánica. Todos los pueblos, todos los hombres, están invitados a subir al monte del Señor. El Señor mismo será quien nos instruirá por sus caminos y a una época de guerra y división, sucederá una época de paz y concordia. Al final de los tiempos el Señor reinará, vencerá el bien sobre el mal; el amor sobre el odio; la luz sobre las tinieblas. Dios mismo será el árbitro y juez de las naciones. Espléndida visión del futuro que posee una garantía divina. Habrá que caminar a la luz del Señor y esto significa, nos recuerda muy gráficamente san Pablo, que no  podemos seguir viviendo en las tinieblas del pecado. Caminar en la luz es caminar en la nueva vida que nos ofrece el Señor por la redención de nuestros pecados. Por ello, habrá que revestirse de Cristo Jesús, en el corazón y en las obras,  para poder caminar como en pleno día.  Que así sea con la Gracia de Dios.

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