31 de enero de 2015

"Cállate y sal de él"

DOMINGO IV DEL T.O. -B- Dt 18,15-20/1 Cor 7,32-35/Mc 1,21-28

 

El domingo pasado veíamos a Jesús por los caminos de Galilea invitando a la conversión y a  acoger la Buena Noticia de la Salvación. Hoy le encontramos una jornada de sábado en Cafarnaúm: entra en la sinagoga a enseñar y actúa realizando obras de salvación y sanación y todo ello muestra su identidad y su modo de actuar con “autoridad”, sin autoritarismo, no como los letrados, escribas. Su autoridad  brota de su entrega, de su servicio y de su amor. Su palabra anuncia Buena Nueva y toca el corazón. Los escribas saben mucho, enseñan bien la ley, pero una ley que esclaviza y que al endemoniado lo deja atado a su impureza. Jesús libera y sana, y da una nueva interpretación de la ley al hacer una curación en sábado. Jesús nos enseña que tiene autoridad porque da vida.

 

Quizás nunca como ahora sentimos ese vacío de autoridad y con asombro descubrimos niveles de corrupción insólitos, porque se aprovecha el puesto para el propio beneficio y porque se asocia con el crimen y la violencia. Asistimos hoy a una grave crisis de credibilidad de la autoridad y su palabra, en la vida política, social, económica, familiar y hasta religiosa. Y como se pierde la autoridad por no ir respaldada con hechos, se quiere imponer con gritos, amenazas, castigos y fuerza… “sólo porque yo mando”.  A la luz de la autoridad de Jesús podemos plantearnos cómo pueden  las palabras de un maestro, de un papá-mamá, de un sacerdote o de un gobernante estar llenas de autoridad; purificar si la intención es servir o servirse… y recordar que mientras nuestras palabras no vayan respaldadas por el amor y por hechos que den vida, quedarán huecas y vacías.

 

Hoy también hay demonios como en los tiempos de Jesús;  la corrupción, la mentira y la ambición siempre se cuelan en el corazón. Para comprender mejor el milagro quizás debamos recordar que en aquellos tiempos toda enfermedad era vista como un castigo y como una obra del demonio y que su curación no solamente podía ser vista en términos de sanación física, sino como una verdadera liberación de un poder maligno.  No es fácil hablar hoy del diablo... hay gente que desprecia el tema...y, al mismo tiempo, crecen los grupos que rinden culto al diablo, sectas satánicas, oscurantismo...Nadie puede negar la existencia de tanto mal en el mundo..., negar esta evidencia es caer ya derrotado ante su poder... No se puede banalizar el misterio de la iniquidad (mal) que existe en el mundo... tampoco se puede desesperar frente al mal... la fuerza del mal ha sido vencida por Cristo y en él, por nosotros... pero, al mismo tiempo, tenemos la necesidad de luchar contra todo lo que esclaviza al hombre en las tinieblas del pecado...

 

El Evangelio muestra la lucha entre el Hijo de Dios y el Príncipe de las tinieblas…, derrotado..., pero con gran poder, un poder capaz de desbordarnos, superarnos... El demonio es visto como el instigador del mal en el mundo, no tanto como el productor del mal, pues aunque tienta e instiga..., el mal brota del corazón del hombre. Jesús  mismo en la última Cena ruega “No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del Maligno” y en el Padre nuestro  también pedimos que nos libres del mal (Malino)”.  San Juan habla del demonio como “padre de la mentira y seductor del mundo entero”.

 

La  expulsión de los demonios es un signo del poder de Dios, de la era mesiánica, pero en un sentido más amplio se extiende a la oscura presencia del mal y del maligno en el corazón del hombre y de la sociedad.... Sin trucos, magias o adivinaciones...con la fuerza de la palabra y la Autoridad que le viene del Padre, sin buscar espectacularidad que pueda llevar a instrumentalizar a Dios, buscando la pureza de espíritu en la fe y en la vida santa.

 

Esa vida que pide Pablo para su comunidad: cada uno según su camino y situación (casado, célibe, dedicado a la familia, a la educación, a la caridad…). Lo importante es que no falten hombres y mujeres orantes,  comprometidos con la  palabra y vida, con el Amor, de principios claros  y fuertes para no acabar pensando como los demás. La comunidad creyente necesita todas las fuerzas de cada uno de sus miembros. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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