10 de enero de 2015

"Pasó haciendo el bien"

BAUTISMO DEL SEÑOR -B-  Is 42,1-4.6-7/Hch 10,34-38/Mc 1,6-11

 

Isaías en su poema describe el estilo del siervo de Dios,  nuevo profeta: “no gritará, no voceará  por las calles, la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante (rescoldo) no lo apagará... El Señor te ha llamado para que abras los ojos al ciego, saques a los cautivos...”. El Elegido de Dios trabajará en favor del derecho y la justicia y lo hará no con la violencia, gritos o agresividad, sino con suavidad y firmeza. La caña que está a punto de romperse no la acabará de romper, al contrario la ayudará a mantenerse en pie. Así es como lo anuncia Isaías y así es también como retrata a Jesús Pedro en la carta que hemos escuchado: “Jesús de Nazaret, ungido por la fuerza del Espíritu, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos... porque Dios estaba con él”. Con una sencillez impresionante resume en muy pocas palabras la misión de Jesús y su naturaleza:” pasó haciendo el bien”. Es el estilo que le caracterizó toda su vida y en toda su actividad: firme y claro  sí, pero siempre comprensivo y servicial, sobre todo con los más débiles y necesitados.

 

El bautismo de Jesús nos recuerda también el nuestro. Todos nosotros hemos recibido el baño del agua y del Espíritu que nos ha hecho hijos de Dios y miembros de la comunidad de la Iglesia. Y lo hemos recibido para cumplir en nuestra vida la misión de ser testigos de Dios en medio del mundo; para vivir en la verdad de la vida y mostrar los valores del  evangelio. Y para hacerlo con el mismo estilo de Jesús: desde una actitud pacífica, de  generosidad y, si es necesario, con la entrega de nosotros mismos. El bautismo, también para nosotros, no ha sido una  meta, sino el comienzo de una vida. El final no sabemos cuándo llegará pero, mientras tanto, cada día (cada domingo) vamos escuchando la Palabra Dios, creyendo en su mensaje de   salvación, alimentándonos  con su Cuerpo y con su Sangre, sacramentos de su presencia y cercanía, para reafirmar nuestra fe .

 

El bautismo es mucho más que la gracia bautismal; es un compromiso para la misión de anunciar la Buena Noticia a la que también nosotros, ungidos por el Espíritu,  estamos llamados; es reproducir las huellas de quien nos manifestó la bondad de Dios y su amor al hombre y que lo hizo,  no con la espada en la mano, sino con entrañas de misericordia; es luchar por pasar por la el mundo haciendo el bien, con esos gestos a veces  sencillos e irrelevantes, que tanta importancia tienen en la vida de las personas; es recordar que todos somos “Hijos amados y predilectos del Padre”-“Que él nos amó primero”; es vivir haciendo felices a las personas a las que encontramos cada día, poniendo esperanza en los corazones acorralados por el miedo o la soledad.  Toda nuestra vida, en el fondo,  es un continuo bautismo, un continuo morir a nuestro hombre viejo, para resurgir, como Cristo, a una vida nueva.

 

La mutación cultural sin precedentes que estamos viviendo, nos está pidiendo hoy a los cristianos una fidelidad sin precedentes al estilo de Jesús. Pensamos en estrategias y recetas pastorales ante la crisis, pero también  cómo estamos acogiendo nosotros el Espíritu de Jesús. Nos lamentamos  de la secularización creciente, pero también hemos de preguntarnos  cómo renovar nuestra manera de pensar, de decir y de vivir la fe para que la  Palabra pueda iluminar  los interrogantes, las dudas y los miedos que brotan en el corazón. Nos asustan las cosas que pasan, la violencia, el terrorismo, la frialdad del mal… y necesitamos, antes de elaborar respuestas,  transformar nuestra mirada, nuestra actitud y nuestra relación con el mundo de hoy. Estar bautizados en nombre de Jesús debe ser hoy, para nosotros, motivo de gozo, crecimiento y responsabilidad: “Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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