17 de mayo de 2015

"Id al mundo entero y proclamad el evangelio..."

ASCENSIÓN –B- Hch 1,1-11/Ef 4,1-13/Mc 16,15-20

 

«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». Llamados a ser testigos del Resucitado; a no quedarnos encerrados en nosotros mismos, a llevar la Buena Noticia a  «toda la creación».  En toda circunstancia; en todos los ambientes; en todas las relaciones que se puedan entablar, la condición de testigo es fundamental. No se trata de hablar de lo que oí, de lo que me han contado, sino de lo que he experimentado.  No es fruto de una especulación, sino de lo que ha ocurrido en mí porque El, Jesús resucitado, lo ha hecho posible. Algo absolutamente nuevo que se va descubriendo progresivamente, adquiriendo certeza interior y que tiene sus consecuencias en todos los ambientes en que el bautizado se desenvuelve.  La presencia temporal de Jesús con sus discípulos concluyó con su muerte. Ahora resucitado está presente de un modo nuevo que tendrá que ser descubierto por cada discípulo y a partir de ahí, asumir responsablemente la misión de comunicar con alegría que es verdad que el Señor ha resucitado y hace posible la comunión entre los hermanos y el crecimiento hasta la plenitud de la vida que se manifestará al final de nuestra existencia temporal. Quien se ha encontrado con el Resucitado no puede estarse quieto con su gozo. Se convierte, de uno u otro modo, en misionero.

 

Pero Jesús advierte a sus enviados de algo nada fácil de oír: «El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado». ¿Condenado? Es una palabra que no se oye demasiado en la predicación de nuestros días. Resulta difícil de pronunciar: no parece de buen tono hablar de culpa y de castigo, porque en nuestra época hay una tendencia a la exculpación universal. Nadie sería realmente culpable de nada. Siempre habría alguna justificación: el mal no radicaría nunca en la persona, sino en la educación, la sociedad, la necesidad, la perturbación mental o la presión ambiental. En cualquier cosa, menos en la libertad de la persona, que ciertamente no es absoluta pero tampoco queda anulada por la realidad.

 

Jesús, desde la centralidad de su mensaje y vida llena de amor y de ternura advirtió  de las consecuencias del mal moral que sufrió en su  propia carne; habló de la posibilidad de la perdición eterna. La recuerda precisamente en el momento en el que envía a los suyos a predicar el Evangelio a todo el mundo, poco antes de ascender al cielo. Porque en ese momento se anuncia también que el Señor volverá para juzgar. Toda la actividad del hombre en el mundo queda situada así entre la misión inaugurada por el Resucitado y la vuelta de este para recoger los frutos. La bondad infinita de Dios no es  indiferencia absoluta frente al mal y al pecado como si renunciara a la autoridad en aras de una complicidad con cierta adolescencia permanente incapaz de reconocer y aceptar la realidad de las cosas. 

 

Es verdad que la Iglesia no proclama la condenación de nadie. En cambio, sí define que podemos estar ciertos de la salvación y de la gloria de muchos: al menos, de todos los mártires y santos. Es cierto que Dios quiere que todos se salven. Pero también es verdad que la Iglesia, siguiendo la enseñanza del Señor, advierte de la posibilidad de la condenación eterna de quienes se resistan a creer y actúen contra la justicia. Tampoco éste es un mensaje pesimista. Al contrario, la justicia divina es la única esperanza de que los verdugos y los desalmados no triunfen definitivamente sobre sus víctimas inocentes y sobre los débiles de este mundo. Dios nos ha creado para la Gloria, verdaderamente libres.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

1 comentario:

thyte dijo...

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