14 de junio de 2013

"Tu fe te ha salvado, vete en paz"

XI-TO- C- Sam 12, 7-10.13/Gal 2, 16.19-21/Lc 7, 36-8, 3

 

Me pidieron un artículo para la revista “La Sagrada Familia”, abril 2013,  sobre el papa Francisco y lo titulé con las palabras de su lema papal: “Miserando adque eligendo”-Le miró con misericordia y le escogió”.  Es verdad que no se refiere al episodio evangélico de este domingo pero lo es también que puede aplicarse sin forzar el texto. La mirada de Jesús a la mujer que se acerca, besa sus pies,  los unge con perfume y los riega  con sus lágrimas es misericordiosa, llena de ternura, no es de desprecio ni solo moralista; va más allá, se dirige al corazón arrepentido de la mujer, ve en ella a una persona necesitada de amor, reconciliación, paz interior.

 

No es cristiano adoptar una postura de rechazo o condena o juzgar a una persona  reduciéndola, por ejemplo, sólo a su sexualidad, sin tener en cuenta otros valores y dimensiones de su personalidad. A todos debemos anunciar y ofrecer la posibilidad de descubrir en Jesús la propia dignidad, la acogida liberadora, la aceptación de su propia realidad.  Jesús mismo, antes de aceptar los gestos de la mujer,  se ha sentado a comer en la mesa de un fariseo que seguramente quería discutir temas de la Ley con él Simón no podía prever lo que sucede durante el banquete pero no entiende la escena que está viendo en su propia casa: a aquella mujer impura hay que apartarla inmediatamente  de Jesús, es un escándalo. Y, sin embargo, Jesús se deja querer, con ternura le ofrece el perdón de Dios, la invita a descubrir dentro de su corazón una fe que la está salvando: “Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado…Vete en paz”.

 

Jesús dice en el evangelio de Lucas “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (6, 36). El primer rasgo de Dios es la compasión (“El Señor ha perdonado ya tu pecado,  no morirás”, dice Natán a David) por eso la actitud primera  no es el desprecio o la separación de los “impuros” como pensaba el fariseo Simón,  sino el amor compasivo. Jesús toca a los leprosos, considerados “impuros e indignos del culto”, acoge a los pecadores, come con los publicanos… su mesa está abierta a todos, nadie queda excluido porque nadie está excluido del corazón de Dios, un corazón de Padre que  quiere renovar la vida, transformarla, hacerla más digna, abrirla hasta el horizonte infinito de su amor: “Tu fe te ha salvado… vete en paz”. La misericordia cambia el mundo, lo hace menos frío, más justo.

 

La salvación se juega en el encuentro personal, en el  interior de la persona, no en lo exterior. San Pablo lo dice con rotundidad: la salvación es un don de Dios que se nos ha dado en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. No es pues una cuestión de mínimos, o de cumplimiento de unas normas externas, frías. Pablo vive de la fe en el Hijo de Dios, porque sabe que Dios le amó hasta entregarse por él. Es el convencimiento de que Dios le ha amado el que le anima a vivir por Él, con Él y para Él, hasta el punto que se atreve a decir que ya no vive él, sino que es Cristo quien vive en él. Al sentirse amado y perdonado por Dios, él se siente en la gozosa obligación de amar y perdonar a todos los demás. Pablo confiesa: estoy tan unido a Cristo que se que su salvación es por mí y para mí: “me amó y se entregó por mí”. Para Pablo y para todos los creyentes no es una cuestión secundaria sino principal: el pecado mayor consiste en el creer que pueda existir un pecado  más grande que la misericordia del Padre. Dios nos libre de este pecado que, a fin de cuentas, es el único pecado que  no puede perdonar  porque  le rechazamos. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

1 comentario:

Unknown dijo...

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