2 de mayo de 2015

"Sin mí no podéis hacer nada"

V DOMINGO DE PASCUA -B- Hch 9, 26-31/1 Jn 3, 18-24/Jn 15, 1-8

 

“Sin mí no podéis hacer nada”. Así de claro habla hoy Jesús.  Él es la  verdadera vid y nosotros los sarmientos,  las ramas. Nuestra vida espiritual, nuestra vida cristiana o nuestra vida de discípulos y discípulas, no se puede comprender sin esta unión con la persona de Jesús, la verdadera vid. De él recibimos toda la fuerza, toda la vitalidad y todo el amor para ser fecundos. En realidad la insistencia del evangelio está en producir frutos y esto solo lo podemos lograr si permanecemos unidos a la vid. Se repite varias veces la palabra “permanecer” porque aquí está la clave para la fecundidad, una necesidad profundamente humana que nos toca a todos.

 

La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos. La imagen pone de relieve dónde está el problema: hay sarmientos secos por los que no circula la savia de Jesús; discípulos que no dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado; comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su persona. Sin una unión vital con Jesucristo se resquebrajan los cimientos del cristianismo y puede quedar reducido a  mero folklore que no aporta nadie la Buena Noticia de Jesús.

 

El que vive unido a Dios, por medio de la gracia, convierte en  valiosa cualquier acción que realice, por nimia que sea, porque su vida participa de la misma vida  divina. Por ello, cultivemos la interioridad, la contemplación, la espiritualidad. Sin estas dimensiones la existencia es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. Sin interioridad peligra la propia integridad e identidad personal. Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Todos somos «sarmientos». Solo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto. Solo así podremos dar fruto.

 

San Juan en el texto de hoy y en todos sus escritos nos recuerda que  el fruto es el amor. Un amor concreto, visible, no construido a través de discursos, el resonar de palabras vacías sino de los hechos.  Serán estos, los hechos, los que garantizarán la vedad de nuestro ser sarmientos  vivos y fecundos. Amar con los hechos significa sacrificarse por amor, dar lo que tenemos de más preciosos: tiempo, vida, afectos, energías… todo a disposición del hermano. La fe es un don real,   una obra primera de la que brotan todas las demás. El amor mismo nace de la fe: quien se ha encontrado amando en situaciones difíciles, hostiles; quien ha debido vivir esa palabra tan exigente del evangelio que nos pide amar a los enemigos, a quienes nos persiguen, calumnian… sabe bien que no se puede amar sin fe.

 

Porque la fe nos une a Aquel que es el mismo Amor, a Jesús,  de quien tomar, recibir  el amor que hemos de derramar  a nuestro alrededor, ese amor que, desde nosotros mismos hemos de dar.  Verdaderamente sin Él no podemos hacer nada.  Paradójicamente nuestra vida es verdaderamente viva cuando se acepta de morir por amor como nos recuerda el mismo Jesús. Todo discípulo está llamado a ser fecundo, a producir frutos de buenas obras; es decir, no solo a amar de palabras o de labios para afuera, sino con obras y de verdad. Que así sea con la Gracia de Dios.