8 de marzo de 2014

"No moriréis..."

DOMINGO I DE CUARESMA -A- Gn 2,7;3,1-7 / Rom 5, 12-19 / Mt 4, 1-11

 

Las lecturas  del inicio de la Cuaresma nos preguntan  si confiamos en Dios; si creemos que sus mandamientos son el mejor camino para ser felices. Adán y Eva lo dudaron; el pueblo de Israel lo dudó… Jesús no. Él sabía que Dios sabe mejor que nosotros mismos lo que más nos conviene para ser felices. Veámoslo:

 

. El relato de la primera caída del hombre  es un texto simbólico, una gran reflexión teológica para explicarnos el origen del mal en el mundo, como fruto de una elección libre del hombre. Desde nuestros  orígenes los  hombres hemos querido ser como Dios, fascinados por el deseo de convertirnos en señores absolutos de nosotros mismos, de los demás y del mundo (“podéis construir vuestra vida al margen de Dios”-“no necesitáis a Dios”); nuestra autonomía nos lleva a no aceptar fácilmente normas impuestas desde fuera; nos hemos sentido, sentimos,  atraídos por el árbol de la ciencia del bien y del mal ya que es “apetitoso, deseable y atrayente”, seductor... El pecado original es nuestra tendencia innata a querer ser como dioses, a decidir lo que es bien o mal, dejarnos seducir por árboles apetitosos, atrayentes... que nos llevan a pensar que “todo es ya posible”, para acabar después, al abrir los ojos, descubriendo amargamente, como Adán y Eva, nuestra desnudez, vacío, fragilidad... finitud...signos de la ruptura con Dios.

 

. Jesús, verdaderamente hombre, vivió dentro de sí la tentación que forma parte de la condición humana; fue sometido a la prueba como también lo estamos nosotros...,  y venció la triple tentación que ponía a prueba su fidelidad a estar con los hombres siguiendo el camino y la voluntad de Dios. Las tres tentaciones se refieren en su núcleo fundamental a la misión mesiánica que Jesús ha recibido el Padre. Versan, las tres, sobre el poder: utilizar el poder para hacer milagros que solucionen los problemas materiales, utilizarlo para forzar a la fe y para realizar la misión mesiánica por el dominio político. Y siempre con una  razón de fondo: “Si eres Hijo de Dios...”, la misma que en la cruz: “Si  eres hijo de Dios, bájate...”

. Jesús asume la realidad que para él se concretiza en el cumplimiento de la voluntad del Padre. Su poder no es para él, no es para “utilizar” a Dios”, sino para ponerlo a servicio  de los demás. Por eso recuerda que el hombre necesita pan para vivir, pero si desea vivir como persona necesita también el alimento de la palabra de Dios, del espíritu. El hombre admira las obras humanas pero sin caer de rodillas ante criatura alguna porque el culto de adoración solo es debido a Dios. Todo lo demás son ídolos de barro, que esclavizan. De rodillas solo ante Dios. Esa es la libertad.

 

. Al papa Juan Pablo I le preguntaron una vez porqué Dios, si nos quería libres, nos daba unos mandamientos que nos limitaban y obligaban. Él dijo que precisamente porque nos ama y nos quiere libres nos dio sus mejores consejos. Y puso este ejemplo: Imaginaos que vamos a comparar un buen coche. Ya en la tienda, el dueño, que es también el fabricante, nos saca el modelo que más nos gusta. Lo admiramos, probamos y decidimos llevárnoslo. Pero ates de sacarlo de la tienda el dueño nos dice: “Oiga, este es un coche muy bueno, un modelo único, cuídelo, póngale buena gasolina, buen acetite… Pero le interrumpimos y le decimos: No, no no, no soporto el olor de la gasolina, yo pienso ponerle zumo de naranja. El hombre, sorprendido, nos dice, Bueno, como quiera, el coche es suyo. Pero si luego se para o no quiere arrancar o venga a quejarse; ya le advertí. Yo fabriqué el coche y sé cómo funciona”. El Papa afirmaba: cuando Dios nos crea  a cada uno nos dice lo mismo: “Escucha, eres un modelo único, la vida vale la pena. Cuídate. Pero te voy a recomendar una buena gasolina: los mandamientos.

 

.  “El cristiano, al igual que cualquier otro hombre reside en un territorio limítrofe entre el bien y el mal”, una criatura “siempre al borde del abismo”. En el “humano Adán estamos todos”: no podemos negar la abundante historia humana de pecado pero tampoco podemos negar la sobreabundante historia de “gracia que han escrito y siguen escribiendo muchos hombres y mujeres y que pasa inadvertida”. Y sobre todo no podemos olvidar que nuestra llamada es a ser hombres y mujeres  que asumiendo su realidad finita, creada, mortal, se abren al misterio de Dios para ser transformadas, divinizadas, por el mismo Dios. Que así sea con Su Gracia.

 

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