31 de diciembre de 2015

"Así que ya no eres esclavo, sino hijo..."

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS - C-  Nm 6,22-27 / Gal 4, 4-7 / Lc 2, 16-21

 

Al finalizar un año y comenzar otro, abrimos la reflexión como lo hace la primera lectura: con una felicitación en forma de bendición. Que el Señor nos colme de sus bendiciones y sintamos su protección ante las adversidades, sobre todo ante las angustias que acompañan la existencia del ser humano. Que tengamos la dicha de llegar al conocimiento de Dios como Padre y del hombre como hermano y que él nos conceda la paz. Esperamos, deseamos, necesitamos que éste sea el tiempo de la reconciliación, que éste sea el año de la misericordia, de la reconciliación  y de la paz, quebrantada en tantos lugares, familias... Vivimos tiempos complicados y la comunidad cristiana no puede permanecer impasible, ajena a la realidad.

 

En el Mensaje del Santo Padre para la 49ª Jornada Mundial de la Paz 2016: “Vence a la indiferencia; conquista la paz”, se nos recuerda que la paz es una conquista, no es un bien que se obtiene sin esfuerzo, sin conversión, sin  pensar con responsabilidad a las gravísimos problemas que afligen a la humanidad como el fundamentalismo con sus masacres, las persecuciones a causa de la fe o de la etnia, la violación de la libertad o de los derechos de los pueblos, el abuso de las personas, la corrupción, el drama de los refugiados… La paz es posible allí donde el derecho de cada ser humano es reconocido y respetado, según la libertad y la justicia.

 

“Dios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona”, afirma el Papa Francisco al comienzo de su mensaje, en el que subraya  que es necesaria una conversión del corazón para pasar de la indiferencia a la misericordia: “Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia”.  La paz es “fruto de una cultura de solidaridad, misericordia y compasión”. La indiferencia frente a las plagas de nuestro tiempo  es una de las causas principales de la falta de paz en el mundo. A menudo la indiferencia está relacionad a diversas formas de individualismo que llevan al aislamiento, la ignorancia, el egoísmo o la falta total de compromiso. El mensaje de 2016  dirigido a todos los hombres de buena voluntad, en particular a quienes trabajan en la educación, la cultura y los medios para que actúen según la aspiración  de construir juntos un mundo más libre, justo, misericordioso.

 

“No perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos… La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”, por  lo que es necesario “custodiar las razones de la esperanza” y realizar, particularmente en este año jubilar de la Misericordia,  obras de misericordia  corporales y espirituales, en la familia  y en todos los ámbitos de la vida diaria.

 

En la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, contemplamos nuevamente la actitud de María que escucha, guarda y medita en silencio la Palabra. Y, al hacerlo, nos enseña que nosotros podemos también transformarnos en madres-padres y hermanos de Cristo  escuchando la Palabra y poniéndola en práctica. San Francisco de Asís decía: “Nosotros  concebimos a Cristo cuando le amamos con sinceridad de corazón y con rectitud de conciencia, y le damos a luz cuando realizamos obras santas que lo manifiestan al mundo”. Jesús, nacido de mujer y también en nuestro corazón,  sigue teniendo la misión, recordada por Pablo, de  “rescatar a los que estaban bajo la Ley”, para llevarnos a vivir la gozosa experiencia de la filiación y la fraternidad: “no eres esclavo sino hijo”. Que así sea con la Gracia de Dios. Feliz año 2016, año de la Misericordia.

 

26 de diciembre de 2015

"Él bajó con ellos a Nazaret..."

LA SAGRADA FAMILIA -C- Sam 1,20-22.24-28/1Jn 3,1-2.21-24/Lc 2,41-52

 

Celebramos hoy el día de la familia cristiana. Y miramos a Nazaret, no para hablar  de un modo abstracto del valor de la familia o para imaginar la vida de la familia de una forma idealizada. Recuerdo que, al iniciar el Sínodo de la Familia,  el Papa nos invitó a entrar  “también nosotros  en el misterio de la Familia de Nazaret, en su vida escondida, cotidiana y ordinaria, como es la vida de la mayor parte de nuestras familias, con sus penas y sus sencillas alegrías; vida entretejida de paciencia serena en las contrariedades, de respeto por la situación de cada uno, de esa humildad que libera y florece en el servicio; vida de fraternidad que brota del sentirse parte de un único cuerpo”. Y dijo con claridad:  “Volvamos a Nazaret para que sea un Sínodo que, más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella, en la disponibilidad a reconocer siempre su dignidad, su consistencia y su valor, no obstante las muchas penalidades y contradicciones que la puedan caracterizar”. 

 

Que Jesús viviera treinta   años de vida familiar  en Nazaret y  tres años de vida pública significa la  gran importancia de la familia a los ojos de Dios; que enseñara lo vivido y experimentado en el hogar nos recuerda la fuerza de los orígenes: un tiempo de intimidad familiar  en el que  bajo la mirada de María y de José  crecía acompañado  de tantos gestos pequeños y cotidianos, a veces sorprendentes,  que nacen en la vida del hogar.  Jesus nació y creció en una familia verdadera y concreta cuyas  experiencias  nos enseñan que la historia de cada familia ha de ser comprendida en su singularidad, en los acontecimientos concretos llenos de alegría, don, sacrificio y nos enseña que no debería nunca ser juzgada dentro de los barrotes de una norma, ley, presupuesto jurídico o legal. De hecho, de la santidad de la familia hablan no tanto su conformidad a la ley sino la vida concreta, las alegrías y las lágrimas, el camino. Y en este sentido la Sagrada Familia nos da una enseñanza: más que hablar de familia en sentido general con el riego de caer en la ideología o ser abstractos es mejor entrar en las casas particulares y tratar de entender que pan viene compartido cada día, cuál es su precio y su sabor.

 

En el marco del año de la misericordia el Papa recuerda también que “La Sagrada Familia de Nazaret sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro. Las familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de la acogida de Dios. Es así que la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te cierra la puerta en la cara, con la excusa que no eres de casa” (Catequesis de 18.11.2015)

“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!, nos ha recordado Juan en su Carta. La familia es el ámbito fundamental de relación del ser humano, de fraternidad, por eso mismo puede y debe ser un lugar privilegiado para vivir el amor. Aunque hay ocasiones en las que las relaciones humanas no se rigen precisamente por el amor.  La familia de Nazaret nos enseña la necesidad de reconocer los preciosos fragmentos de santidad que componen la vida de cada familia, ninguna excluida, más allá de las apariencias. Cada  familia "es siempre una luz, aunque débil, en la oscuridad del mundo". Que así sea con la Gracia de Dios.

 

23 de diciembre de 2015

"Habitaban tierra de sombra y una Luz les brilló...". Misa del Gallo

2015. Misa del Gallo-Nochebuena – Is 9, 1-3.5-7 / Tito 2, 11-14/Lc 2, 1-14

 

“Habitaban tierras de sombra y una Luz les brilló”, dice el profeta. El futuro se abre; la ciudad destruida se imagina reconstruida; el centinela confía en la justicia y el derecho. Navidad repite esta atmósfera  de esperanza y describe el consuelo de quien,  abatido por la desesperación y habituado a las noticias preocupantes y dolorosas,  siente que alguien le anuncia que el Señor está presente en medio de la ciudad, de la vida devastada.  No hay que temer  esta atmósfera de paz insistiendo en mostrar el mal sino  acoger la belleza del anuncio nuevo que hace nacer en el corazón la nostalgia de la presencia de Dios en nuestra vida, en nuestra familia y en nuestro mundo.

 

Les comparto dos testimonios:

1. Esta Navidad va a ser muy distinta para las viudas e hijos de los coptos asesinados por los terroristas del Daesh en Libia a principios de este año. Todavía nos estremecemos al recordar las imágenes de los 21 cristianos vestidos de naranja junto al mar. Esa peregrinación hacia el martirio ha quedado grabada en la memoria de los egipcios y de todos los cristianos.

 

En una entrevista preguntan a una joven llamada  Ingry, ¿quién era tu padre?

Mi padre se llamaba Tawadros Youssef Tawadros. Era un gran trabajador y un buen padre.

¿Cómo vivió tu familia y vuestra comunidad el secuestro de tu padre y sus compañeros cristianos?

Rezamos durante 40 o 50 días para que no renegaran de su fe. Hasta el final invocaron el nombre de Jesús.

¿Qué has aprendido del testimonio de tu padre?

