1 de marzo de 2013

"Yo cavaré alrededor..."

III Domingo CUARESMA – C - Ex 3,1-8ª / 1 Cor 10,1-6.10-12 / Lc 13,1-9

Yahvé, es un Dios que se da nombre a sí mismo, no lo ha descubierto el hombre escrito en un templo. Es el que hace venir a la existencia lo que no existe; es quien da libertad a quien no la tiene; es quien libera de la esclavitud; es un Dios que se compromete en la historia, con los hombres y con los pueblos.  Esta es la fuerza de la lectura de este domingo de Cuaresma: Yahvé, se manifiesta como un Dios que no solo salva de las amenazas de los enemigos, sino que también viene en ayuda de las cosas más elementales de la vida: libertad, pan, paz y justicia. “He visto, he oído, me he fijado, voy a bajar”).

El evangelio de hoy va es una invitación a contar con Dios en nuestra vida y una llamada a la conversión. Jesús no ve en los samaritanos sacrificados, ni en los obreros de la torre maldad alguna para ser castigados por ello. No es el anuncio del Dios juez el que aquí aparece. Jesús habla de los “signos” de terror de la vida. Es una lectura realista de lo que ocurre y de lo que siempre ocurrirá, unas veces por la maldad humana y otras porque no podemos dominar la naturaleza. Nos recuerda que debemos  estar siempre  preparados. ¿Para qué? No diremos que para morir (aunque pueda parecer que ese es el sentido del texto), sino para vivir con dignidad, con sabiduría, con fe y esperanza. Y si llega la muerte, no nos ha de encontrar  con las manos vacías.

El evangelio propone también la  parábola sobre la higuera estéril con la intención del evangelista de hacernos  entender que la vida es como un tiempo que Dios permite para que demos buenos frutos. Por eso: ¿Para qué una higuera sin higos? Tiene razón el dueño ¿para qué malgastar tiempo, energía… si no hay fruto?  Contra toda aparente sensatez el viñador, sin embargo, propone hacer todo lo posible por salvarla. Sostenida por el amor, la solicitud y los cuidados  la higuera queda invitada a dar fruto. Algunos piensan que nos estamos instalando en una cultura de la intrascendencia. Confundimos lo valioso con lo útil, lo bueno con lo que apetece, la felicidad con el bienestar.

 

Sin embargo no es fácil vivir  sin creatividad ni compromiso alguno, con la sensación extraña de estancamiento. Vivir de manera estéril significa no entrar en el proceso creador de Dios, no entender lo que es el misterio de la vida, negar en nosotros lo que nos hace más semejantes al Creador: el amor creativo y la entrega generosa. Educar a un hijo, construir una familia, cuidar a los padres ancianos, cultivar una amistad, acompañar a una persona necesitada  no es “desaprovechar” la vida, no es ocupar un terreno estéril,   sino vivirla desde su verdad más plena, que da buenos frutos, que es fecunda… pero, claro, necesita ser cuidada, regada… vivir una experiencia profunda de Dios.

 

Dios no quiere la muerte del pecador, sino “que se convierta y viva”. No cabe el pesimismo sombrío; sino la conversión y la esperanza en un cambio fundamental que permita a la persona y a la comunidad humana realizar su destino. No cabe desmoralizarse si las cosas van mal, inhibirse, sino ponerse manos a la obra para enderezar el rumbo torcido y colocar la vida en su ruta verdadera. Dios sabe esperar. Conoce el corazón del hombre y sabe que convertirse no es fácil. Por eso la parábola de la higuera es de gran consuelo para el hombre débil y no pocas veces estéril en sus esfuerzos de conversión. Dios espera y actúa (“cavaré alrededor...). Recordemos otra vez que el justo peca siete veces al día, pero siete veces se levanta, mientras que el impío cae y permanece en su caída,  se obstina en su pecado. Tenemos que huir de las falsas seguridades (“El que se cree seguro ¡cuidado!, no caiga”, nos ha recordado san Pablo). Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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