12 de abril de 2013

"Es el Señor"

III DOMINGO DE PASCUA -C-   Hch 5,27-32.40-41/Ap 5, 11-14/Jn 21, 1-19

“¿Me amas más que estos?”.  Y Pedro ya no se compara con nadie; su respuesta es sencilla, brota de lo mejor de su corazón: “Tú sabes que te amo...tú sabes que te quiero”. Tú conoces mi negación, mi cobardía, mis sentimientos...Tú sabes que, desde la verdad de mi ser, a pesar de todo, te quiero. Jesús examina a Pedro sobre el amor, porque desde el amor habrá de ejercer la autoridad que le concede. Pedro no es la “piedra” porque tiene autoridad-poder, sino porque ama a Jesús y está dispuesto a seguirlo y a dar testimonio de él incluso con la propia vida.

Desde entonces no hay autoridad en la Iglesia si no nace de este amor humilde. Porque solo el amor convierte la autoridad en servicio.  Sólo desde esta actitud de fe y amor,  Pedro y los otros discípulos,  asumen su misión en la Iglesia y su testimonio en el mundo, que ha de ser universal y abierto a todos (como simbolizan la red y el número de peces, 153). Por la palabra de Jesús la red se llena de peces tras una noche confiando en las solas fuerzas;  por su palabra desafían a los judíos afirmando que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”; por su palabra vuelven contentos después de ser ultrajados. Sólo los testigos hablan al corazón de las personas y entregan la vida por el otro, porque hablan de lo que previamente han escuchado a Dios. De la oración contemplativa brota la palabra de vida.

El diálogo entre Jesús y Pedro hay que trasladarlo a la vida de cada uno de nosotros. San Agustín, comentando este pasaje evangélico, dice: «Interrogando a Pedro, Jesús interrogaba también a cada uno de nosotros». La pregunta: «¿Me amas?» se dirige a cada discípulo. El cristianismo no es un conjunto de doctrinas y de prácticas; es algo mucho más íntimo y profundo: es una relación de amistad con la persona de Jesucristo. Muchas veces, durante su vida terrena, había preguntado a las personas: «¿Crees?», pero nunca: «¿Me amas?». Lo hace sólo ahora, después de que, en su pasión y muerte, dio la prueba de cuánto nos ha amado Él. 

 

Ojalá sintamos siempre que, a pesar de todo, el Señor nos sigue mirando con cariño, sigue creyendo en nosotros,  nos anima a seguir adelante, nos rehabilita y confirma en la fe; ojalá podamos seguir diciendo, ante la mirada de amor y comprensión del Maestro: “Señor, tú lo sabes todo, Tú sabes que yo te quiero”; ojalá, de sus labios,  podamos también escuchar: “cuida a mis hermanos” para que encuentren y tengan vida. Sabemos que, en ocasiones, preocupados por nuestra debilidad no nos resulta fácil  reconocer entre nosotros la presencia de Jesús Resucitado que nos habla desde el Evangelio  y nos alimenta en la Eucaristía, pero necesitamos ser testigos de Jesús, creyentes capaces de descubrir su presencia en medio de la vida de cada día, del fracaso y la debilidad.  La resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de los discípulos… que se sienten animados, apasionados para “anunciar el evangelio”.

 

“Al que poco se le perdona, poco ama”, había dicho Jesús a la mujer pecadora pública. El camino del perdón es el camino para crecer en el amor. En nuestra vida religiosa necesitamos en lo hondo esa confianza básica de sentirnos acogidos, desde la realidad inevitable de nuestra vida hecha de luces y sombras, por alguien que nos quiere, que nos comprende y que sigue creyendo en nosotros y nos amina a seguir adelante. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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