Quiero que sepan que estoy orgullosa de mi padre. No solo por mí o por mi familia, sino porque ha honrado a toda la Iglesia. Estamos muy orgullosos porque no renegó de su fe y eso es algo maravilloso. Además, nosotros rezamos por los asesinos que mataron a mi padre y a sus compañeros, para que se conviertan.

 

Ingry no quiere hablar más, pero no es necesario. Ya está todo dicho. No hay nada más verdadero que pueda salir de los labios de una muchacha huérfana. No puede existir juicio más claro, luz más radiante,  ni esperanza más grande…frente al odio, el fundamentalismo, la blasfemia… en la tierra de Jesús.

 

2. Antoine, periodista de France Bleu, escribió una carta dirigida a los miembros del ISIS, tras el atentado de París que dejó 129 muertos, entre ellos su esposa Helene, que tenía 35 años de edad.

“La noche del viernes ustedes robaron la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero ustedes no tendrán mi odio. No sé quiénes son y tampoco quiero saberlo, ustedes son almas muertas. Si ese Dios por quien ustedes matan tan ciegamente nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón”.

Y continúa: “Así que yo no les daré el regalo de odiarlos. Ustedes lo están buscando, pero responder al odio con la cólera sería ceder a la misma ignorancia que hace de ustedes lo que ustedes son. Ustedes quieren que yo tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados, que sacrifique mi libertad por la seguridad. Perdieron. Sigo siendo el mismo de antes.

Yo la he visto esta mañana, finalmente, después de noches y días de espera. Ella estaba tan hermosa como cuando partió el viernes por la noche, tan bella como cuando me enamoré perdidamente de ella hace más de 12 años. Por supuesto que estoy devastado por el dolor, les concedo esa pequeña victoria, pero esta será de corta duración. Sé que ella nos acompañará cada día y que nos volveremos a encontrar en ese paraíso de almas libres al que ustedes jamás tendrán acceso”.

Pese al dolor que significa perder a Helene, su mujer,  su vida no cambiará. Hará todo lo posible para que su hijo sea feliz y tampoco odie a los terroristas. Terminó su texto porque  el pequeño despertó y requería atención.

“Nosotros somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. Y ya no tengo más tiempo para darles, tengo que volver con Melvil que ya ha despertado de su siesta. Tiene apenas 17 meses de edad. Va a comer su merienda como todos los días, después vamos a jugar como siempre y, toda su vida, este pequeño niño les hará frente siendo feliz y libre. Porque no, ustedes no obtendrán su odio”.  

 

“Habitaban tierras de sombra y una Luz les brilló”, dice el profeta.  “Y aquí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, dice el evangelio. Todo aquello que hay de comprender a Dios, todos los sentimientos que Dios quiere que nosotros experimentemos de él los podemos aprender ante el pesebre. Ante un niño cada uno mide su humanidad porque siente la necesidad de hacerse cargo, de cuidarlo, protegerlo, asegurarlo. Ante un niño uno se interroga a sí mismo, las cosas que considera irrenunciables, cada uno se hace un poco mejor y esta es la Palabra y la invitación que Dios nos hace.

 

Contemplamos a Dios poniéndonos ante el Niño Jesus que se presenta como la última palabra del Padre, la Luz de Dios, su Hijo amado... que ha venido para “habitar en medio de nosotros”. Pero al final un niño junto a sus padres, que no se impone nunca por la fuerza, que no ha cambiado la historia cumpliendo un milagro grandioso, que ha venido con total sencillez, humildad.  Que la mirada al nacimiento, donde la ternura de Dios nos habla,  transforme nuestro modo de mirar al mundo, lo haga más misericordioso. “Gloria a Dios en el cielo y  en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Feliz Navidad.

 

12 de diciembre de 2015

III Domingo de Adviento - C - ". y la paz de Dios custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos".

III DOMINGO  DE ADVIENTO -C-  Sof 3,14-18a/Fil 4,4-7/Lc 3,10-18 

 

La palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos cómo concretar nuestra respuesta. El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna. Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”; no extorsionar ni cobrar impuestos  abusivos. Así de simple y claro. Para Juan, la esperanza del futuro está unida al compromiso ético y esto es de una actualidad permanente que pasa por la paz, la conversión, la honestidad en los comportamientos… no por la aplicación de la fuerza o una rebelión armada. Actualidad permanente.

 

La llamada es profundamente sencilla y humana. Mientras nosotros seguimos preocupados, y con razón, de muchos aspectos del momento actual del cristianismo, la invitación de Juan es a  recuperar la fuerza para transformar la sociedad, llenándola de los valores genuinos del evangelio como la fe, la primacía de Dios, la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la justicia, comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano.  Los cristianos no nos definimos por vivir apartados o alejados del mundo sino por nuestro modo, nuestra forma  de vivir en el mundo. Para Jesús, el reino de Dios está aquí, pero solo en la medida en que lo aceptemos, entremos en él, lo vivamos y, de ese modo, lo establezcamos los seres humanos. Dios espera nuestra colaboración y nos da su Gracia: “El Señor, tu Dios, en medio de ti es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (Sofonías).

 

Como cada año al llegar el tercer domingo de Adviento, la Iglesia nos invita a considerar la alegría como una de las dimensiones fundamentales de la vida cristiana. No la risa tonta o el bienestar material que ofrece el mundo como expresión de una vida de triunfo o comodidad. La alegría cristiana nace de las entrañas del corazón creyente que todo lo espera de la llegada de Cristo, pues sólo en Él ha puesto su confianza y su seguridad. Nosotros no estamos alegres porque la vida nos vaya mejor o porque estemos libres de las enfermedades, el dolor o el fracaso personal. Nuestra alegría es la hermana gemela de la paz interior, cuando sabemos que aunque rujan las tormentas alrededor nuestro o incluso en nuestro mundo emocional, el fondo de mi ser está en paz porque Cristo está conmigo, compartiendo toda mi historia y haciendo suyo todo lo mío. Si vivo así, unido a Cristo, nada me puede separar de un Dios que me ama y que me dice continuamente que mi triunfo está en la confianza. Que el desenlace de una vida y su verdadero valor sólo queda resuelto en la eternidad, pues los juicios de los hombres o las curvas de historia no nos definen eternamente.

 

El hombre no vale por lo que tiene, o por lo que disfruta, el hombre vale por lo que es capaz de amar y sobre todo por el amor que es capaz de recibir. Termino con las palabras de San Pablo a los Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito estad alegres… y la paz de Dios custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos”.

Que así sea con la Gracia de Dios.

 

21 de julio de 2015

"Venid a un sitio tranquilo y descansad un poco..."

XVI TO – B-  Jer 23, 1- Ef 2, 13-18- Mc 6, 30-34

 

Los apóstoles, enviados por Jesús a los pueblos y aldeas de alrededor, vuelven a reunirse con él y le cuentan todo lo que han hecho, enseñado, vivido. Jesús, tras su experiencia enriquecedora en medio de la gente,  les acoge y les invita a ir a un lugar tranquilo; es como si, tras la misión,  quisiera enseñarles que hay que saber pasar  de la compañía a la soledad, de la multitud al silencio, del trabajo apostólico a la contemplación. Es necesario recuperar el sentido de la misión y de todo aquello que se hace, por eso, todos necesitamos tiempos de descanso para fortalecer el cuerpo y también el espíritu; para entrar en nosotros mismos y cultivar el sentido de nuestra dignidad y vocación; para gozar de la libertad frente a las cosas y las prisas; para estar juntos desde la gratuidad y el compartir.

 

. “Venid a un sitio tranquilo y descansad un poco…”: Baltasar Gracián (1601-1658),  en una de sus reglas de vida titulada: “Comprender la vida repartida racionalmente”, proponía tres viajes para hacer en tiempo de descanso: el primero es el viaje a los muertos para recordar la fragilidad humana frente a la eternidad  divina que hará renacer nuestras cenizas; el segundo es el viaje a los vivos para abrir bien los ojos y ser capaces de ver lo bueno que hay en el mundo, la amistad, el encuentro, el compartir... todo aquello que no es fácil valorar en el ajetreo cotidiano y el tercero es el viaje al interior de uno mismo para descubrir el recogimiento, la mirada profunda, auténtica, el rostro y la Palabra de Dios que nos susurra al oído... No todo es trabajo. No demos vueltas al círculo. La barca de nuestra vida tiene dos remos, los del lema de san Benito: “Ora et labora”, reza y trabaja. Si no manejamos más que un remo,  no avanzamos y damos vueltas en el mismo sitio. Por eso, mantengamos un equilibrio en el remar de nuestra vida.

