8 de febrero de 2014

"Vosotros sois la sal... vosotros sois la luz"

Vº DOMINGO TO -A-  Is 58,7-10 / 1 Cor 2,-5 / Mt 5, 13-16

            Un rasgo de nuestra cultura y sociedad es la creciente secularización, la ignorancia sobre Dios, la religión y su ausencia en muchos ámbitos de la vida social. Los valores cristianos, punto de referencia necesario en la visión y comprensión del mundo, de la vida, la familia, la moral... quedan en ocasiones relegados en un mundo plural en el que coexisten muchas visiones. A veces, nada sustituye a la fe religiosa como principio orientador de la vida humana y el hombre se encuentra a la intemperie, sin un universo de valores que le protejan y que le sirvan de brújula en su vida personal y moral o se cae en el vacío del todo vale, todo es igual. En este contexto readquieren actualidad las imágenes de la sal y de la luz que encontramos en el evangelio.

            Ya el profeta Isaías se refiere a la luz cuando afirma que Dios no quiere un culto superficial o los ayunos externos, sino “que compartas tu pan, que vistes al enfermo, que no te cierres en tu propia carne”. Si actúas así “brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se convertirá en mediodía”. Hay luz en el hombre cuando no nos cerramos en nuestra propia carne. Este es el camino de las buenas obras que dan gloria al Padre, que manifiestan el rostro del Dios en quien creemos y el lenguaje que todo el mundo entiende. Honra a Dios y servicio al hombre por las obras de misericordia. Ser luz  significa “acabar” con la oscuridad; sobre todo la oscuridad del pecado que ha de ser borrada por nuestras acciones. Siguiendo a Jesús no caminamos en la oscuridad (Él es la luz que ilumina nuestra búsqueda y se refleja en nuestros rostros y en nuestras acciones de bien). Del mismo modo ser sal no es crear una realidad nueva sino transformar en su sentido más pleno la realidad que nos rodea. Aportando, de un modo discreto, el gusto y el sabor de la fe sin el cual la vida queda pierde el sentido, la identidad, la esperanza. La sal pasa desapercibida pero actúa eficazmente desde el interior de los alimentos. El sabor de los valores evangélicos no puede ser ocultado, pisado, por los caminos del mundo, sin correr el riesgo de perder el horizonte de sentido que nace de la fe.

“Vosotros sois la sal…; vosotros sois la luz…”: no es un mandato ni tampoco un programa de acción; ambas afirmaciones definen la naturaleza misma del discípulo y testigo de Cristo: entre los demás somos sal; para los demás somos luz. Una sal que se diluye y sazona los alimentos, que impregna de sabor la vida sin volverse insípida; una luz que señala y orienta sin deslumbrar, que ayuda a identificar contornos y personas, que orienta en medio de las tinieblas que, por oscuras que sean, no pueden apagarla.

Dice una historia judía: “Un rabí preguntó a sus discípulos: ¿Cómo puedo señalar el momento en que termina la noche y comienza el día? Uno dijo: Cuando seas capaz de distinguir desde lejos una palmera de una higuera. El rabí contestó: No,  no es eso. Dijo otro discípulo: Cuando se pueda distinguir una oveja de una cabra, entonces cambia la noche al día. Tampoco, respondió el Rabí. ¿Cuándo es ese momento le preguntaron impacientes los discípulos? Cuando tú miras el rostro de un hombre y reconoces en él al hermano o a la hermana, entonces se ha acabado ya la noche y ya ha roto el día”. Esta es la luz y la sal: el culto verdadero, las buenas obras; el sentido de una vida abierta, desde Dios, al hermano. “Caminemos, pues, como hijos de la luz” (Ef 5, 8), convencidos, como Pablo,  de que nuestra fe  “no se apoya en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios” que es Cristo crucificado. Que así sea con la Gracia de Dios.