29 de enero de 2010

"¿NO ES ÉSTE EL HIJO DE JOSÉ?"

IV DOMINGO TO -C- Jer 1,4-5.17-19/1 Cor 12,31-13,13/Lc 4,21-30

 

Completamos hoy la escena en la sinagoga de Nazaret que iniciábamos el domingo pasado. A partir de la afirmación de Jesús de que "hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" empieza a reaccionar la gente.  En Nazaret se encontraron frente a frente dos maneras de acercarse al Misterio de Dios y a su acción en la historia. Con Jesús se abre paso la imagen de un Dios que ama a todos y a todos quiere salvar; queda descalificado todo fanatismo excluyente y todo coto exclusivo. Dios es Dios de todos, no propiedad de un pueblo que busca ponerlo a su servicio;   se revela y habla desde quienes no esperamos; actúa más allá de las fronteras y habla desde los márgenes. Jesús mismo recuerda dos ejemplos: el profeta Elías no fue enviado a alguien que perteneciera al pueblo judío sino a una viuda de un país pagano; Eliseo sana a un leproso, también pagano, y no a un miembro del pueblo que se considera elegido. La salvación de Dios es para todos; Dios que ha creado a todos por amor está volcado sobre todas y cada una de sus criaturas sin ningún tipo de  "acepción de personas".

            La actividad misionera de Jesús es un signo de contradicción. Unos se admiran de la palabra de Gracia que sale de sus labios  y otros, que se resisten a creer, no ven más allá del "hijo de José, el carpintero". Todo, en el fondo, un reflejo de su vida, pasión y gloria. Para el hombre, cualquiera que sea su circunstancia, toda propuesta que venga de Dios es una provocación, porque le saca de sus esquemas mentales,  le descoloca. Jesús provoca a los nazarenos, al herir su orgullo por no hacer en Nazaret los milagros realizados en Cafarnaúm, y por poner fin a los privilegios judíos, dando preferencia a los gentiles y pobres. Y nos provoca a nosotros, sobre todo con su vida y enseñanza, poniendo en crisis muchas de nuestras convicciones, modos de actuar, seguridades...  Jesús habría podido decidir, ante las dificultades e incomprensiones de sus mismos paisanos,  regresar a su casa y dedicarse a labores más tranquilas. Pero él tenía la gran misión de llevar a la gente la Buena Noticia  de  Dios, su Padre, y de hacerlo desde el amor y la bondad. Y esa era su fuerza y su felicidad, como la del profeta Jeremías que habrá de enfrentarse a los líderes políticos y religiosos del momento pero contará siempre  con la presencia de Dios ("Lucharán contra ti pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte").

"Dicen que una vez llegó un profeta a un pueblo y comenzó a predicar en medio de la plaza central. Al comienzo, mucha gente escuchaba con atención sus llamados a la conversión y se sentían impulsados a volverse a Dios por la voz de este profeta. Pero pasaron los días y el profeta seguía anunciando su mensaje con la misma fuerza, aunque el público había ido disminuyendo poco a poco. Cuando había pasado algo más de un mes, el profeta seguía saliendo todos los días a la plaza del pueblo a predicar su mensaje, aunque todos los habitantes del pueblo estaban ocupados en otras cosas y nadie se detenía a escuchar su palabra. Por fin alguien se acercó al profeta y le preguntó por qué seguía predicando si nadie le hacía caso. Entonces el hombre respondió: "Al principio, predicaba porque tenía la esperanza de que algunos de los habitantes de este pueblo llegaran a cambiar; esa esperanza ya la he perdido. Pero ahora sigo predicando para que ellos no me cambien a mi".

            Desde el principio el Reino de Dios se nos manifiesta como un reino de amor. Amar y ser amados  es lo más grande que tenemos, lo único que, como dice Pablo, no se acabará nunca: ni con la muerte ni cuando vivamos la vida de Dios. Amar es una  experiencia vital que llena de felicidad, claro que sí, pero que exige esfuerzo, renuncias, conversión, perdón… y una firme voluntad, que nace de la convicción de que   desde el amor, "que goza con la verdad",  la vida merecerá la pena. Que así sea con la Gracia de Dios.