 

 

. Pero, “eran tantos los que iban y venían...como ovejas sin pastor”. La actividad pastoril es propia de los pueblos mediterráneos. La Biblia compara en muchas ocasiones la relación de Dios con su Pueblo como la de un pastor que apacienta su rebaño (Salmo 22: «el Señor es mi pastor, hada me falta»). Esta imagen es aplicada también a los dirigentes del pueblo de Israel. Así, leemos en la primera lectura (Jr 23, 1-6) la queja que Dios remite a los que debiendo pastorear a su Pueblo le dispersan y dejan perecer las ovejas; no ejercen la misión encomendada por Dios tal como Él espera que la hicieran.

Pastorear no es otra cosa que acercar las personas a Dios y facilitar su encuentro. Es una tarea que fomenta la comunión entre Dios y los seres humanos y de ellos entre sí. Cuando Jesús ve la multitud que andaba como ovejas sin pastor, constata la necesidad que tenían de que alguien les guiara y les acompañara. La misión de los Doce, narrada en este capítulo, también fue una actividad por medio de la cual acercaban el pueblo a Dios.

Esta tarea, en la Nueva Alianza,  no se limita a la actividad de la jerarquía, sino que es propia de todo el pueblo cristiano. Todo bautizado es mediador entre Dios y los hombres, a razón de su dignidad bautismal. Acercar a las personas hacia Dios es tarea de todos y de todas, así como acompañarles en su caminar. Esta tarea pastoral, para que realmente produzca los frutos que Dios espera, ha de ser motivada por la misericordia y la compasión. Sin estos valores corremos el riesgo de buscar nuestros propios intereses.  Para ser verdaderos pastores hay que ponerse en los zapatos de los demás, estar unidos en un mismo corazón y buscar siempre el bien ajeno por encima del propio.

Que la actitud de Jesús, de servicio y entrega hasta la muerte; de reconciliación y de paz, como nos ha dicho san Pablo en el texto a los Efesios, sea la referencia primera y última del actuar  de todos los miembros de la Iglesia, en particular de los llamados al ministerio de acompañar y guiar como buenos pastores, a la comunidad. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

30 de mayo de 2015

"...somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos"

TRINIDAD  -B-  Dt 4,32-40 /Rom 8,14-17/ Mt 28, 16-20

Cuando se habla de la Trinidad lo que más se subraya es el hecho de que es un misterio incomprensible. Y eso hace que nos desentendamos: ¡si no se puede entender, mejor no pensar en ello! Sin embargo, ¡no es así! El Papa emérito Benedicto XVI, en una de sus catequesis, explicó que, cuando la Iglesia dice «misterio», no quiere decir "algo oscuro y difícil", sino "realidad luminosa y bella, aunque inabarcable". Nuestra propia vida, nuestras relaciones, son misteriosas, en el mismo sentido en el que Dios es misterioso. Descubrir que Dios es un misterio de  comunión de Personas tiene dos consecuencias enormes para la vida humana: la primera es que Dios ya no es un ser solitario, es un desbordar de Amor; la Creación no es para cubrir ningún vacío de Dios, sino para comunicarse; y la segunda es  que nos ayuda a entender que la vida y el ideal de la vida humana es donación;  que la persona humana es, ante todo, relación. El ideal de una sociedad constituida como una comunidad de personas que se aman, en la diferencia,  sólo puede construirse sobre la Trinidad.

El rostro de Dios que nos ha revelado Jesucristo es que Dios, comunión de vida y de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,  no vive para sí: ha querido hacer partícipe de su misma vida de amor al hombre, creado  a su imagen y semejanza. El ser humano no es fruto del azar, sino que es creado por amor y para el amor, que tiene su fuente y su meta en el Dios Uno y Trino. Hemos de recuperar este sentido de Dios Trinidad en nuestras vidas, porque lo importante, lo decisivo, la única y verdadera realidad es Dios y la vida en Dios, que es el Amor.  Nuestra fe no es para vivirla con miedo ni con temor, sino con alegría y esperanza, porque nos permite dirigirnos a Dios como hijos, sabiendo que de antemano somos amados, esperados y queridos por el Padre. No creemos en un Dios que se desentiende de nosotros, sino que nos acompaña, nos habla y nos escucha sobre todo aquello que nuestro corazón tiene necesidad de confiarle. Jesús nos ha comunicado su Espíritu para que nos ayude a orar y a conversar con el Padre tal como Él lo hacía. Si resulta admirable que nos podamos dirigir a Dios como Padre, no lo es menos que nos podamos sentir hijos, y aún, llenos de su mismo Espíritu.

«Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra». No estamos solos ante nuestros problemas y conflictos. No vivimos olvidados, Dios es nuestro «Padre» querido. Así lo llamaba Jesús y así lo llamamos nosotros. Él es el origen y la meta de nuestra vida. Nos ha creado a todos solo por amor, y nos espera a todos con corazón de Padre al final de nuestra peregrinación por este mundo. Aunque vivamos llenos de dudas, no hemos de perder la fe en un Dios Creador y Padre,  nuestra última esperanza.

«Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor». Es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Él nos ha contado cómo es el Padre. Mirándolo a él, vemos al Padre: en sus gestos captamos su ternura y comprensión. En él podemos sentir a Dios humano, cercano, amigo, que nos indica el camino: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».

 

«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Este misterio de Dios está presente en el fondo de cada uno de nosotros. Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestras vidas,  lo mejor que hay dentro de nosotros.

 

En este día de oración por la vida contemplativa recordamos nuestros monasterios, donde las hermanas se ganan el pan de cada día trabajando con sus manos. No son piezas de museo; nos recuerdan que ahí existe siempre el regalo de una sonrisa amiga, limpia y transparente, susurros de Dios, bocanadas de aire fresco, reflejos del amor gratuito e incondicional del Señor. Su vida fraterna quiere ser, aunque pobre y humildemente, profecía y anticipo de la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo hacia la que nos encaminamos.

 

Himno de la Trinidad:

Padre, en tu gracia y ternura,
la paz, el gozo y la belleza,
danos ser hijos en el Hijo
y hermanos todos en tu Iglesia.

Al Padre, al Hijo y al Espíritu,
acorde melodía eterna,
honor y gloria por los siglos
canten los cielos y la tierra.

Que así sea con la Gracia de Dios.

 

17 de mayo de 2015

"Id al mundo entero y proclamad el evangelio..."

ASCENSIÓN –B- Hch 1,1-11/Ef 4,1-13/Mc 16,15-20

 

«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». Llamados a ser testigos del Resucitado; a no quedarnos encerrados en nosotros mismos, a llevar la Buena Noticia a  «toda la creación».  En toda circunstancia; en todos los ambientes; en todas las relaciones que se puedan entablar, la condición de testigo es fundamental. No se trata de hablar de lo que oí, de lo que me han contado, sino de lo que he experimentado.  No es fruto de una especulación, sino de lo que ha ocurrido en mí porque El, Jesús resucitado, lo ha hecho posible. Algo absolutamente nuevo que se va descubriendo progresivamente, adquiriendo certeza interior y que tiene sus consecuencias en todos los ambientes en que el bautizado se desenvuelve.  La presencia temporal de Jesús con sus discípulos concluyó con su muerte. Ahora resucitado está presente de un modo nuevo que tendrá que ser descubierto por cada discípulo y a partir de ahí, asumir responsablemente la misión de comunicar con alegría que es verdad que el Señor ha resucitado y hace posible la comunión entre los hermanos y el crecimiento hasta la plenitud de la vida que se manifestará al final de nuestra existencia temporal. Quien se ha encontrado con el Resucitado no puede estarse quieto con su gozo. Se convierte, de uno u otro modo, en misionero.

 

Pero Jesús advierte a sus enviados de algo nada fácil de oír: «El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado». ¿Condenado? Es una palabra que no se oye demasiado en la predicación de nuestros días. Resulta difícil de pronunciar: no parece de buen tono hablar de culpa y de castigo, porque en nuestra época hay una tendencia a la exculpación universal. Nadie sería realmente culpable de nada. Siempre habría alguna justificación: el mal no radicaría nunca en la persona, sino en la educación, la sociedad, la necesidad, la perturbación mental o la presión ambiental. En cualquier cosa, menos en la libertad de la persona, que ciertamente no es absoluta pero tampoco queda anulada por la realidad.

