16 de noviembre de 2014

"Al que tiene se le dará y le sobrará..."

DOMINGO XXXIII TO –A-  Ez 34,11-12.15-17 - 1 Cor 15, 20-26a.28- Mt 25, 31-46

En la construcción del Reino todos hemos sido convocados a colaborar. El proyecto de Dios tiene que ver con la historia humana. Apela a nuestra libertad adulta para convertirla en historia de salvación. Forma parte de la responsabilidad que conlleva la fe en Jesús. Por eso nos ha dado los talentos para que nos sumemos productivamente en su misión de hacer un mundo más solidario y justo. Y nos advierte que quien no se compromete con el Reino, tampoco merece compartir la felicidad de su Señor. Dios no nos pide algo que no nos haya dado antes. De ahí el deber de rendirle cuentas. La cuestión no es si hemos hecho suficientes méritos para ir al cielo, más bien, deberíamos preguntarnos si nos hemos comprometido suficientemente en la causa del Reino.

No valen excusas ante la falta de compromiso de nuestra fe. Hay muchas personas que  esperan que les mostremos con gestos concretos el rostro solidario del Dios en quien creemos.  Todo ser humano que sufre interroga nuestra fe y nos ha de comprometer en lograr una sociedad  más humana y mejor para todos. En ocasiones,  detrás del exceso de precauciones, de los reparos o de los miedos, se esconden actitudes  de comodidad o insensibilidad… de temor al riesgo que supone seguir a Jesús de un modo creativo. Es cierto que debemos “conservar” lo fundamental de nuestra fe, tradiciones y buenas costumbres; que debemos conservar la gracia, la vocación, la fidelidad… pero “conservar” no puede ser sinónimo de inactividad… al contrario… todo se conserva mejor con la apertura al Espíritu que recrea y hace nuevas todas las cosas.

El mensaje de Jesús en la parábola  es claro: No a una vida estéril, sí a la respuesta activa a Dios. No a la obsesión por la seguridad, sí al esfuerzo por transformar el mundo. No a la fe enterrada bajo el conformismo, sí al trabajo comprometido en abrir caminos al reino de Dios. Lo más grave puede ser que, lo mismo que le sucedió al tercer siervo de la parábola, también nosotros creamos que estamos respondiendo fielmente a Dios con nuestra actitud conservadora, cuando estamos defraudando sus expectativas. El principal quehacer de la Iglesia hoy es, conservando lo mejor del pasado,  aprender a comunicar la Buena Noticia de Jesús, su Luz,  en una sociedad sacudida por cambios socioculturales sin precedentes.

 

Santa Teresa, de la que estamos celebrando el V Centenario de su nacimiento, gran mujer, al inicio de su gran reforma del Carmelo que tantos dolores de cabeza la costó decía: “me determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí -se refiere a las monjas que la siguen-  hiciesen lo mismo...”.

 

Es esa actitud, en el fondo, lo que recuerda la parábola. Empobrece cerrarse en el propio corazón, enriquece abrirse, cada cual según sus posibilidades al amor de Dios y a los hermanos. Por eso cuando  Jesús afirma que “al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener” no está invitando al consumo sino a la generosidad que nace de la entrega y la donación sencilla de lo que uno es y tiene, con la mejor voluntad de hacerlo. La belleza mayor es la generosidad que tenemos que vivir en el presente, ahora, porque este es nuestro tiempo y cada momento es una ocasión especial para hacerlo. Lo que no se da se pierde.

 

Que no se nos escape el tiempo entre las manos, que no lo perdamos,  sin hacer nada constructivo, nada que lleve paz, consuelo y alegría a los demás. Que no vivamos un día y otro,  sin dar trascendencia a nuestras vidas, sin emplearnos a fondo en las cosas realmente importantes. Hacer fructificar los talentos significa saber aprovechar bien el tiempo para “en todo amar y servir”, es decir, alabar y bendecir al Creador y ayudar a nuestros hermanos.  Que así sea, con la Gracia de Dios.

 

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