13 de marzo de 2015

"Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él"

DOMINGO IV CUARESMA -B- 3 -Cr 36,14-16.19-23/Ef 2,4-10/Jn 3,14-21

 

José Saramago, premio nobel en literatura, escribió una breve novela “Ensayo sobre la Ceguera”, destacando que la cultura actual, va creando un modelo de persona consumidora y depredadora que se instala en la superficialidad. No tiene lesión fisiológica en los ojos, pero su mirada se pierde como en un mar de leche y está sufriendo “una ceguera blanca” que le impide ver la realidad tal cual es.  El encuentro de Jesús con Nicodemo, es la confrontación de la verdad de Dios y la verdad del ser humano que busca, en la noche, la luz que le permita ver más allá de las hipocresías y apariencias. Nicodemo  tiene, por una parte,  miedos al qué dirán  y, por otra, se acerca a Jesús, le busca, quiere “ver”  y encuentra la vida verdadera: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

 

No es una frase más. No son palabras que se podrían eliminar del Evangelio, sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza. «Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia. Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo.   Quienes se acercan a Jesucristo como el gran regalo de Dios, pueden ir descubriendo en todos sus gestos, palabras, acciones… con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano. La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo,  es recordar el amor de Dios. La Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante que comunicar ese amor salvador y liberador a  todo ser humano.

 

Lo subraya Juan en el evangelio: “Dios no mandó a su Hijo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por Él”. No debemos hacer de la denuncia y condena del mundo en todos sus males y oscuridades nuestro programa de acción  pastoral.  Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús que condena siempre el pecado, es verdad, pero muestra misericordia con el pecador al que ofrece la salvación. En estos momentos en que todo parece confuso, incierto; en el tantos hombres prefieren las tinieblas, detestan la claridad, huyen de la transparencia y buscan zonas oscuras u opacas… estamos llamados a acoger y a dejarnos iluminar  por la Luz y el resplandor que nacen de la fe.

 

“Estando muertos por el pecado nos ha hecho vivir por Cristo”, dice Pablo, “por pura gracia”, no por méritos propios. Nuestra vida discurre confiada en un Padre que ha amado tanto al mundo que nos ha entregado su único Hijo. Estamos en las manos de un Dios que es más grande que nuestro corazón y lo conoce todo. Esta debe ser la certeza religiosa fundamental de nuestra vida.  Por eso hoy  somos invitados a vivir en la verdad profunda de nuestro ser personas humanas que conocen sus límites pero también sus capacidades de perdón y reconciliación. No tengamos miedo. No busquemos el refugio en la oscuridad. Rechacemos las tinieblas. No nos opongamos al amor de Dios por el pecado que es noche. Quien vive en Dios está en la Luz. Somos hijos de la luz por la fe y debemos romper las más negras penumbras con la esperanza y las buenas obras. En el bien, en la luz, no hay temor... Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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