 

Jesús, desde la centralidad de su mensaje y vida llena de amor y de ternura advirtió  de las consecuencias del mal moral que sufrió en su  propia carne; habló de la posibilidad de la perdición eterna. La recuerda precisamente en el momento en el que envía a los suyos a predicar el Evangelio a todo el mundo, poco antes de ascender al cielo. Porque en ese momento se anuncia también que el Señor volverá para juzgar. Toda la actividad del hombre en el mundo queda situada así entre la misión inaugurada por el Resucitado y la vuelta de este para recoger los frutos. La bondad infinita de Dios no es  indiferencia absoluta frente al mal y al pecado como si renunciara a la autoridad en aras de una complicidad con cierta adolescencia permanente incapaz de reconocer y aceptar la realidad de las cosas. 

 

Es verdad que la Iglesia no proclama la condenación de nadie. En cambio, sí define que podemos estar ciertos de la salvación y de la gloria de muchos: al menos, de todos los mártires y santos. Es cierto que Dios quiere que todos se salven. Pero también es verdad que la Iglesia, siguiendo la enseñanza del Señor, advierte de la posibilidad de la condenación eterna de quienes se resistan a creer y actúen contra la justicia. Tampoco éste es un mensaje pesimista. Al contrario, la justicia divina es la única esperanza de que los verdugos y los desalmados no triunfen definitivamente sobre sus víctimas inocentes y sobre los débiles de este mundo. Dios nos ha creado para la Gloria, verdaderamente libres.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

8 de mayo de 2015

"...que os améis unos a otros como yo os he amado".

VI DOMINGO  PASCUA -B-  Hch 10,25-26.34-35.44-48/1 Jn 4,7-10/ Jn 15,9-17

 

El evangelista Juan pone en boca de Jesús un largo discurso de despedida en el que se recogen, con una intensidad especial, algunos rasgos fundamentales que han de recordar sus discípulos a lo largo de los tiempos para ser fieles a su persona y a su proyecto. También en nuestros días.

 

«Permaneced en mi amor». Es lo primero. No se trata solo de vivir en una religión, sino de vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe del Padre. Ser cristiano no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una cuestión de amor. A lo largo de los siglos, los discípulos conocerán incertidumbres, conflictos y dificultades de todo orden. Lo importante será siempre no desviarse del amor. Permanecer en el amor de Jesús no es algo teórico ni vacío de contenido. Consiste en «guardar sus mandamientos», que él mismo resume enseguida en el mandato del amor fraterno: «Este es mi mandamiento; que os améis unos a otros como yo os he amado». El cristiano encuentra en su religión muchos mandamientos. Su origen, su naturaleza y su importancia son diversos y desiguales. Con el paso del tiempo, las normas se multiplican. Solo del mandato del amor dice Jesús: «Este mandato es el mío». En cualquier época y situación, lo decisivo para el cristianismo es no salirse del amor fraterno.

 

Jesús no presenta este mandato del amor como una ley que ha de regir nuestra vida haciéndola más dura y pesada, sino como una fuente de alegría: «Os hablo de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». Cuando entre nosotros falta verdadero amor, se crea un vacío que nada ni nadie puede llenar de alegría. Sin amor no es posible dar pasos hacia un cristianismo más abierto, cordial, alegre, sencillo y amable donde podamos vivir como «amigos» de Jesús, según la expresión evangélica. No sabremos cómo generar alegría. Aún sin quererlo, seguiremos cultivando un cristianismo triste, lleno de quejas, resentimientos, lamentos y desazón.

 

Vivimos en un mundo fragmentado, roto por nuestras violentas distinciones. Tales rupturas ocurren en todos los ámbitos que frecuentamos: el político, el religioso y eclesial, el familiar… Las guerras, las  marginaciones, los desencuentros culturales, el difícil diálogo interreligioso, la salvaje exclusión de los emigrantes, son muestras de nuestras severas distinciones. Hasta el mundo lo hemos dividido desde hace mucho tiempo en tres mundos. Dios no tiene acepción de personas pero se desvive por quienes padecen cualquier tipo de marginación: los pobres, los excluidos, las personas sin rostro, las gentes que viven a la orilla de casi todo. Dios “nos primerea”, dice el papa Francisco. Podemos ser portadores de alegría solo  si experimentamos la alegría de ser consolados por él, de ser amados por él”. Es Cristo quien nos ha llamado a seguirle y esto significa cumplir continuamente un éxodo de nosotros mismos para centrar nuestra existencia en Cristo y en el evangelio, despojándonos de nuestros proyectos…. “No soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Del corazón de Dios al corazón de los hombres.

 

Estos días se está recordando la caída del nazismo y el fin de la II Guerra Mundial. Me recuerda este hecho las palabras de  Victor Frank, prisionero en Aschwitz: “Por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar un hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humano intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad -aunque solo sea momentáneamente- si contempla al ser querido”.

 

Merece la pena vivir y permanecer en el amor. Ese es el secreto de la felicidad y del sentido de la vida, del por qué vivir y para qué luchar. Sabernos amados por El, como El es amado por el Padre. Y vivir en la felicidad que nos da esta certeza.  “La alegría es el primer efecto del amor” (santo Tomás). Que así sea con la Gracia de Dios.

 

2 de mayo de 2015

"Sin mí no podéis hacer nada"

V DOMINGO DE PASCUA -B- Hch 9, 26-31/1 Jn 3, 18-24/Jn 15, 1-8

 

“Sin mí no podéis hacer nada”. Así de claro habla hoy Jesús.  Él es la  verdadera vid y nosotros los sarmientos,  las ramas. Nuestra vida espiritual, nuestra vida cristiana o nuestra vida de discípulos y discípulas, no se puede comprender sin esta unión con la persona de Jesús, la verdadera vid. De él recibimos toda la fuerza, toda la vitalidad y todo el amor para ser fecundos. En realidad la insistencia del evangelio está en producir frutos y esto solo lo podemos lograr si permanecemos unidos a la vid. Se repite varias veces la palabra “permanecer” porque aquí está la clave para la fecundidad, una necesidad profundamente humana que nos toca a todos.

 

La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos. La imagen pone de relieve dónde está el problema: hay sarmientos secos por los que no circula la savia de Jesús; discípulos que no dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado; comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su persona. Sin una unión vital con Jesucristo se resquebrajan los cimientos del cristianismo y puede quedar reducido a  mero folklore que no aporta nadie la Buena Noticia de Jesús.

 

El que vive unido a Dios, por medio de la gracia, convierte en  valiosa cualquier acción que realice, por nimia que sea, porque su vida participa de la misma vida  divina. Por ello, cultivemos la interioridad, la contemplación, la espiritualidad. Sin estas dimensiones la existencia es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. Sin interioridad peligra la propia integridad e identidad personal. Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Todos somos «sarmientos». Solo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto. Solo así podremos dar fruto.

 

San Juan en el texto de hoy y en todos sus escritos nos recuerda que  el fruto es el amor. Un amor concreto, visible, no construido a través de discursos, el resonar de palabras vacías sino de los hechos.  Serán estos, los hechos, los que garantizarán la vedad de nuestro ser sarmientos  vivos y fecundos. Amar con los hechos significa sacrificarse por amor, dar lo que tenemos de más preciosos: tiempo, vida, afectos, energías… todo a disposición del hermano. La fe es un don real,   una obra primera de la que brotan todas las demás. El amor mismo nace de la fe: quien se ha encontrado amando en situaciones difíciles, hostiles; quien ha debido vivir esa palabra tan exigente del evangelio que nos pide amar a los enemigos, a quienes nos persiguen, calumnian… sabe bien que no se puede amar sin fe.

 

Porque la fe nos une a Aquel que es el mismo Amor, a Jesús,  de quien tomar, recibir  el amor que hemos de derramar  a nuestro alrededor, ese amor que, desde nosotros mismos hemos de dar.  Verdaderamente sin Él no podemos hacer nada.  Paradójicamente nuestra vida es verdaderamente viva cuando se acepta de morir por amor como nos recuerda el mismo Jesús. Todo discípulo está llamado a ser fecundo, a producir frutos de buenas obras; es decir, no solo a amar de palabras o de labios para afuera, sino con obras y de verdad. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

19 de abril de 2015

"¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?"