21 de enero de 2010

"HOY SE CUMPLE ESTA ESCRITURA"

III DOMINGO TO -C- Ne 8, 2-10/1 Co 12, 12-30/Lc 1, 4; 4, 14-21 -2-

           

Los cristianos podemos decir que nuestra fe y nuestra vida  no se apoyan en teorías que nos inventamos nosotros. Nuestra fe y nuestra vida cristiana se apoyan en la Palabra de Dios. Por eso ésta es tan importante para nuestra vida. Debemos valorarla, dejarnos juzgar por ella, permitir que guíe nuestra vida, ilumine nuestras decisiones. En este sentido, resulta impresionante lo que cuenta el profeta Nehemías en la primera lectura. Después de estar durante años sin poder leer las Sagradas Escrituras, todo el pueblo se puso en pie en señal de respeto y postraban, emocionados, su rostro en tierra ante el Señor. Ahora podían acercarse a los tesoros escondidos en la Palabra de Dios, podían conocerla,  comprenderla y esto les proporcionaba una alegría inmensa que renovarían cada sábado, en la Sinagoga.

            Precisamente, en el evangelio de hoy, Lucas nos cuenta cómo Jesús fue a Nazaret y, según la costumbre de los sábados, entró en la sinagoga y se puso en pie para hacer la lectura, un pasaje  del profeta Isaías. El evangelio se concentra en la frase final: "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír". El evangelista expresa la enseñanza de Jesús en términos de cumplimiento de la Escritura. Lo que esto significa irá quedando claro a lo largo del evangelio, cuando Jesús con sus signos muestre la realidad del Reino de Dios en medio del pueblo. En Nazaret, "donde se había criado",  Jesús presenta-define su programa con las palabras del profeta: El Espíritu del Señor está sobre mi...Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres...". Vemos cómo su primera mirada se dirige al sufrimiento que arruina la vida de tantas personas, a la opresión y  humillación que padecen tantos hombres y mujeres del mundo.  Fruto de esta mirada y de este anuncio será la libertad, la luz y la gracia. Esta fue la misión de Jesús. Esta es la tarea que asumieron y realizaron los apóstoles. Y esta es la tarea que hoy, en el  tercer milenio cristiano, debemos realizar nosotros: vivir y comunicar la Buena Noticia, la alegre y vivificante noticia del amor de Dios para todos los hombres, ya que todos estamos necesitados de amor, de una palabra de  liberación; somos ciegos a quienes solo el evangelio de Jesús permite  descubrir la luz que ilumina el camino de la vida. "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír".  Jesús es la Buena Noticia, una Buena Noticia que genera esperanza en medio del mundo.

            En la segunda lectura Pablo sigue el tema de los dones del Espíritu  iniciado la semana pasada. El ejemplo del cuerpo humano se aplica a Cristo y a los corintios para hablar de la unidad y de la diversidad eclesiales, proponiendo una mirada de fe a la acción de Dios que ofrece diferentes dones, todos importantes y complementarios, en el marco de la unidad.  En "todos hay un mismo Espíritu" y todos los carismas y dones recibidos remiten en primer lugar a Dios.  Por eso hoy nos unimos, diferentes Iglesias cristianas, en una oración común por la unidad. Todos hemos de sentirnos hermanados en un solo cuerpo: la Iglesia. Esta es la voluntad del Señor, por eso el  ecumenismo es una prioridad pastoral que no puede perder actualidad mientras no desaparezca la causa que la motiva: la desunión. La meta última de todos los esfuerzos realizados es la evangelización del mundo desde el convencimiento, ya  señalado por el Concilio Vaticano II, de que es más lo que nos une que lo que nos separa. El lema de este año: "Vosotros sois testigos de todas estas cosas", se refiere al testimonio común de la experiencia de fe en Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación,  que todos hemos de compartir y testimoniar. Termino hay con las palabras de Nehemías, al que no volvemos a encontrar en ninguna lectura dominical: "La alegría del Señor es nuestra fortaleza". Que así sea con la Gracia de Dios.

16 de enero de 2010

"NO LES QUEDA VINO..."

