23 de septiembre de 2011

"¿Quién de los dos hizo lo que quería el Padre?"

XXVI TO -A-     Ez 18,25-28 / Fil 2, 1-11 / Mt 21, 28-32

 

Una primera enseñanza que nos ofrece la Palabra es la llamada a la responsabilidad personal frente al bien y el mal. El profeta Ezequiel, viendo que los israelitas tenían tendencia a refugiarse en las “culpas de la comunidad” o de los antepasados, les hace una llamada a la decisión personal. Es verdad que la conducta de cada uno repercute en la colectividad y que la comunidad influye en nuestras decisiones personales,  pero esto no nos exime  del mérito ni de la culpa: la responsabilidad de nuestra vida la tenemos nosotros. La parábola  exclusiva de Mateo, también nos pone ante la decisión personal: en el fondo, quien dijo “No quiero” pero se arrepintió, cumplió la voluntad de su padre (no así quien pronunció buenas palabras -“Voy, señor”-,  pero no fue). Vivimos en un mundo en el que tantas veces se pretende que lo verdadero sea falso y lo falso verdadero; en el que mucha gente no sabe dónde termina el  bien y empieza el mal. La confusión está servida y se hace necesario recuperar el norte de nuestra vida.  El que elige el camino del mal entra él mismo en la esfera de la muerte;  el que opta por la verdad y el bien en la esfera de la vida. Podrán haber influido en una u otra dirección el ejemplo de los demás o las estructuras, la formación, el ambiente..., pero hoy la invitación es a tomar decisiones personales, siendo responsables de nuestros actos y coherentes con nuestras palabras.

            El evangelio nos orienta también hacia otra dirección que en cierto modo es consecuencia de la primera: “Las apariencias engañan”. Del mismo modo que a Juan Bautista le hicieron caso los publicanos y pecadores, pero no los dirigentes, así sucede con el mensaje de Jesús. Los fariseos decían oficialmente “sí” pero luego no cumplían; todo era fachada y apariencia que Jesús desenmascara muchas veces...; sin embargo, los pecadores acogen la llamada de Jesús (“Quien lo ha perdido todo o desespera o todo lo espera”, mientras que los que se consideran ya justificados no esperan nada....). Es una gran tentación quedarnos en  la imagen y la apariencia  porque “del dicho al hecho hay mucho trecho” y “obras son amores y no buenas razones”. Qué gran verdad es que no bastan las palabras, las buenas intenciones..., lo que cuenta son los hechos, el ejemplo. (“No todo el que dice Señor, Señor...”): Atender a los necesitados, realizar honestamente el trabajo, cuidar  los detalles de la vida diaria, las relaciones humanas sinceras... es decir, hacer realidad y vida los sentimientos y actitudes de Cristo que compartió nuestra condición humana y experimentó las contradicciones indisociables de esta condición....

            Pablo, en esta línea de concretar en la propia vida los ejemplos de Jesús, nos hace una llamada a la unidad y la concordia que serán realidad si “si todos tenéis los mismos sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús”. Hay que construir la unidad, eliminando resentimientos y envidias;  la igualdad,  renunciando a la arrogancia-rivalidad; la solidaridad,  mirando por el interés de los demás, acogiendo a los que necesitan una mano amiga; hay que vivir en comunión -compartiendo la fe, el amor, la mesa, la acogida... con sencillez... Jesús vivió así... Todo ello es posible con la ayuda de Dios. Por eso siempre ha de quedarnos la honda esperanza de que  podemos, con su Gracia , construir mejor nuestra vida y dirigirnos a Él con las  palabras del salmo de hoy: “Recuerda Señor que tu misericordia y tu ternura son eternas...”. Siempre es posible recapacitar y volver. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

17 de septiembre de 2011

" O es que tienes envidia porque yo soy bueno?"

DOMINGO XXV TO -A-  Is 55, 6-9 / Fil 1, 20-24.27 / Mt 20, 1-16

 

¿Cómo entendía Jesús la justicia de Dios? La parábola que les contó los dejó desconcertados. El dueño de una viña salió repetidamente a la plaza del pueblo a contratar obreros. No quería ver a nadie sin trabajo. El primer grupo trabajó duramente doce horas. Los últimos en llegar sólo trabajaron sesenta minutos. Sin embargo, al final de la jornada, el dueño ordena que todos reciban un denario: ninguna familia se quedará sin cenar esa noche. La decisión sorprende a todos. ¿Cómo calificar la actuación de este señor que ofrece una recompensa igual por un trabajo tan desigual? ¿No es razonable la protesta de quienes han trabajado durante toda la jornada?

 

Estos obreros reciben el denario estipulado, pero al ver el trato tan generoso que han recibido los últimos, se sienten con derecho a exigir más. No aceptan la igualdad. Esta es su queja: «los has tratado igual que a nosotros». El dueño de la viña responde con estas palabras al portavoz del grupo: «¿Va ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». Esta frase recoge la enseñanza principal de la parábola. Según Jesús, hay una mirada mala, enferma y dañosa, que nos impide captar la bondad de Dios y alegrarnos con su misericordia infinita hacia todos. Nos resistimos a creer que la justicia de Dios consiste precisamente en tratarnos con un amor que está por encima de todos nuestros cálculos. Esto confirman las palabras del profeta Isaías:  “Que al malvado abandone su camino y el criminal sus planes... Mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos...como el cielo es más alto que la tierra mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes”.

 

Esta es la Gran Noticia revelada por Jesús, lo que nunca hubiéramos sospechado y lo que tanto necesitábamos oír. Que nadie se presente ante Dios con méritos o derechos adquiridos. Todos somos acogidos y salvados, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordia insondable. A Jesús le preocupaba que sus discípulos vivieran con una mirada incapaz de creer en esa Bondad. En cierta ocasión les dijo así: "Si tu ojo es malo, toda tu persona estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!". ¡Qué luz penetraría en la Iglesia si nos atreviéramos a creer en la Bondad de Dios sin recortarla! ¡Qué alegría inundaría los corazones creyentes!

 

Dios es así..., nos sigue queriendo tanto si somos obreros de primera hora como del atardecer (¿no quieren acaso los padres a todos sus hijos...?). Ante esta actitud siempre puede surgir la tentación: si finalmente todos vamos a recibir la misma paga ¿para qué esforzarse?...ya que Dios es un Padre que nos ama y salva a todos atrasemos nuestra conversión al final de la vida y mientras tanto.... Ya lo escribía Antonio Machado de aquel gran pecador que, en su vejez, “gran pagano se hizo hermano de una santa cofradía”... Tentación falsa: cada uno debe trabajar desde su hora para mejorar el mundo y  si el salario consiste en estar con Jesús, evidentemente será el mismo para todos, si bien unos lo habrán disfrutado, en esta vida, más tiempo que otros. Qué importante es saber que Dios nos ama por muy torcidos que hayan sido nuestros caminos previos y que siempre es posible volver a él. “Confía el pasado a la misericordia de Dios, el presente a su amor, el futuro a su providencia”, (S. Agustín).

Pablo les dice a los filipenses que lo único importante, mientras vivimos aquí, es que nuestra vida esté al servicio de Dios, en beneficio de los hermanos; lo más importante no es vivir o no vivir sin más, sino vivir o no vivir una vida digna del evangelio de Cristo.  Que así sea con la Gracia de Dios.