III DOMINGO DE PASCUA – Hch 3, 13-15.17-19/1 Jn 2, 1-5/ Lc 24,35-48

 

Pedro no sigue acompañando en el camino pascual. Y hoy nos muestra una característica del testimonio de los apóstoles: la franqueza del anuncio; el uso de palabras no “veladas”, claras… Pedro, sin diplomacia, llama a la responsabilidad de los ciudadanos de Jerusalén: han preferido un asesino y han  matado al autor de la vida. Apela, eso sí, a la ignorancia para disminuir la culpa y recuerda que nada de lo sucedido está fuera o al margen del designio de Dios que se ha manifestado con la Resurrección.; la llamada a la conversión subraya que la Resurrección  se manifiesta en la posibilidad real de cambio. Se cree en el Resucitado por la vida que trae el corazón de las personas, por la capacidad de cambiar de vida, juicios, decisiones…

 

Juan nos lleva por un camino con diversos escenarios: la relación con el pecado que se ha de evitar  y que Cristo ha borrado ofreciéndose a sí mismo;  el conocimiento de Cristo, de su obra;  la confianza en su acción se muestra obedeciendo a sus mandatos. La vida  muestra así la fe, la comunión con Él;  el pecado nace a menudo del pensamiento de que no somos en grado de vivir la vida como tendríamos que hacerlo; es un acto de desconfianza porque pensamos no estar a la  altura… Juan dice que esto no debería suceder pero si sucediera es necesario recordar que Cristo Resucitado está d nuestra parte, nos empuja a vivir según nuestras mejores posibilidades. Es necesario fiarse de Jesús, dejar que él nos conduzca.  El pecado no está en el miedo, está en la desconfianza.  Verdad y mentira pueden ser leídos como  confianza y desconfianza: una vida en la mentira es una vida que no se fía de poder mejorar y esto es un pecado.

 

El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el interior de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría». Otros siguen «atónitos». Y Lucas nos devuelve al momento del regreso de los discípulos de Emaús, de su testimonio y recuerdo del “pan partido”, del gesto de compartir. Se da a la imagen un sentido Eucarístico pero no se olvida un elemento  precioso: la sencillez… el signo no es nunca excepcional; pide una experiencia de vida para ser acogido… desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección.

 

El relato continúa con gestos ordinarios que sirven para quitar el  miedo y la incertidumbre: las heridas, tocar el cuerpo, compartir el pescado…., no es un fantasma. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi solo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande? Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre». Es lo que pide el Resucitado: se puede cambiar de vida con gestos sencillos pero ciertamente creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior: confiar siempre en Jesús;  hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

31 de marzo de 2015

"... habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" Jn 13, 1

JUEVES SANTO - B

La institución de la eucaristía, narrada por Pablo en la segunda lectura, no aparece en el Evangelio de Juan, que sin embargo, como sabemos, narra “en su lugar” el lavatorio de los pies. Jesús ha estado predicando, hablando sobre Dios y realizando signos. Tras decretar que ha llegado su hora, celebra la última cena con sus discípulos, que inicia la narración de la Pasión y el desenlace al que se orienta todo el Evangelio: la entrega amorosa de Jesús como manifestación de la gloria y el amor de Dios y como victoria sobre las fuerzas del mal.  Es, además, una invitación a hacer lo mismo: los cristianos deben dar a su vida el sentido que Jesús manifestó en este texto: “Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que yo he hecho”.

El comienzo solemne de la escena, que es también el comienzo de toda la narración de la Pasión, es digno de  mención: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Un solo versículo con una riqueza inmensa, que nos introduce en el misterio del amor de Dios, nos sintetiza el sentido de los acontecimientos por venir y nos da la clave de su lectura. Este amor hasta el extremo que vemos en Jesús, es lo que hay tras el gesto del lavatorio de los pies, es lo que sacramentalmente recibimos en la eucaristía y lo que estamos llamados a imitar en nuestras vidas. El amor hasta el extremo es la realidad que une íntimamente los tres elementos centrales de la celebración de hoy (Eucaristía, sacerdocio y amor fraterno). Necesitamos incesantemente la Eucaristía, el memorial del amor que nos salva (para lo cual hacen falta sacerdotes), porque es una de las maneras (la más privilegiada y síntesis de las otras) de recibir sus beneficios, pero también porque necesitamos alimentarnos una y otra vez de aquello a lo que estamos llamados a ser (amor fraterno como sentido de la vida cristiana).

El Dios que se manifiesta en Jesús es todopoderoso, pero no manda a su Hijo a imponer esa potestad, sino a servir, a entregar su vida. Se trata de un Dios fuerte, invencible, pero que manifiesta estas características suyas en el padecimiento y la aparente derrota. No construyamos un ídolo proyectando nuestro ego insaciable: Dios no es todopoderoso como a veces deseamos nosotros serlo, ni es invencible como a veces nosotros queremos.  En Jesús vemos que Dios es amor, oblación, donación… lo que  nosotros estamos llamados a ser.

No caigamos en la tentación de Pedro: Nos gustaría que Jesús no tuviese que morir, y que no nos lavase los pies;  no deseamos el sufrimiento a nuestros seres queridos, e intentamos evitar que se comporten como esclavos. Peo nuestra mirada debe ver un gesto de suprema libertad donde el mundo sólo ve esclavitud (siendo Maestro y Señor lava los pies como esclavo; no le quitan la vida, la entrega él); y debe ver la  liberación de los seres humanos, la entrega voluntaria y salvífica de Jesús por todos, la puerta a una vida nueva y eterna, donde el mundo solamente ve una muerte horrible en una cruz (“sabía que había salido de Dios y que a Dios volvía; había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”).

El amor hasta el extremo no debe confundirse con el “buenismo”, ni con una alegría superficial.  El amor contiene un aspecto  duro y difícil, porque exige la muerte de muchas cosas a las que nos aferramos con demasiada fuerza. Además, el amor es el único modo de luchar contra el mal, y la lucha contra el mal no es nunca fácil.  Pero no debemos olvidar que esa batalla no se lleva a cabo a golpes, sino con servicio y amor. También Jesús lavó los pies a Judas, a pesar de que el diablo ya había envenenado su corazón con la traición. La Cruz y el lavatorio de los pies, nos hablan de la victoria del bien sobre el mal, pero también de los medios de los que se sirve esa victoria.  El cristiano, el religioso… están llamados a vivir enamorados del Amor, y ser a la vez testigos del amor, instrumentos del Amor en este mundo. Esta semana tiene unas celebraciones para contemplar el amor, y aprender los caminos del amor. Fundamentalmente es el camino de la humildad y el  servicio. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

21 de marzo de 2015

"Queremos ver a Jesús"

DOMINGO V DE CUARESMA -B- Jer 31,31-34 / Heb 5, 7-9 / Jn 12, 20-33

Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y solo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.

 

Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la Semana Santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios. Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor».

Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir solo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores. Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.  La Palabra de este domingo nos recuerda  que es posible hallar a Dios y su salvación en el camino del servicio, del desprendimiento más radical, que el secreto del itinerario que conduce a la vida es la entrega, la donación generosa de uno mismo. Jesús así lo ha vivido y enseñado.

La comparación con el grano de trigo es muy ilustrativa. Para dar vida, para que la vida sea verdaderamente fecunda, se ha de morir; hay que darlo todo por amor. Por eso, “el que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna”. Todo encaja desde esta óptica. Todo el sentido de la vida y el dolor se realiza allí donde está el amor..., un amor que se entrega, que acepta la dinámica del grano de trigo que, tras morir, da fruto. La muerte de la que nos habla Jesús no es un suceso aislado, sino la culminación de un proceso de entrega de sí mismo, sin reservas, sin condiciones... Es verdad: no hay Pascua sin Cruz, pero no salva el dolor, la cruz sola, el sufrimiento..., salva el Amor.

Dijo en una ocasión Madre Teresa: "Voy a pasar por la vida una sola vez, cualquier cosa buena que yo pueda hacer o alguna amabilidad que pueda hacer a algún humano, debo hacerlo ahora, porque no pasaré de nuevo por ahí". Que así sea con la Gracia de Dios.

 

13 de marzo de 2015

"Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él"

DOMINGO IV CUARESMA -B- 3 -Cr 36,14-16.19-23/Ef 2,4-10/Jn 3,14-21

 

José Saramago, premio nobel en literatura, escribió una breve novela “Ensayo sobre la Ceguera”, destacando que la cultura actual, va creando un modelo de persona consumidora y depredadora que se instala en la superficialidad. No tiene lesión fisiológica en los ojos, pero su mirada se pierde como en un mar de leche y está sufriendo “una ceguera blanca” que le impide ver la realidad tal cual es.  El encuentro de Jesús con Nicodemo, es la confrontación de la verdad de Dios y la verdad del ser humano que busca, en la noche, la luz que le permita ver más allá de las hipocresías y apariencias. Nicodemo  tiene, por una parte,  miedos al qué dirán  y, por otra, se acerca a Jesús, le busca, quiere “ver”  y encuentra la vida verdadera: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

 

No es una frase más. No son palabras que se podrían eliminar del Evangelio, sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza. «Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia. Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo.   Quienes se acercan a Jesucristo como el gran regalo de Dios, pueden ir descubriendo en todos sus gestos, palabras, acciones… con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano. La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo,  es recordar el amor de Dios. La Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante que comunicar ese amor salvador y liberador a  todo ser humano.