 II DOMINGO TO -C- Is 62,1-5/1Cor 12,4-11/Jn 2, 1-12

El evangelio de Juan nos presenta a un Jesús muy humano, participando en la alegría de una boda junto a su madre y los discípulos, en la que, además, de una forma discreta realiza su primer signo (de los siete que nos describe el cuarto evangelio). El evangelista ha deseado contarnos este hecho de forma  minuciosa y llena de símbolos. Y lo hace, porque san Juan, ya desde el comienzo de su evangelio (capítulo 2) ha querido hacer teología profunda y una enseñanza clara: la ley antigua (Moisés) ha sido sustituida por la ley nueva (la del amor que hace nuevas todas las cosas).

            Recordemos algunos elementos: el marco de una boda, que simboliza las relaciones estrechas entre Dios y su pueblo o entre Dios y la humanidad (expresadas de una forma preciosa en la1ª lectura); el vino, que como se puede leer en el Cantar de los Cantares, es símbolo del amor entre los esposos y, según el profetas Isaías, signo del Mesías esperado ya entre nosotros; unas tinajas de piedra vacías que simbolizan la ley antigua, la esculpida en piedra por Moisés; la falta de vino y el cambio de agua en vino que viene a decirnos cómo Cristo mismo es la nueva vida, nueva alianza y el nuevo símbolo de la ley: el amor.

            Más allá de los símbolos, el núcleo del mensaje encerrado en un acontecimiento normal y corriente de la vida de las personas es, en primer lugar que Jesús es la novedad absoluta y el único mediador y salvador."La ley se dio por Moisés, el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo", prólogo del evangelio. Y, en segundo lugar, que desde Caná, desde el primer signo de Jesús ya no estamos en el orden del la vieja ley, de las purificaciones externas, sino que hemos entrado en el ámbito del amor y de la verdad. Ese es el vino nuevo que hace estallar las viejas tinajas de piedra. Juan habla de signos, no de milagros, porque lo realmente importante para él no es el acontecimiento que sobrepasa las leyes naturales; lo realmente importante es lo que un acontecimiento simboliza y significa para la persona que tiene los ojos abiertos de la fe, iluminados los ojos del corazón. Porque es milagro que el agua se convierta en vino, pero es mucho más milagro que un hombre o una mujer comiencen a vivir en la verdad y en el amor, en la alegría profunda frente a la monotonía (Zaqueo, Samaritana). Ese es el vino añejo de veinte siglos, pero que sigue siendo nuevo.

            Necesitamos que el Señor toque la realidad de nuestras vidas para que nuestras tinajas vacías se llenen de fecundidad, nuestra obligación se transforme en amor, lo caduco en eterno, nuestro trabajo sea construcción del reino de Dios y nuestra vida personal y familiar sea vivida en la  verdad plena. Estamos llamados a ser y realizar "signos" esperanzadores  en nuestra sociedad (unidad de los cristianos). Tenemos el Espíritu de Jesús para llevarlo a término. Cada uno de nosotros podemos servir de diferentes maneras al Señor que se vale de nosotros para realizar su obra. Somos instrumentos de Dios y tenemos (lo recuerda san Pablo) cualidades y dones que pueden ayudar al hermano, a la comunidad, sociedad (fe, amabilidad, concordia, escuchar...han de ser como el vino nuevo, para el bien común).

             María, la que "estaba allí", la que está hoy también con nosotros, nos dice  al corazón: "Haced lo que él os diga". Solo él puede darnos lo que nos falta. Un vino que no emborracha, sino que da la vida y la felicidad. Un vino que es siempre un signo nuevo e inesperado de la presencia de Jesús en la vida ordinaria de cada día. Que así sea con la Gracia de Dios.

7 de enero de 2010

"...PASÓ HACIENDO EL BIEN"

BAUTISMO DEL SEÑOR-C- Is 42,1-6-7-11/Hch 10, 34-38/Lc 3,15-16.21-22

           

            Con la celebración de la fiesta de hoy finaliza el entrañable ciclo litúrgico de la Navidad y se da un salto de unos treinta años en la vida de Jesús, para situarnos en el comienzo de su vida pública y el inicio del Tiempo Ordinario. Jesús inicia su misión de una forma humilde (en la cola para hacerse bautizar por Juan), pese a la grandiosidad de la escena:

. se abre el cielo (Dios cercano a Jesús y al hombre);

 . desciende una paloma (Algo nuevo va a comenzar -creación-);

 . se oye la voz de Dios ("Este es mi Hijo amado, escuchadle"). Dios despliega la profunda relación de amor y vida que son el Padre-Hijo-Espíritu para mostrarnos a Jesús como Mesías esperado y para hacernos participar, por el bautismo del Espíritu,  de su condición divina.