 

Lo subraya Juan en el evangelio: “Dios no mandó a su Hijo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por Él”. No debemos hacer de la denuncia y condena del mundo en todos sus males y oscuridades nuestro programa de acción  pastoral.  Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús que condena siempre el pecado, es verdad, pero muestra misericordia con el pecador al que ofrece la salvación. En estos momentos en que todo parece confuso, incierto; en el tantos hombres prefieren las tinieblas, detestan la claridad, huyen de la transparencia y buscan zonas oscuras u opacas… estamos llamados a acoger y a dejarnos iluminar  por la Luz y el resplandor que nacen de la fe.

 

“Estando muertos por el pecado nos ha hecho vivir por Cristo”, dice Pablo, “por pura gracia”, no por méritos propios. Nuestra vida discurre confiada en un Padre que ha amado tanto al mundo que nos ha entregado su único Hijo. Estamos en las manos de un Dios que es más grande que nuestro corazón y lo conoce todo. Esta debe ser la certeza religiosa fundamental de nuestra vida.  Por eso hoy  somos invitados a vivir en la verdad profunda de nuestro ser personas humanas que conocen sus límites pero también sus capacidades de perdón y reconciliación. No tengamos miedo. No busquemos el refugio en la oscuridad. Rechacemos las tinieblas. No nos opongamos al amor de Dios por el pecado que es noche. Quien vive en Dios está en la Luz. Somos hijos de la luz por la fe y debemos romper las más negras penumbras con la esperanza y las buenas obras. En el bien, en la luz, no hay temor... Que así sea con la Gracia de Dios.

 

8 de marzo de 2015

"...y en tres días lo levantaré"

DOMINGO  III DE CUARESMA  -B-  Ex 20,1-17/Co 1,22-25/Jn 2,13-25

Siguiendo el relato de la historia de la salvación (Noé, Abraham) la liturgia nos presenta las palabras que en Señor entrega a Moisés, en el marco de la Alianza del Sinaí. Se resumen en el Decálogo, un camino de libertad para el hombre. Las tablas de la Ley:

.  No son una imposición arbitraria de Dios; son una ley moral y universal escrita, antes que en piedra,  en el corazón de los hombres y válidas para todo tiempo o lugar;

. Las diez palabras ofrecen  una base auténtica para la convivencia de hombres, pueblos, naciones; salvan al hombre de la fuerza destructora del egoísmo, el odio o la mentira;

. Liberan de los falsos dioses que esclavizan y excluyen a Dios: el poder, el egoísmo, el placer… cuando degradan nuestra dignidad y la del prójimo.

La Ley es un don de Dios para nuestra realización, no para nuestra humillación; deben fomentar nuestra respuesta de amor a un Dios que nos ha amado y nos ama, expresar la fidelidad a la alianza; garantizar el respeto a la vida humana y la primacía de Dios sobre los ídolos. Por eso no debemos reducirla a un mero cumplimiento externo o destacar solo, como los judíos,  su aspecto jurídico.

 

Los cuatro evangelistas se hacen eco del gesto provocativo de Jesús expulsando del templo a «vendedores» de animales y «cambistas» de dinero. No puede soportar ver la casa de su Padre llena de gentes que viven del culto. Pero Juan, el último evangelista, añade un diálogo con los judíos en el que Jesús afirma de manera solemne que, tras la destrucción del templo, él «lo levantará en tres días». Nadie puede entender lo que dice. Por eso, el evangelista añade: «Jesús hablaba del templo de su cuerpo». Juan está escribiendo su evangelio cuando el templo de Jerusalén lleva veinte o treinta años destruido. Muchos judíos se sienten huérfanos. El templo era el corazón de su religión. 

 

El evangelista recuerda a los seguidores de Jesús que ellos no han de sentir nostalgia del viejo templo. Jesús, «destruido» por las autoridades religiosas, pero «resucitado» por el Padre, es el «nuevo templo». No es una metáfora atrevida. Es una realidad que ha de marcar para siempre la relación de los cristianos con Dios. Para quienes ven en Jesús el nuevo templo donde habita Dios, todo es diferente. Para encontrarse con Dios, no basta entrar en una iglesia. Es necesario acercarse a Jesús, entrar en su proyecto, seguir sus pasos, vivir con su espíritu. En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no bastan el incienso, las aclamaciones ni las liturgias solemnes, ni los sacrificios.

 

Los verdaderos adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad». La verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad» del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía». Las puertas de este nuevo templo que es Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los pecadores, los impuros e, incluso, los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En este templo no se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para hombres y para mujeres.

 

En Cristo ya «no hay varón y mujer», lo subrayo en el día de la Mujer Trabajadora, recordando las palabras de San Juan Pablo II en su carta a las mujeres:“ Normalmente el progreso se valora según categorías científicas y técnicas y también, desde este punto de vista, no falta la aportación de la mujer. Sin embargo, no es ésta la única dimensión del progreso, es más, ni siquiera es la principal. Más importante es la dimensión ética y social que afecta a las relaciones humanas y a los valores del espíritu: en esta dimensión, desarrollada a menudo sin clamor, a partir de las relaciones cotidianas entre las  personas, especialmente dentro de la familia, la sociedad es en gran parte deudora precisamente al  genio de la mujer”. Y el papa Francisco dice: “Una Iglesia sin mujeres es como el colegio apostólico sin la Virgen María. El papel de la mujer en la Iglesia no es solamente la maternidad, la mamá de la familia, sino que es más fuerte; es precisamente el icono de la Virgen, de María, la que ayuda a crecer a la Iglesia. Pero tenemos que darnos cuenta de que la Virgen es más importante que los apóstoles. Es más importante. La Iglesia es femenina: es Iglesia, es esposa, es madre. Pero el papel de la mujer en la Iglesia no se puede limitar al de mamá o al de la trabajadora…¡No!”. Y añade: “En los lugares donde se toman decisiones importantes es necesario el genio femenino”.

 

No hay razas elegidas ni pueblos excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de amor y de vida.  San Pablo nos recuerda que  la cruz de Jesús mostró que hay una sabiduría de Dios más sabia que la de este mundo y una debilidad de Dios que es más fuerte que el poder de los hombres de este mundo. Dios siempre nos sorprende, sobre todo en la debilidad del amor crucificado. No olvidamos los Diez mandamientos ni la vida moral, claro que no, pero miramos la Cruz que es, también para nosotros,  “fuerza y sabiduría de Dios”. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

28 de febrero de 2015

"Dios es el que justifica"

DOMINGO II  DE CUARESMA -B- Gen 22,1-2.5-18/Rom 8,31-34/Mc 9,1-9

           

La figura de Abraham se nos presenta habitualmente como modelo de fe. Y con razón. Un hombre mayor que, en su ancianidad recibe como regalo explícito de Dios un hijo, garantía de que la promesa de una gran descendencia se va a cumplir. La fidelidad de Abraham había dado fruto, pero quedaba la prueba final, la más difícil: Dios le pide el sacrificio de aquel hijo. Petición aparentemente inhumana y absurda en cuanto, además, el hijo era heredero de la misma promesa de Dios. Pero la confianza de Abraham era a prueba de todo; él contaba con que a Dios no siempre es posible entenderle, pero sí que siempre es posible confiar en El. Incluso cuanto todas las apariencias parecen señalar que Dios ha abandonado al hombre. A Abraham fue eso precisamente lo que le sirvió: su confianza en Dios, aceptar que las cosas se desarrollan como él quiere, frente a todos los planes que la lógica humana hubiera podido hacer. Y Dios, que no pide un sacrificio humano sino fe, no solo le devuelve su hijo querido sino que agranda su capacidad paternal haciéndolo padre de todos los creyentes que entienden que creer es abandonarse sin condiciones en los brazos amorosos del Padre: "Padre, si es posible...". Pero a veces no es posible.