            Merece la pena pronunciar despacio  dos de las  frases que hemos escuchado en las lecturas de hoy. La primera procede de la profecía de Isaías, referida al Siervo de Yavé: "No gritará, no voceará...La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará". La segunda, del Libro de los Hechos de los Apóstoles, en la que Pedro con una sencillez impresionante resume en muy pocas palabras la misión de Jesús y su naturaleza: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con el Espíritu Santo, que paso haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él". Son, sin duda, frases hermosas de la Biblia que reflejan bien la actitud de fondo-vital  de Jesús: No apagó las llamas vacilantes, el rescoldo débil,  ni acabó de quebrar lo que estaba roto..., sino que hizo siempre lo posible para recuperar al que parecía perdido, curar a los oprimidos por el mal, iluminar a los rodeados de oscuridad y tinieblas... Su estilo era el de la misericordia, sobre todo con los débiles y pecadores;  refleja y expresa un mensaje de paz, de consuelo, cercanía,  búsqueda sincera del bien integral del hombre..., tan necesario siempre.            

            También nosotros, como Jesús,  hemos recibido -por nuestro bautismo- la misión de pasar por la vida haciendo el bien, con la fuerza y el reconocimiento de Dios. Por el bautismo entramos en la Iglesia, ese pueblo de hermanos, cuya ley fundamental dada por Jesús es que nos amemos los unos a otros como él nos amó, que nos preocupemos unos por otros. Hay muchas ocasiones en la vida  en las que pretendemos tomar el megáfono y a grito limpio  imponer creencias, con el máximo ruido posible para hacernos oír o la tentación de apagar la débil  llama y romper con todo y con todos... pero, si somos coherentes, con nuestra fe, descubrimos enseguida a un Jesús que fiel y claro en sus principios, se muestra afable,  silencioso, sonriente, que no rompe la caña quebrada que aún puede reverdecer, ni su ímpetu apaga la poca lumbre que todavía queda en la vieja hoguera; un Jesús cercano, capaz de curar las heridas del cuerpo y del alma...a los hombres y mujeres que le rodeaban. Así se consigue mucho más en el trato con las personas, aunque ciertamente los resultados no aparecen muchas veces a primera vista...
            Hablar y celebrar el Bautismo de Jesús es recordar y celebrar  el nuestro. El bautismo, como nos dice san Pablo, es sepultar a nuestro hombre viejo para nacer a la vida nueva que nos trae Jesús. Cuando, de niños, nos ungieron  -por la fe de nuestros padres y en la fe de la Iglesia- nos indicaban que estábamos llamados a ser "otro Cristo";  a reproducir en nuestras vidas la misma vida de Cristo;  a ser sacerdotes, profetas y reyes con la fuerza del Espíritu, y a pasar por la vida  haciendo el bien. Tan sencillo y tan difícil como eso. Hacer el bien es  transformarnos internamente, salir de nuestros egoísmos y odios;  "poner amor donde hay odio, perdón donde hay ofensa, armonía donde haya discordia, fe donde haya duda y esperanza donde encontremos desesperación". De este modo llevamos a la práctica, como Jesús,   la misión que recibimos del bautismo, y mantenemos encendida en nuestro corazón y en nuestras manos la vela que entonces nos dieron, que es la luz de la Fe verdadera.

             "La vida cristiana no es otra cosa que un bautismo continuo" (Lutero) que recibimos con la certeza de saber que a nosotros, como a Jesús en el Jordán,  el Padre nos dice también: "Tú eres mi hijo amado...". Somos hijos amados del Padre y hermanos en Jesucristo. Por pura gracia. Y su espíritu nos acompaña, nos ilumina y nos guía en la misión cada uno  tenemos en nuestra vida. Que así sea con la Gracia de Dios.