           Situación similar nos presenta la escena de la “Transfiguración”. Más allá de la majestuosidad del momento, o de la voz de la nube..., la escena es una presentación adelantada de la Resurrección: Cristo resucitado es verdaderamente el Cristo transfigurado, pero ese Cristo no es posible sin la Cruz. Por eso nos encontramos con este acontecimiento de la vida de Jesús en la cuaresma, en nuestro camino hacia la Cruz y la Pascua. Es como una clave para interpretar el camino, sabiendo que la entrega confiada al reino de Dios lleva o puede llevar hasta la muerte y resurrección. Estoy convencido de que necesitamos estas experiencias de Tabor en nuestra vida, aunque sean pequeñas y sencillas. Necesitamos que Dios se haga sentir de algún modo para que la noche no se prolongue en exceso o la dureza del camino no se haga insoportable. Es hermoso sentir su mano protectora, que nos envuelve en su regazo; su voz que conteste a nuestra llamada, que nos llame hijos y nos quite todo temor; su fuerza que nos aliente y fecunde toda nuestra vida. ¡Cuántas veces nuestra vida personal y familiar se renueva y coge de nuevo fuerzas tras una experiencia hermosa de encuentro; tras unas palabras pacificadoras o unos gestos de cariño renovado o de perdón!. Dios nos regala estas experiencias de luz y alegría porque conoce nuestra debilidad y porque son necesarias para afrontar momentos de cruz y oscuridad.

            Hoy se nos invita claramente a creer, aceptar y vivir lo que Dios nos propone. La gran tentación para el hombre  es quedarse quieto, porque en la montaña "se está muy bien", el paisaje es hermoso, el horizonte infinito y claro... (“Hagamos tres tiendas”, en palabras de Pedro). Sin embargo todos sabemos que hay que bajar al llano, a la vida diaria, de lo contrario la experiencia de Dios no es auténtica. No podemos refugiarnos en un mero espiritualismo que se desentiende de la vida concreta y de lo que pasa en nuestro mundo. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra, y es aquí donde debemos mostrar que Dios transforma nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como personas nuevas y transformadas. De este modo llegaremos a dar crédito a lo que nos dice Pablo en la carta a los Romanos: que Dios está con nosotros, de nuestra parte, de parte del hombre, y no en contra nuestra para infundirnos temor. Si Dios no ha dudado en entregarnos lo más querido, su propio Hijo, ¿cómo va a negarnos cualquier otra cosa que le pidamos? Sólo así,  con una fe como la de Abrahán, con una confianza sin límite como la de Jesús, con una esperanza por encima de todas nuestras razonables elucubraciones, podremos permanecer en la tarea de ser testigos de Jesús, mensajeros de su evangelio de paz en el mundo. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

22 de febrero de 2015

"... está cerca el Reino de Dios"

I Domingo Cuaresma-B-  Gen 9,8-15/ 1 Pe 3,18-22/ Mc 1, 12-15

La Cuaresma, “sagrada primavera de la Iglesia” como llaman los Padres, es el tiempo litúrgico que nos ofrece la Iglesia para ayudarnos en el camino de ser esos  hombres y mujeres nuevos que empezamos a ser cuando recibimos el sacramento del bautismo, y nos convertirnos en templos del Espíritu de Cristo.  El Papa Francisco en su mensaje cuaresmal nos dice:

 

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades, para

cada creyente. Pero sobre todo es un tiempo de gracia. Es decir un tiempo para estar atentos al renacer de una vida nueva, como buenos discípulos en la escuela del servicio divino, una vida nueva que recibimos como un don de Dios que va marcando el camino. Y añade: No demos lugar en nuestra inconsciencia a la indiferencia. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos… Hoy hay una globalización de la indiferencia. Por eso necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

 

En el desierto, Jesús «es tentado por Satanás». Nada se dice del contenido de las tentaciones. Solo que provienen de «Satanás», el Adversario que busca la ruina del ser humano destruyendo el plan de Dios. Ya no volverá a aparecer en todo el evangelio de Marcos. Jesús lo ve actuando en todos aquellos que lo quieren desviar de su misión, incluido Pedro. El breve relato termina con dos imágenes en fuerte contraste: Jesús «vive entre fieras», pero «los ángeles le sirven». Las «fieras», los seres más violentos de la creación, evocan los peligros que amenazarán siempre a Jesús y su proyecto. Los «ángeles», los seres más buenos de la creación, evocan la cercanía de Dios que bendice, cuida y defiende a Jesús y su misión.

 

Y cuando empieza este tiempo de renovación debemos mantener el espíritu fuerte y atento a la lucha diaria. San Agustín: “Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y tentaciones”. “Te fijas en que Cristo fue tentado y o te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él  y reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiera sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado”.

 

No es fácil la lucha permanente, ni la poda, ni la conversión,  ni volver a una sana sobriedad, ni la experiencia del desierto... pero es necesario si queremos dar un fruto más abundante, purificado  y evangélico  en nuestra vida. Por ello debemos fortalecer el corazón y el camino para hacerlo es,  antes que nada,  guardar la Palabra en el corazón, dejarnos iluminar por su sabiduría y abiertos a seguir su interpelación. Contemplada así la Cuaresma como un camino a la Pascua puede ser un camino muy vivo y apasionante, pues nos ayudará a tener un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deja encerrar en sí mismo y no cae en el vértigo de la globalización de la indiferencia. Dios mantiene su alianza  y debemos vivir como signos de esta alianza de paz y salvación de Dios con toda la humanidad.   Que así sea con la Gracia de Dios.

 

14 de febrero de 2015

"Quiero: queda limpio"

VI TO – B-  Lv 13, 1-2.44-46 – Cor 10, 31-11, 1 - Mc 1, 40-45

 

“Quiero: queda limpio”: por encima de lo que se cree social y religiosamente correcto, las palabras de Jesús transforman  la situación de marginación, liberan a la persona y la reintegran de nuevo en la sociedad  y el culto que la había expulsado.  Y Jesús, sospechoso al contravenir las disposiciones legales y religiosas,  se queda en las afueras. Allí acudía la gente y allí enseña:

 

. Que hay que sentir compasión, tocar, implicarse en la cercanía del hermano enfermo o excluido... Sorprende la emoción que le produce a Jesús la cercanía del leproso. No se horroriza ni se echa atrás. Ante la situación de aquel pobre hombre, «se conmueve hasta las entrañas». La ternura lo desborda. Sin dudarlo, «extiende la mano» hacia aquel hombre y «toca» su piel despreciada por los puros. Sabe que está prohibido por la ley y que, con este gesto, está reafirmando la trasgresión iniciada por el leproso. Solo lo mueve la compasión; da la mano,   tiene una atención personal  para el hombre;  va más allá de las reflexiones teológicas sobre el dolor;   no pierde la sensibilidad frente al sufrimiento  ajeno…

 

. Que Dios no excluye a nadie del culto, ni de su presencia, a causa de la debilidad. Al contrario, los enfermos han de tener un lugar privilegiado en la comunidad cristiana;  el trato y la  cercanía humana es el principio de la sanación.  Seguir a Jesús  significa no horrorizarnos ante ninguna forma de impureza física o moral;  no retirar a ningún «excluido» nuestra acogida. Para Jesús, lo primero es la persona que sufre y no la norma. Poner siempre por delante la norma es ir perdiendo la sensibilidad  ante los despreciados y rechazados, vivir  sin compasión.

 

.  Que lo que mancha al hombre no es lo de fuera, sino lo que brota del corazón. La enfermedad sigue siendo un misterio pero no un castigo de Dios que nos aísla de Él. “La frontera entre el bien y el mal no pasa entre los hombres dividiéndolos en dos grupos de buenos y malos; la frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada uno” (A. Solzhenitsyn).  En pocos lugares es más reconocible el Espíritu de Jesús que en esas personas que ofrecen apoyo y amistad gratuita a personas indefensas, que acompañan a enfermos  olvidados por todos.., Ellos nos recuerdan que en el corazón de Dios caben todos.

 

Hay que acercarse al hombre “primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión” (S. Juan Pablo II) y hacerlo desde el amor, la compasión, la ternura. Y con libertad del mismo Cristo. Esa libertad que, en palabras de san Pablo,  es una convicción interior que lleva a actuar según la voluntad de Dios, a favor de la comunidad, buscando el bien del otro,  especialmente del más débil. Y además, con la certeza de saber que, por mal que vayan las cosas... siempre podemos acercarnos a Jesús con las palabras del leproso: “Si quieres...”- Y  El Señor “quiere siempre...”

 

“Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”, escribe Pablo a los  Corintios. No tendremos que hacer cosas muy extraordinarias para agradarle. No será menester morir, hacer grandes sacrificios o exponerse ante las multitudes...  yendo y viniendo, trabajando y en casa; barriendo y fregando, pintando, componiendo, escribiendo o dando clases... lo importantes es hacerlo en nombre  del Dios de la Misericordia, del que nos anunció su Palabra viviente entre nosotros,   siguiendo sus pasos, poniendo nuestros zapatos en sus huellas e intentando hacerlo como Él lo hizo. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

7 de febrero de 2015

"Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar"

DOMINGO  V  T.O. -B-   Job 7,1-4.6-7/1Cor 9,16-19,22-23/Mc 1,29-39

 

A pesar de todos los adelantos técnicos y logros de las capacidades humanas, la experiencia más inmediata que adquirimos es la de nuestra caducidad y fragilidad. Esta experiencia roza cuanto somos y vivimos y no deberíamos valorarla de modo negativo sino al revés, constituye una constatación de la realidad. Job nos recuerda hoy que la realidad es el primer paso para superar la desesperanza: la vida es un soplo; doy vueltas hasta el alba… esto nos sitúa en la humildad y tarea de aceptar lo que somos y estamos llamados a ser. No debemos distanciarnos de lo real y, al mismo tiempo, no debemos dejarnos atrapar solo por los límites de lo real. ..., sino abrirnos al diálogo con Dios, a la fe, a la esperanza.

 

Jesús es presentado en el evangelio de hoy como liberador de los males que afligen a la humanidad (“La población entera se agolpaba a su puerta”). La suegra de Pedro ("a la que cogió de la mano y levantó") es un ejemplo. Si Job nos presenta la existencia humana marcada por el sufrimiento y la búsqueda de un sentido, el evangelio nos muestra la actitud de Jesús hacia él: la curación y el consuelo de parte de Dios. El Reino del cielo que Jesús inaugura se hace presente en la medida que el sufrimiento humano es vencido, desde una opción clara a favor de la vida. Todos pueden experimentar ese amor curativo de Dios que libera integralmente (cuerpo-espíritu) la persona humana.

 

Jesús integra, además, dos realidades y lo hace sin contraponerlas: se entrega a la misión de liberar y se retira a orar. Para Él, el último criterio es el amor. Jesús ama y se entrega a los demás hasta dar la vida; va donde se encuentra la gente (“Recorrió toda Galilea...), pero el fundamento  de su existencia, la fuente de la misma, es Dios (“”Se marchó al descampado y allí se puso a orar”). Todas las actividades de Jesús tienen su raíz en su peculiar experiencia de Dios como Padre amoroso, compasivo y misericordioso con todos los seres humanos.  En la agenda de Jesús hay tiempo para el hombre y tiempo la soledad, para Dios; para orar y para sanar. Por ser una persona contemplativa también es una persona compasiva y misionera. Jesús abría su corazón a su Padre…, le pedía fuerza y ternura para después derramarla por todas partes; a veces su oración era delicia, otras amargura, también desolación; pero siempre terminaba en luz y fuerza para el cumplimiento de su misión redentora.

 

Es importante no caer en el desgaste ni en el vacío interior; alimentar  la fuerza espiritual necesaria para afrontar los problemas y dificultades de la vida;  cuidar más la comunicación con Dios: el silencio, la oración, la lectura  de la Biblia, la meditación…No se trata de hablar mucho de Dios sino hablar mucho con Dios y escuchar su Palabra; de descansar de tantos afanes  en la presencia de Dios;  de llenarnos de su paz. Hacerlo no es perder el tiempo; es ganar tiempo y vida; calidad en la acción y en el trato con las personas. Si nos cuidamos “por dentro” se nota “por fuera”.  Es el testimonio de tantos que, como Jesús, “viven para los demás”, “dan la mano...”“cogen en brazos...”… porque saben también “retirarse a orar”.

 

Nuestra fidelidad al evangelio ha de traducirse en el servicio a los hombres, y como Pablo, acomodarse a todos los ambientes y situaciones. Se hace débil con los débiles y fuerte con los fuertes, se hace todo para todos, y esto le da la máxima libertad (frente a prejuicios y normas...) en el seno de la comunidad. Así, anunciando la buena noticia de la fe y la sanación, "gana a algunos de sus hermanos para Cristo". Que así sea con la Gracia de Dios.

 

31 de enero de 2015

"Cállate y sal de él"

DOMINGO IV DEL T.O. -B- Dt 18,15-20/1 Cor 7,32-35/Mc 1,21-28

 

El domingo pasado veíamos a Jesús por los caminos de Galilea invitando a la conversión y a  acoger la Buena Noticia de la Salvación. Hoy le encontramos una jornada de sábado en Cafarnaúm: entra en la sinagoga a enseñar y actúa realizando obras de salvación y sanación y todo ello muestra su identidad y su modo de actuar con “autoridad”, sin autoritarismo, no como los letrados, escribas. Su autoridad  brota de su entrega, de su servicio y de su amor. Su palabra anuncia Buena Nueva y toca el corazón. Los escribas saben mucho, enseñan bien la ley, pero una ley que esclaviza y que al endemoniado lo deja atado a su impureza. Jesús libera y sana, y da una nueva interpretación de la ley al hacer una curación en sábado. Jesús nos enseña que tiene autoridad porque da vida.

 

Quizás nunca como ahora sentimos ese vacío de autoridad y con asombro descubrimos niveles de corrupción insólitos, porque se aprovecha el puesto para el propio beneficio y porque se asocia con el crimen y la violencia. Asistimos hoy a una grave crisis de credibilidad de la autoridad y su palabra, en la vida política, social, económica, familiar y hasta religiosa. Y como se pierde la autoridad por no ir respaldada con hechos, se quiere imponer con gritos, amenazas, castigos y fuerza… “sólo porque yo mando”.  A la luz de la autoridad de Jesús podemos plantearnos cómo pueden  las palabras de un maestro, de un papá-mamá, de un sacerdote o de un gobernante estar llenas de autoridad; purificar si la intención es servir o servirse… y recordar que mientras nuestras palabras no vayan respaldadas por el amor y por hechos que den vida, quedarán huecas y vacías.

 

Hoy también hay demonios como en los tiempos de Jesús;  la corrupción, la mentira y la ambición siempre se cuelan en el corazón. Para comprender mejor el milagro quizás debamos recordar que en aquellos tiempos toda enfermedad era vista como un castigo y como una obra del demonio y que su curación no solamente podía ser vista en términos de sanación física, sino como una verdadera liberación de un poder maligno.  No es fácil hablar hoy del diablo... hay gente que desprecia el tema...y, al mismo tiempo, crecen los grupos que rinden culto al diablo, sectas satánicas, oscurantismo...Nadie puede negar la existencia de tanto mal en el mundo..., negar esta evidencia es caer ya derrotado ante su poder... No se puede banalizar el misterio de la iniquidad (mal) que existe en el mundo... tampoco se puede desesperar frente al mal... la fuerza del mal ha sido vencida por Cristo y en él, por nosotros... pero, al mismo tiempo, tenemos la necesidad de luchar contra todo lo que esclaviza al hombre en las tinieblas del pecado...

 

El Evangelio muestra la lucha entre el Hijo de Dios y el Príncipe de las tinieblas…, derrotado..., pero con gran poder, un poder capaz de desbordarnos, superarnos... El demonio es visto como el instigador del mal en el mundo, no tanto como el productor del mal, pues aunque tienta e instiga..., el mal brota del corazón del hombre. Jesús  mismo en la última Cena ruega “No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del Maligno” y en el Padre nuestro  también pedimos que nos libres del mal (Malino)”.  San Juan habla del demonio como “padre de la mentira y seductor del mundo entero”.

 

La  expulsión de los demonios es un signo del poder de Dios, de la era mesiánica, pero en un sentido más amplio se extiende a la oscura presencia del mal y del maligno en el corazón del hombre y de la sociedad.... Sin trucos, magias o adivinaciones...con la fuerza de la palabra y la Autoridad que le viene del Padre, sin buscar espectacularidad que pueda llevar a instrumentalizar a Dios, buscando la pureza de espíritu en la fe y en la vida santa.

 

Esa vida que pide Pablo para su comunidad: cada uno según su camino y situación (casado, célibe, dedicado a la familia, a la educación, a la caridad…). Lo importante es que no falten hombres y mujeres orantes,  comprometidos con la  palabra y vida, con el Amor, de principios claros  y fuertes para no acabar pensando como los demás. La comunidad creyente necesita todas las fuerzas de cada uno de sus miembros. Que así sea con la Gracia de Dios.